Las elecciones de EEUU terminaron hace una semana, pero la mayoría de la Cámara de Representantes sigue en el aire. ¿El motivo? La extrema lentitud en el recuento de los estados del oeste, con California a la cabeza, el gran bastión demócrata. ¿Cómo una institución que solía dar mayorías aplastantes a un partido ha pasado a estar bailando entre un lado u otro por un puñado de votos?
Hacer comentarios sobre lo que ocurre en las elecciones de EEUU la misma noche siempre es peligroso. Especialmente porque California, un estado casi tan poblado como toda España, cuenta los votos con la velocidad de un perezoso con una lesión en las patas. Los 'frikis' electorales calculan que, cuando se cierre el recuento, Trump habrá quedado por debajo del 50% de los votos a nivel nacional y habrá ganado a Harris por menos de un punto, un margen más que suficiente pero mucho más estrecho de lo que parecía en un primer momento.
Pero lo más sorprendente es que, pese a caer en la presidencia de forma clara, los demócratas apenas han perdido la Cámara de Representantes por un margen minúsculo. Todo apunta a que la mayoría en el próximo Congreso será de cinco escaños para los republicanos... que probablemente baje a tres, si se confirma que dos de ellos dejarán su escaño vacante para entrar en el Gobierno Trump. Tres votos de un total de 435, un margen más estrecho que los 8 que tenían los republicanos hasta ahora o los 9 que tuvieron los demócratas entre 2020 y 2022, que ya de por sí eran números históricamente escasos. Es la mayoría más estrecha desde 1931, cuando los demócratas gobernaban por apenas un escaño de ventaja.
A un pasajero del tiempo que viniera desde hace apenas 40 años, esas cifras le parecerían increíbles. Entre 1931 y 1994, los demócratas mantuvieron lo que se conoció como la "mayoría permanente": 30 elecciones ganadas de 32, 60 años de control de la Cámara Baja, 40 de ellos consecutivos, y normalmente por márgenes de entre 60 y 150 diputados. ¿Cómo era posible?
Los votantes del 'sur profundo'
Que un partido controle casi ininterrumpidamente el Congreso de un país durante seis décadas puede sonar más bien a dictadura que a democracia. Pero lo más sorprendente es que, mientras tanto, el Senado y la presidencia cambiaban de bando constantemente. En otras palabras, no es que los demócratas dominaran la política del país: solo dominaban la Cámara de Representantes.
La explicación tiene varios protagonistas. Pero los más importantes son los votantes de lo que se conoce como el "Sur profundo" del país: los estados que se unieron a la causa confederada en la Guerra de Secesión para mantener la esclavitud. Estos estados perdieron la guerra, pero sus ciudadanos no olvidaron que fueron los republicanos, con Lincoln a la cabeza, los que lideraron a los unionistas y prohibieron la esclavitud.
El resultado es que todos los políticos racistas que, ya que les habían prohibido esclavizar a los negros, querían implantar un sistema de discriminación y apartheid permanente, se pasaron al Partido Demócrata, que ni siquiera durante la guerra había dejado de hacerles guiños. Y todos los votantes blancos se fueron detrás: en los antiguos estados esclavistas del sur, los demócratas se hicieron con el control absoluto y permanente de todo el poder político. Y establecieron un libreto que acabó copiando la Sudáfrica racista: prohibir el voto a los negros, degradarlos a ciudadanos de segunda o tercera clase, y animar a los blancos a seguir votando a los candidatos racistas para perpetuar sus privilegios.
El resultado es que los estados sureños se pasaron décadas y décadas mandando un batallón compuesto exclusivamente por diputados (y senadores) demócratas. Fue lo que se llamó el "sur sólido". Y hacía prácticamente imposible que los republicanos ganaran: ¿cómo iban a hacerlo, si los demócratas empezaban cada elección con casi 100 diputados ya en su marcador antes siquiera de bajar del autobús?
'Gerrymandering'
A eso se suma otra trampa, que los partidos llevan usando desde hace décadas y que sigue funcionando hoy: el llamado 'Gerrymandering'. Este término describe una práctica bastante antidemocrática pero que ambos partidos siguen usando cuando pueden: que los políticos dibujen circunscripciones a propósito para ganarlas. Vamos, que no sean los ciudadanos los que elijan a los representantes, sino que sean los políticos los que elijan a los ciudadanos que les van a votar.
Como en EEUU, los diputados se eligen en circunscripciones con un solo candidato, en las que gana el más votado y el resto no se lleva nada, el truco es muy simple: concentra a los votantes del partido opuesto en una sola circunscripción, que ganen con el 99% de los votos, y distribuye a los tuyos en seis o siete donde ganes con el 55%. Nada de líneas rectas: circunscripciones con formas delirantes y líneas más torcidas que dibujadas por alguien al borde del coma etílico. Divide ciudades, divide pueblos, divide hasta las calles en dos, mete a los vecinos del número 25 en la circunscripción 1, que ellos votan demócrata, y deja a los republicanos del 27 en la circunscripción 2.
Así, prácticamente todos los votos del partido que maneja el lápiz se llevan representación, y casi todos los del rival van directos al cubo de la basura. Y a mitad del siglo XX, apenas había campañas de protesta contra estas trampas, lo que dejaba las manos libres a esos diputados demócratas del sur para dibujar sus mapas electorales a su gusto, y asegurarse de que los pocos votantes republicanos del sur se llevaran entre cero y 1 diputado del centenar que se elegía en esos estados.
Cuando Schwarzenegger fue 'Gobernator'
Aquí hay que volver un momento a California para destacar a 'Gobernator', nada menos que Arnold Schwarzenegger, que cambió para siempre el sistema para dibujar las circunscripciones en su estado y abrió la puerta a las reformas en el resto del país. El actor se presentó como un 'verso suelto' dentro del Partido Republicano, y conquistó un estado tradicionalmente demócrata como California. Y una de sus prioridades fue cambiar el sistema con el que se crean las circunscripciones: en vez de que sean los propios diputados los que se las dibujen a su gusto, sería un panel de expertos que se aseguraría de que el terreno de juego sea justo: que los barrios voten juntos, que los pueblos voten a un diputado común en vez de que cada bloque esté en una circunscripción diferente, y que ambos partidos tengan opciones reales de competir en todas las circunscripciones posibles.
El éxito de Schwarzenegger ha hecho que muchos otros estados sigan el mismo camino: en la última década, estados como Iowa, Misuri, Virginia, Wisconsin o Nueva York han aprobado comisiones, leyes o reformas constitucionales para prohibir los mapas tramposos que le den la mayoría absoluta automáticamente a un partido y hagan imposible que el otro pueda siquiera competir. Todavía hay un largo camino, pero tuvo que ser un actor austríaco el que pusiera la primera piedra.

Si los demócratas controlaban tan claramente el Congreso, ¿cómo no aprovecharon ese poder para aprobar todo su programa electoral a lo largo de esos 60 años?
La realidad es que, aunque los demócratas tuvieran el control, esas mayorías eran más frágiles de lo que parecían. Por un lado, porque el Partido Demócrata era una tensa coalición entre diputados racistas y más conservadores del sur, y diputados más liberales del norte y el oeste, las zonas que estaban en contra de la esclavitud y donde el 'apartheid' sureño no atraía votos.
En la práctica, el centenar de diputados demócratas sureños no tenía problemas para apoyar propuestas republicanas con un tono más conservador. A eso se sumaba que el Congreso es solo una de las tres patas del sistema estadounidense: sin el Senado y el presidente no se podía aprobar nada. Así que cuando los republicanos controlaban alguna de las otras dos patas, había que sentarse a negociar acuerdos que satisficieran a todos. Y cuando los demócratas controlaban todos los resortes, tenían que negociar entre ellos: Jimmy Carter frenó la idea de una garantía pública de empleo para todos los estadounidenses, por ejemplo.
Newt y la Remontada
Lo más extraordinario es que este control permanente resistió al mayor giro en la historia moderna de la política estadounidense: la ley de Derechos Civiles de 1964. Los demócratas, bajo la presidencia nada menos que de un texano, Lyndon Johnson, aprobaron esta ley que prohibía el 'apartheid' y garantizaba la igualdad de derechos de los negros. Pronto, los ciudadanos blancos que antes votaban demócrata como por reflejo se pasaron en bloque a los republicanos, que empezaron a hacer guiños al racismo con la llamada "estrategia sureña" de Richard Nixon, para arrebatar ese bloque a los demócratas.
En una década, los republicanos habían empezado a ganar elecciones en esos estos donde estaban proscritos hasta 1964, muchas veces presentando a candidatos que habían sido demócratas hasta hace nada. Pero un nivel se les resistía: el congreso. Esos estados seguían votando a diputados demócratas en bloque. Y los republicanos no sabían qué hacer.
O no lo sabían hasta 1992, cuando Newt Gingrich se hizo con el control de la desmoralizada minoría republicana. Y llegó con un plan para conseguir lo imposible y ganar las elecciones: polarizar y demostrar una diferencia real con los demócratas. Primero echó a los líderes históricos del partido, que habían aceptado su papel como segundones y meros negociadores sin más poder que el de influir a la mayoría demócrata. Y después aprovechó la fuerza de las cadenas de televisión de noticias que acababan de aparecer, con una incipiente Fox News por bandera, para demostrar que ellos eran diferentes, que había una alternativa a votar lo de siempre. A eso se sumó un tono agresivo y polarizante para animar a sus propias 'tropas'.
Y una subida de impuestos aprobada por Bill Clinton fue la excusa perfecta para desatar una remontada histórica: los republicanos se presentaron a las elecciones de 1994 con el llamado "contrato con América", una lista de medidas que le exigirían a Clinton si ganaban. Y ganaron, por primera vez en dos generaciones. Y la política estadounidense nunca volvió a ser la misma.
El empate infinito
Tras aquella remontada, los republicanos parecían haber dado la vuelta a la tortilla: mantuvieron el poder desde 1995 hasta 2007, 12 años que parecieron infinitos para unos demócratas que nunca se habían visto en la oposición durante tanto tiempo. El hundimiento final del Gobierno de George Bush hijo les devolvió la mayoría, pero ya solo les duró 4 años. Los republicanos la recuperaron durante 8 y la volvieron a perder con Trump.
Y, en ese momento, ocurrió algo que parecía imposible hasta entonces: las mayorías pasaron de ser amplísimas a inexpugnables a ser minúsculas y volátiles. Hasta 2020, los giros políticos eran bruscos, con decenas de escaños cambiando de manos. Una mayoría enorme de uno se convertía en una mayoría enorme de los otros.
Pero la polarización que desató Gingrich, el 'gerrymandering' que se ha hecho cada vez más extremo en los estados que lo mantienen, la concentración de los partidarios de uno u otro partido por zonas geográficas (los demócratas en las ciudades, los republicanos en el campo) y el hecho de que casi todos los votantes apoyen a un mismo partido para todos los cargos posibles, han conseguido que el 90% de los escaños ya vengan decididos antes de ir siquiera a las elecciones. Como ese 'sur sólido', pero por todo el país. Ahora solo una veintena de escaños están realmente en juego en cada elección. Y así no hay quien saque mayorías aplastantes nunca más. Si acaso, tres escaños de margen y gracias.
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