Opinión

Un buen acuerdo, el mal menor o un fracaso estrepitoso

  • La Comisión se ha comprometido con EEUU a cosas que son directamente imposibles
  • La lentitud en la toma de decisiones y la necesidad de la Comisión de contentar a todos los estados miembros es otro serio inconveniente
Fuente: iStock
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M e refiero, ¿cómo no?, al cacareado, pero no publicado, acuerdo comercial entre la UE y EEUU alcanzado en la Casa Club de un campo de golf en Escocia. Por prudencia había pensado esperar a disponer de los textos, pero visto que no llegan y que de vez en cuando el matón de patio de colegio vuelve a las andadas, he decidido escribir mi opinión sobre el tema, a resultas de mejores informaciones y documentos escritos.

1. Las formas de la negociación y del acuerdo. Ya se sabe que en política las formas son importantes, muy importantes, aunque a los nuevos populistas no les interesen. La actuación política y diplomática tiene siempre una liturgia que no se debe olvidar. A partir del acceso del Presidente Trump al poder la Comisión Europea ha mantenido múltiples contactos y conversaciones con la contraparte americana, aparentemente sin resultados tangibles, pero todos se desarrollaron en Washington, dentro de los parámetros habituales de las negociaciones comerciales. Sin embargo, el acuerdo publicitado no se culminó en Washington, ciudad que no ha visitado la Presidenta de la Comisión, ni en la sede de la Comisión, en el edificio Berlaymont, de Bruselas, sino en un país tercero, el Reino Unido, en un sitio privado, propiedad personal del Presidente Trump y la puesta en escena se desarrolló en la Casa Club de un campo de golf propiedad del mismo Trump. A los españoles, que hemos vivido con espanto las negociaciones políticas entre el gobierno y un prófugo de la justicia en Suiza no es algo que nos resulte extraño, pero que tiene la misma catadura.

2. Sectores excluidos. Tanto los productos siderúrgicos como los del aluminio están fuera del acuerdo, por lo que deberán soportar aranceles del 50% hasta que la administración norteamericana decida modificarlos, siquiera parcialmente, por la vía de las exclusiones algunos productos que no se fabrican en EEUU. Me gustaría saber cómo casa esta rendición con las palabras grandilocuentes de la Comisión que va a poner en marcha un plan de acción para el acero y otros metales. También me gustaría saber cómo van a explicar la situación los comisarios de Industria, el VP Sejourne, el de Comercio, Šef?ovi, y la VP Ribera a las empresas y trabajadores de la siderurgia europea, particularmente relevantes en sus respectivos países de origen.

3. Transparencia. La transparencia parece, de lejos, la peor parte del acuerdo, si es que lo hubo. Al día de hoy no hay textos vinculantes, tan solo notas de prensa, declaraciones altisonantes y, recientemente, una bravuconada del Presidente Trump. Parece ser que el acuerdo se fraguó con muy poco tiempo y que el Comisario Šef?ovi, encargado teóricamente del asunto, fue orillado por el Director de Gabinete de la presidenta Von der Leyen, que solo ha mantenido informado puntualmente, ¡oh casualidad!, al primer ministro alemán. Como el tema está lejos de estar cerrado, nos hemos enterado, por los medios, que tanto la Comisión como los negociadores norteamericanos están cerrando ahora los texto del acuerdo. Esta mañana he podido oír a un experto en Onda Cero que decía que la hoja de negociación de los americanos cabía en un folio. Imagino que en letras muy grandes, porque era muy simple: rendición total, como así se hizo por parte de VDL y su equipo

4. Participación de los Estados Miembros y el papel de la Comisión. Conviene recordar que la Comisión tiene la exclusividad de la negociación, pero después de recibir un mandato de los estados miembros, a los que debe mantener puntualmente informados. Al igual que en "rebelión en la granja" todos los estados miembros son iguales, pero unos son más iguales que otros. Hay que reconocer las dificultades objetivas de la Comisión, sometida a múltiples presiones por una buena parte de los estados miembros en lo que se refiere tanto a los términos de la negociación como a la preparación de la lista de medidas compensatorias. No lo tenía fácil, pero el resultado es lisa y llanamente un desastre.

5. Lo que no puede ser es imposible. La Comisión se ha comprometido con EEUU a cosas que son, directamente imposibles: la exigencia norteamericana de comprar gas e a ese país choca con que no es la Comisión quien debería comprar, sino las empresas individuales, y las nuevas amenazas del matón de patio de colegio: "comprarán lo que yo quiera y a quién yo les diga" solo muestran la extrema debilidad de la posición europea en todo el proceso. A veces hay que plantarse, y apaciguar a un adversario embravecido no es siempre la mejor opción.

6. El tiempo del proceso. Cuando el Presidente Trump proclamó a todos los vientos lo que él denominó como día de la liberación, algunos países se plantaron, los mercados se vinieron abajo mientras que la UE, por cobardía, desidia u otros motivos más inconfesables, se declaraba abierta a la negociación y suspendía las medidas compensatorias que había anunciado. A la vista del resultado obtenido, mucho peor que el que obtuvo el Reino Unido, cabe asegurar que la alternativa elegida por la UE fue un rotundo fiasco.

7. Un somero análisis DAFO de la situación. Fortalezas. La Comisión cuenta con un equipo negociador muy potente, como ha demostrado a lo largo del os últimos años, tanto en relación con Canadá, como con Mercosur y otros países. Esa fortaleza choca, sin embargo, con dos temas: los requisitos autoimpuestos que se derivan de lo que la historia denominará el mandato Timmersman, que desvirtúan los acuerdos comerciales extendiendo su cobertura a otros asuntos en los que la UE rezuma un cierto colonialismo cultural. Por otro lado, la lentitud en la toma de decisiones y la necesidad de la Comisión de contentar a todos los estados miembros (a unos más que a otros, como ya he dicho antes) es otro serio inconveniente.

Oportunidades. La oportunidad de encontrar nuevos mercados es, lisa y llanamente, una utopía. Nadie en su sano juicio puede esperar que las empresas europeas renuncien al segundo mercado libre el mundo, después del europeo, y que nuevos acuerdos comerciales sean capaces de canalizar las exportaciones que hoy se dirigen a EEUU. Los españoles podemos estar contentos porque esta nueva situación, y la desesperación de Alemania para encontrar mercados a sus coches, puede conseguir que, después de 20 años se culmine el acuerdo con Mercosur, orillando el proteccionismo miope francés e irlandés. Pero reto a los biempensantes de Bruselas a que me citen un par de ejemplos realistas de nuevos acuerdos comerciales que tengan un impacto real en la economía europea, salvo que el reciente acuerdo con Nueva Zelanda les parezca el mejor ejemplo de ello.

Amenazas. La principal amenaza que se cierne sobre la UE, y no solo la UE, es la actitud del actual gobierno norteamericano, una mezcla explosiva de populismo aislacionista, trufada con un desprecio absoluto a cualquier discrepancia, por nimia que sea, de la senda elegida, en cada momento, por el Presidente Trump.

Debilidades. La mayor debilidad reside en la propia UE, constreñida entre unos estados miembros muy celosos de sus competencias y una Comisión políticamente débil en la que solo hay una reina y el resto son meros figurantes. De nada sirve encumbrar como nuevos santos laicos a Draghi y a Letta si, al final, nada se termina. La UE ha sido una historia de éxito, pero para pervivir necesita urgentemente un Delors, incluso un Juncker, pero no los que hoy están al frente de la Comisión, salvo que el Presidente Costa, el único político del campo socialdemócrata con prestigio y solvencia política, se decida a dar un paso al frente.

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