Política

JxCat y ERC, la cuerda que no se rompe

  • La bronca por la suspensión de los diputados, nuevo motivo de disputa
Oriol Junqueras y Carles Puigdemont. Foto: EFE

El procés es una cuerda de la que tiran, cada uno a un lado, JxCat (o cualquier artefacto de pasado convergente) y ERC. Los tira y afloja son continuos, pero en el momento en el que se rompa la cuerda, se acabará el juego. Éste es el resumen gráfico de lo que se lleva viendo en la política catalana desde hace años. Un culebrón que esta semana ha vivido su enésimo episodio.

El desacuerdo entre JxCat y ERC a cuenta de la suspensión o no de los diputados del Parlament procesados por rebelión por el Tribunal Supremo ha desembocado en el enésimo enfrentamiento entre ambas formaciones. Mientras que los de Carles Puigdemont querían proteger al expresident de la suspensión, los republicanos no han querido hacer distingos y han venido a decir que ya están hartos de las excepciones por el líder de JxCat.

La bronca se ha saldado con acusaciones de JxCat hacia ERC de "blanquear" al PSC y con los republicanos dando por "rota" la "confianza" con su socio parlamentario. Un escenificación que no debe hacer olvidar su cruda realidad: la sangre no debe llegar al río. Si ya delicadas son las mayorías del independentismo en el Parlament teniendo que contar con la CUP y teniendo que sortear la suspensión de diputados, más comprometidas quedarían con la ruptura definitiva entre JxCat y ERC. Un divorcio que podría significar el fin del procés.

Pero para entender esta dinámica, hay que retrotraerse a 2012. Artur Mas, todavía a lomos de CiU, echó el órdago definitivo a Mariano Rajoy y convocó elecciones catalanas abrazando ya sin dudas el soberanismo. Perdió 12 diputados por el camino y -esperando tener mayoría absoluta- se vio abocado a pactar con una ERC que venía trasquilada del 'tripartit'. Nacía un abrazo del oso que todavía dura seis años después.

Las peleas entre ambos partidos se intensificaron a partir de 2015, cuando Mas ideó JxSí para neutralizar a ERC

Comenzaba un juego de la soga que Mas intentó neutralizar en 2015. Sabedor de que Oriol Junqueras y ERC amenazaban su primer puesto en unas elecciones, se sacó de la manga JxSí. Una plataforma unitaria en la que su socio y al a vez rival quedaría diluido y en la que él estaría por delante aprovechando el resultado de 2012 y no lo que decían las encuestas. Junqueras no quería -lloró, cuentan las crónicas- pero tuvo que ceder. La unidad de destino era inapelable.

Así caminaron juntos los restos convergentes y ERC por toda la cornisa del procés hasta los hechos de todos conocidos de 2017 y dejándose a Mas por el camino -CUP mediante- en detrimento de Puigdemont. Con diferencias puntuales y Junqueras de vicepresidente, la unidad funcionó hasta que el procés cogió una temperatura peligrosa. Todo saltó en mil pedazos cuando, a punto del desastre, Puigdemont reculó y sopesó convocar unas nuevas elecciones. La presión de ERC, muy fuerte en las redes sociales, dejó al entonces president sin salida y, presionado también por algunos alcaldes suyos, desechó la vía que le pedía el Estado y dio rienda suelta a la DUI.

El daño ya estaba hecho y la prueba de la absoluta división quedó patente con la huida de Puigdemont a Bélgica y la permanencia de Junqueras en España, siendo poco después encarcelado. La cosa se puso peor cuando, vecino ya el 21D, Puigdemont quiso emular a Mas y promover una plataforma unitaria independentista que arrasase en las autonómicas convocadas por Rajoy a través del artículo 155 de la Constitución. Junqueras se negó en rotundo y ERC fue por libre creyéndose ganadora: desde el otro lado se repitieron los insultos de 'traidor' que Puigdemont tuvo que soportar cuando fue humano y dudó con convocar autonómicas.

Un divorcio definitivo entre los restos convergentes y ERC acabaría con el procés tal y como se conoce

ERC quedó casi demolida al ver que los convergentes de siempre quedaban por encima -como siempre- y que perdían su mejor oportunidad de haber alcanzado la presidencia de la Generalitat desde los años 30. Aún así, no hubo margen y hubo que acoplarse a lo que dictara el hombre de Bruselas, ahora de Alemania. Comenzaba una nueva partida en la que ERC optó por mostrar una cara más pragmática y en la que no pudo esconder las pocas ganas que tenía de investir a Puigdemont.

Mientras que ERC pedía un Govern "efectivo", JxCat lo fiaba todo al bloqueo y a una sobrehumana insistencia en investir a Puigdemont. Así transcurrieron meses en los que los catalanes siguieron gobernados por Rajoy. Finalmente surgió la vía Quim Torra y la institucionalidad, con todas sus excepciones, volvió a abrirse paso. Ahora el tira y afloja ha venido con la pelea por las suspensiones en el Parlament y por la negativa de ERC una vez más a integrarse en el enésimo proyecto de unidad, la Crida de Puigdemont. Todo apunta a que la riña volverá cuando haya que hacer listas para las municipales.

No obstante, ambos partidos saben que están condenados a ir de la mano. Una ruptura final abriría espacios políticos que acabarían con el procés tal y como lo conocemos. ERC sufre de vez en cuando la tentación de inclinarse hacia los comunes y el PSC, pero el vértigo y el no sumar mayoría le hacen quedarse en su sitio. ¿Hasta cuándo aguantará la olla sin explotar?

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