Corría el año 2006 y la divina providencia se posó por primera vez en el hombro de Carles Puigdemont. Ejercía como periodista en su proyecto Catalonia Today -publicación de noticias sobre Cataluña en inglés- y se le conocía como independentista de toda la vida, pero su mayor contacto con la política institucional había sido ostentar durante dos años la Casa de la Cultura de Girona. Ese mes de mayo, cuando los partidos preparaban sus listas para las elecciones municipales del año siguiente, sucedió lo inesperado. El candidato de CiU a la alcaldía de la capital gerundense, el abogado Carles Mascort, renunciaba tras haber recibido una serie de amenazas de muerte contra él y contra su familia. Quedaba un hueco difícil de ocupar a un año de los comicios y muchos engranajes de partido en juego.
Determinado a renunciar, Mascort, según relatan las crónicas del Diari de Girona, visitó al entonces diputado de CiU en el Congreso -lo sigue siendo en la actualidad, ahora con el PDeCAT- Jordi Xuclà, quien descansaba esos días en casa por una fractura en el pie. Una vez conocida la decisión, a Xuclà, como le reveló esa misma noche a su esposa despertándola a altas horas de la madrugada, se le apareció el nombre de Puigdemont en la cabeza y no se bajó de esa idea. Sería el propio diputado el que convenciera a dirigentes locales de CDC como el empresario Josep Maria Matamala, sombra de Puigdemont ahora, 11 años después, en su día a día en Bruselas.
Con el nombre ya formalizado, saltaron las primeras tensiones. En diferentes ámbitos de CDC gustaba la idea de un candidato independiente -Puigdemont había estado afiliado hacía años, cuando iba a los primeros mítines de Pujol, pero en ese momento no-, y en otros surgían las dudas. El propio Artur Mas, líder del partido tras el relevo de Jordi Pujol y aspirante a hacerse con la Generalitat ese mismo año no estaba convencido con la propuesta e insistió a Mascort para que siguiese con nulo resultado. Por otro lado, también se dio la habitual oposición de Unió -la otra parte de CiU-, lo que complicó el proceso. Pese a todo, Puigdemont fue el elegido y con el premio, además, de convertirse en diputado del Parlament ese mismo mes de noviembre en las elecciones autonómicas que dieron paso al segundo tripartito PSC-ERC-ICV, esta vez encabezado por José Montilla.
En las elecciones locales de 2007 Puigdemont no consiguió ganar ni arrebatar la alcaldía al todopoderoso PSC gerundense, que ya contaba con casi tres décadas ininterrumpidas con la vara de mando. Sin embargo, en esa legislatura sí consiguió ir labrando su victoria de 2011. Para entonces Puigdemont había vuelto a afiliarse a CDC y hasta Oriol Pujol, entonces secretario general adjunto del partido, acudió a la investidura como alcalde. Lo que es la vida, pocos menos de dos semanas después, 200 profesionales del sector sanitario que protestaban contra los recortes del Govern, ya con Mas a las riendas, agredieron al flamante nuevo regidor hiriéndole en una pierna. No se esperaba Puigdemont cómo cambiaría todo en cinco años.
El encargo histórico
Así transcurrió la vida local de Puigdemont, con traslados semanales a Barcelona porque seguía siendo diputado en el Parlament y disfrutando de la consolidación del procés en calidad de presidente de la Asociación de Municipios por la Independencia (AMI). Hasta que el 9 de enero de 2016 volvió a posarse en la hombrera de su americana la divina providencia. Cataluña no tenía gobierno desde las elecciones "plebiscitarias" del 27 de septiembre de 2015 y la amalgama Junts Pel Sí (CDC + ERC + entidades soberanistas) se jugaba sobre la bocina la convocatoria de unas nuevas elecciones en las que se podría perder la mayoría absoluta independentista en el Parlament. El problema era que la CUP, necesaria para sumar esa mayoría, no quería investir a Mas presidente por su alta responsabilidad política en la CDC de los casos de corrupción. Los antisistema querían mandarle a la "papelera de la historia" y la pelota en su tejado debía caer hacia la búsqueda de otro candidato a la investidura o hacia nuevos comicios.
Tras muchos devaneos, negociaciones en hoteles y una tarde de enero repleta de carreras en taxi por Barcelona para despistar a la prensa, se optó por la primera vía. Se buscó un candidato de consenso que permitiese contentar a la CUP y "dar un paso al costado" a Mas. Ese hombre era Puigdemont, que había sido tercero por la provincia de Girona en la lista de Junts Pel Sí. Su independentismo de primera hora y su aval como hombre de partido de Convergència le pusieron al frente de lo que ya se consideraba un encargo "histórico": constituir la República catalana en 18 meses tras lograr la desconexión del Estado español.
Quizá en ese momento Mas no tuvo en cuenta la importancia que tiene en Cataluña la figura de presidente de la Generalitat, cargo que él mismo había detentado. Por mucho que fuera un recién llegado o una aparición inesperada, el aura de presidente empezó a envolver la trayectoria de un Puigdemont que por momentos se acercaba a la CUP y ERC y marcaba distancias con una quemada CDC que hasta tenía que refundarse en el PDeCAT. Una dinámica que ayuda a entender lo que está sucediendo hoy, casi en la orilla de las elecciones del 21D.
Tras una legislatura catalana convulsa, por todos de sobra conocida -con el veto de la CUP a los Presupuestos, las fallidas reuniones con Rajoy, las querellas del Tribunal Constitucional contra las leyes de ruptura aprobadas en el Parlament, las esperpénticas sesiones de septiembre de 2017 en la cámara, las detenciones a altos cargos del Govern, los registros de la Guardia Civil, la crudeza del 1-O, la proclamación y suspensión y proclamación 'fake' de la DUI, la negativa en el último momento de Puigdemont a convocar elecciones catalanas, la aplicación del 155, la huida del cesado president a Bélgica, la detención de casi todo el resto del Govern y la convocatoria por parte de Moncloa del 21D- el ajedrez interno actual del soberanismo ha vuelto al punto de partida.
La nube presidencialista
Revela Guillem Martínez en el libro La gran ilusión que Junqueras se encerró a llorar en el baño cuando no tuvo más remedio que integrar a ERC en JxSí en 2015, renunciando a presentarse en solitario y perdiendo las opciones de ser presidente y artífice de un vuelco político sin igual en la Cataluña contemporánea al robarle la hegemonía a los convergentes. En 2017, con todo a favor y ERC reventando las encuestas, los republicanos optaron por ir al 21D por separado, sin alianzas con los otros independentistas. Con esto se daba el tiro de gracia al PDeCAT y se reforzaba el voto de ERC con un Junqueras 'mártir' en prisión mientras Puigdemont se había ido corriendo a Bélgica aprovechando el fin de semana.
Sin embargo, las cosas no están siendo del todo así. A la subida de Ciudadanos como principal opción constitucionalista en las encuestas -llegando a empatar o superar a ERC- se ha sumado otro repunte que preocupa más a ERC, el de Junts per Catalunya. Con un sentido arácnido que muchos le negaban, Puigdemont se dio cuenta de la importancia que reviste la figura del presidente catalán después de una tradición sujeta por nombres como Macià, Companys, Tarradellas o Pujol. Aprovechando ese capital político -ahí se torna clave la decisión de Mas aquel 9 de enero-, el que fuera alcalde de Girona ha cogido el ejemplo de Emmanuel Macron, como bien ha descrito el periodista Enric Juliana en La Vanguardia. Una lista del presidente trufada de independientes que reclama su legitimidad institucional previa al 155 y que se aleja de cualquier formato de partido. Con este paso, Puigdemont ha ahogado en la bañera a una Convergència que siempre puede volver a nacer, pero ha conseguido cauterizar a ERC y pisarle los talones en algunos de los últimos sondeos publicados. El segundo efecto es que, al robarle votos a los republicanos, es más fácil que el voto independentista se divida aún más y Ciudadanos sea la lista más votada.
Contaba de primera mano hace pocos días el propio Juliana que la plana mayor del PDeCAT -con Mas en cabeza- se quedó atónita tras su primera reunión con Puigdemont en Bélgica. Sin andarse con rodeos, les dijo: "Si no me presento y vais solos a las elecciones, os hundiréis; si me presento como candidato del PDeCAT, podemos sacar veinte diputados; si me presento con mi propia lista, puedo ganar". Enseguida esta legación entendió que era presa de las condiciones de Puigdemont y en una reunión mantenida a la vuelta en un hotel cerca de Barajas decidieron darle todo lo que pedía ya ver qué pasaba después. De momento, parece que surge efecto.
Según han publicado en prensa personas cercanas al entorno de Puigdemont, está cansado de no poder estar con normalidad con su familia desde el "exilio" belga, echa de menos su Girona y aún no sabe qué hacer ante el 21D: sabe que en cuanto ponga un pie en España -o en Francia, se ha sabido sabido estos días- será detenido y comenzará un negro futuro judicial. La otra opción sería, según ha dicho su abogado en televisión, esperar 20 años en Bruselas a que los delitos de los que se le acusan prescriban. Un porvenir turbio que anhela cambiar si es elegido nuevamente presidente con el voto de muchos que le siguen viendo como el 'Mesías' del procés y no como el "Judas" que a punto estuvo de convocar elecciones autonómicas para evitar el 155. Puigdemont aguarda su tercera divina providencia.