
La máxima simplificación del procés es que Artur Mas puso a calentar la olla y Carles Puigdemont la hizo estallar. En el camino, Oriol Junqueras ayudó a subirle la temperatura. Tras la metafórica explosión, el balance de daños dejó a Mas inhabilitado, a Puigdemont huido de la Justicia en Bélgica y a Junqueras en la cárcel.
En el caso de Mas, el expresident se quemó sin que el procés llegara a su eclosión. Impulsor del mismo desde 2012, en 2015 sufrió el rodillo de la CUP y tuvo que echarse a un lado para que el independentismo salvara la mayoría absoluta en el Parlament. El ceder el cetro a Puigdemont, entonces alcalde de Girona, dejó a Mas en segundo plano.
Su posterior inhabilitación, culminada este pasado 23 de febrero y derivada de la consulta del 9-N en 2014, lo convirtió en una sombra que merodeaba entre los restos de una parte del PDeCAT incómoda con la estrategia agresiva de Puigdemont. Tampoco es que Mas se prodigase en exceso, consciente de lo delicado de la situación.
Por su parte, Puigdemont ha presentado altibajos en su exposición pública. En su larga huida de la Justicia ha alternado picos de popularidad en los que ha movilizado al independentismo (las elecciones del 21-D, su intento de investidura telemática, su detención momentánea en Alemania o su confirmación como eurodiputado) con fases en las que se le adivinaba un cierto decaimiento desde el refugio de Waterloo, haciendo maniobras desesperadas para recaudar fondos y no perder visibilidad consciente de los rigores de tener a Quim Torra de representante en Barcelona.
El tercero en liza, Junqueras, es el principal exponente del procés que ha acabado en la cárcel. El líder de ERC no dejado de mover los hilos de su partido desde prisión, si bien ha querido mantener un perfil bajo, casi místico, que lo alejara del mundanal ruido político con la excepción de su intervenciones ante el Tribunal Supremo en el juicio al procés. En algunas entrevistas incluso evitaba erigirse como un actor principal en esta problemática.
Este retraimiento, voluntario e involuntario, ha dado un vuelco con el arranque del nuevo año. La constitución del Gobierno PSOE-Unidas Podemos, el arranque de la mesa de diálogo auspiciada por ERC, la cercanía de elecciones catalanas, la inhabilitación de Torra y el fin de la de Mas han recrudecido la batalla entre los tres 'ases' del procés por chupar cámara.
Mas ha pasado de ser una voz de ultratumba para el independentismo a presentar libro con una ajetreada agenda de actos y entrevistas para recuperar protagonismo y postularse sin postularse. No quiere romper lazos con Puigdemont, del que depende todo, pero sabe -ahora- que el 'cuanto peor, mejor' no es el camino. Por el momento aboga por una vía pragmática que casi se parece a lo que últimamente dice su 'odiada' ERC.
Puigdemont sigue subido a la estela de su brillo como reciente eurodiputado. El acto que celebró el fin de semana en Perpiñán se convirtió en un baño de masas que sirve como pistoletazo de salida a la campaña de las catalanas y que evidencia su intención de ser omnipresente para que ERC no capitalice la negociación con Moncloa. Es por eso que Puigdemont llama sibilinamente a romper la mesa negociadora, pero a la vez le encantaría estar en ella.
Por último, Junqueras, que ya ha salido con permiso para trabajar de la cárcel, no quiere quedarse atrás. En la entrevista que concedió a Jordi Évole en laSexta quiso marcar terreno y su imagen saliendo de prisión, aunque sea en días sueltos, sabe que tiene la potencia mediática suficiente para el proceloso camino que vuelve a venir por delante. Sobre él pesa una inhabilitación contundente, aunque un posible indulto del Gobierno o reforma de la sedición lo puede devolver antes a un sillón. También se especula con que en una de sus salidas de prisión se siente en la mesa de diálogo, aunque esto se antoja más complejo. En todo caso, su imagen vuelve a los telediarios junto a lo de sus dos 'históricos' contendientes. El procés, ese eterno retorno.