
Los que antes eran aliados preferentes han acabado culpándose mutuamente de haber impedido la formación de un gobierno de izquierdas y de haber provocado la repetición electoral. PSOE y Unidas Podemos, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, dos caras de la izquierda española que parecían destinadas a entenderse y que ahora mismo están más lejanas que nunca.
De hecho, estos comicios del 10 de noviembre no han hecho sino acrecentar las diferencias y alejar las posturas entre ambas partes. Sin embargo, cabe recordar que esta historia empezó con Sánchez e Iglesias haciéndose declaraciones de amor político justo después del 28-A.
La ruptura de relaciones llegó el 26 de mayo, con las elecciones municipales y autonómicas, o más bien con la catástrofe sufrida por la formación morada en estos comicios. Hasta entonces, la relación no solo era cordial, sino cercana. Sánchez e Iglesias se mantenían en contacto a diario, con frecuentes mensajes por whatsapp con los que se ponían al día respecto a la situación del país y de sus formaciones, así como compartían chascarrillos. Colegueo en estado puro.
Esta cordialidad no es casualidad. Se vieron forzados a ella el 28 de abril. A pesar de que el PSOE ganaba las elecciones generales, la victoria era agridulce: los 122 escaños obtenidos no eran, ni son, suficientes para amarrar la estancia en Moncloa, y Sánchez estaba obligado a pactar. Paralelamente, se cumplió uno de sus mayores temores, también el de Iglesias: la debacle electoral de Unidas Podemos, que se quedó con solo 42 diputados, impedía una mayoría absoluta de izquierdas.
A pesar de todo, en las semanas posteriores, todo fueron buenos gestos entre Sánchez e Iglesias, convencidos ambos de que nada les impediría gobernar. Tanto que, según ha podido constatar elEconomista, aunque Ferraz lo negó, Sánchez abrió la puerta a un gobierno de coalición que incluyera ministros de Unidas Podemos. ¿De qué carteras se trataría, que competencias tendrían? "Las queremos sociales: Trabajo, Dependencia...", reclamaba Iglesias. Pero Sánchez le pedía paciencia y le emplazaba a junio para cerrar los detalles del acuerdo y de los ministerios.
En junio se torció todo. La comunicación, hasta entonces frecuente y continua, cambió a un formato cada vez más institucional. La formación morada sufre una debacle sin precedentes el 26 de mayo: pierde gran parte de su poder local y autonómico. Para el PSOE, Unidas Podemos ya no era un animal herido al que necesitaba, sino una criatura moribunda de la que se podía aprovechar.
Este cambio de visión llevó a los primeros desencuentros: el presidente en funciones aseguraba a Iglesias que él está de acuerdo en un gobierno de coalición y en ceder parcelas de poder (limitadas) a los de Iglesias, pero que se estaba encontrando con la oposición de los cuadros de Ferraz, lo cual le impedía cumplir sus deseos, un argumento que pudo contrastar este medio.
Sin embargo, el desencuentro al final fue absoluto. La negociación para un potencial gobierno de coalición quedó constreñida a esos plazos días y resultó en un fracaso que eclosionó en una bronca sesión de investidura en la que Sánchez e Iglesias vivieron un nuevo enfrentamiento dialéctico que degeneró en una ruptura definitiva y que, como se demostró en septiembre, fue irresoluble.
La gran ruptura
A partir de entonces, comenzó un juego en el que Unidas Podemos y sus representantes insistían en reunirse con los negociadores socialistas para preparar el terreno para que en septiembre Sánchez fuera investido con un gobierno de coalición mediante. Sin embargo, el líder socialista dilató todo contacto con los morados: priorizó los contactos con la sociedad civil, para dar forma a un nuevo decálogo de medidas que luego ha empleado para presentarse a las elecciones que se celebraron ayer, y con Pablo Casado y Albert Rivera, líderes de PP y Ciudadanos, respectivamente.
Todo esto condujo a una serie de reuniones entre los equipos negociadores capitaneados por Carmen Calvo y Pablo Echenique que no llevaron a ningún lado, sino a constatar el bloqueo a la formación de un gobierno de izquierdas. Tras la ronda de consultas del rey, sucede lo que ya era inevitable desde julio: la repetición electoral del 10 de noviembre.
Más diferencia y ruptura
El camino electoral no ha hecho sino servir de escenario para que tanto PSOE como Unidas Podemos aumenten, todavía más, sus diferencias y enfrentamientos. En todo momento, Sánchez ha recalcado que introducir a miembros del partido morado entre los suyos es inviable dada la desconfianza mutua entre ambas formaciones, sobre todo en lo referente a Cataluña. Bajo su punto de vista, las declaraciones de Iglesias contra la actuación policial durante los disturbios en Cataluña no hicieron más demostrar que su decisión fue la correcta.
Por su parte, el bando morado carga contra lo que considera una progresiva derechización del PSOE. Aunque los de Iglesias mantienen el argumento de que un Gobierno de coalición es posible, también afirman que lo que busca Sánchez es una coalición blanda con los populares. Esto explicaría la progresiva moderación de los socialistas en sus postulados y sus medidas, sobre todo en referencia a Cataluña y lo económico. No gustó nada en Podemos que Sánchez haya decidido apostar por Nadia Calviño como vicepresidenta económica en detrimento de María Jesús Montero, ministra de Hacienda con un importante feeling con Unidas Podemos y que apuntaba a ocupar este puesto.
Las próximas semanas dictarán si la relación entre PSOE y Unidas Podemos es tan irreconciliable como parece o si la política hace magia, aunque no parece que vaya a ser así.