Hablaba suave y se movía con felina elegancia. La sonrisa siempre puesta y los ojos claros como dos ríos. Dulce, cercana y cristalina, algunos la retrataron como una mujer fría y distante, quizás por ser prudente en sus formas y cargar con el misterio inherente a cualquier estrella hitchcockiana. Como todas ellas, Eva Marie Saint era rubia y brillante. Y lo sigue siendo, un talento que cumple 100 veranos. "Soy más vieja que la Academia", bromeó la leyenda de Hollywood en alguna ocasión. Y tiene razón. Es el último icono vivo de la Era Dorada, cuando, en su última etapa, allá por los 50, el color ilustraba solo a veces el metraje y el cine negro ahumaba las butacas con ese halo de fascinación que nos traslada en el tiempo. Pero Eva ya estaba allí, entre los mejores. Era ya una de ellos.