Economista jefe de Natixis y economista senior del Instituto Bruegel

El estallido de las burbujas inmobiliarias nunca viene solo. Es la experiencia de Estados Unidos con la crisis de las hipotecas de alto riesgo en 2007, pero también fue la de España y el Reino Unido un poco más tarde. Japón también tuvo que pagar un coste muy alto por el estallido de su burbuja inmobiliaria a principios de los noventa, pero de forma mucho más prolongada.

Opinión

Más allá de obtener un tercer mandato como presidente de la República Popular China, Xi Jinping y el anuncio de una meta de crecimiento inferior a la que esperaban la mayoría de analistas e incluso menor a la de 2022 (5% respecto a 5,5%), otra serie de cambios muy relevantes se han iniciado en el aparato del estado chino. Probablemente el más significativo de estos cambios institucionales es la creación de un nuevo organismo regulador nacional que supervisará todas las áreas de la industria financiera.

Con escasos compromisos sólidos en materia de cambio climático, la Cumbre del G20 en Roma dejó a los líderes mundiales con pocas fuerzas para afrontar la cumbre de COP26 en Glasgow. De hecho, los compromisos durante la cumbre del G20 son los que conocíamos. Reducir el calentamiento mundial menos de dos grados centígrados parece bien difícil, al menos dentro del marco de cooperación en el que nos encontramos actualmente. De hecho, no se ha logrado un compromiso explícito de todos los participantes a alcanzar la neutralidad de emisiones para el 2050. Qué mejor ejemplo que China, que genera el 30% de las emisiones mundiales. Lo que es más grave, no se ha conseguido alcanzar un acuerdo para reducir el papel del carbón en la canasta energética ni los subsidios sobre los combustibles fósiles, ambos temas destacados en la agenda de la COP26. En el caso específico del carbón, el compromiso de poner fin a subsidiar el carbón en el extranjero no se ha traslado a la financiación de la producción interna.

A menos de dos meses del inicio de la conferencia sobre el clima COP26 en Glasgow, China es cada vez más el centro de atención de la política climática mundial. El país ha incumplido el plazo del 31 de julio fijado por Naciones Unidas para presentar nuevos compromisos de reducción de emisiones -conocidos como Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC, por sus siglas en inglés)- antes de la COP26, despertando dudas sobre su contribución en el marco del Acuerdo de París. Aunque otros países, como India, Arabia Saudí y Sudáfrica, también han incumplido, el retraso de China es especialmente preocupante. Como mayor emisor mundial de gases de efecto invernadero, el país es clave para el éxito de la COP26 y el esfuerzo global por la neutralidad climática.

El yuan cotiza en sus niveles más altos en dos años, y los inversores extranjeros de repente están mostrando interés de nuevo en tomar posiciones respecto a la moneda china.

Mientras Brasil, Rusia, India y México sufren una rápida propagación del Covid-19, una tercera ola de la pandemia llega al mundo emergente. Como resultado, el optimismo empresarial ha disminuido en marzo y abril en la región. Es más, a medida que las economías emergentes avanzan hacia restricciones más estrictas, la falta de movilidad va a pesar sobre las perspectivas económicas. De hecho, el FMI espera que estos países entren en una recesión de -1 por ciento en 2020, peor que en la crisis financiera de 2008.

Se ha escrito mucho sobre el coronavirus de Wuhan que causa la enfermedad respiratoria Covid-19, pero todavía se sabe poco sobre su impacto en la economía mundial y, en particular, en la cadena de valor. Sin embargo, una cosa está clara: la conmoción es mayor que la causada por el síndrome respiratorio agudo severo (SARS), por la sencilla razón de que China es mucho más importante para la economía mundial de lo que era entonces.

Tribuna

Desde que el Banco Popular de China (PBOC) permitió que el yuan superara el temido nivel de 7 unidades con respecto al dólar el pasado mes, ríos de tinta han fluido citando un nuevo asunto de disputa entre Estados Unidos y China, a saber, el uso de monedas para ganar competitividad o, más simplemente, una "guerra de divisas".

Opinión

El superávit por cuenta corriente de China vuelve a ser el centro de atención, en medio del afán de Estados Unidos de reducir su déficit comercial bilateral con el país asiático. Sin embargo, la realidad es que esa variable ha descendido en el gigante asiático significativamente desde su cota máxima durante la crisis financiera mundial de 2007-2008.