
Hace unos días tuve el honor de participar en el I Congreso de Descarbonización y Sostenibilidad de la Asociación Nacional de Empresas y Servicios Energéticos y, de entre los valiosísimos aprendizajes que me llevé, la principal lectura que saqué de la cita es que la descarbonización es irreversible. Por ello, comparándola con las conclusiones definitivas de la COP 28, quiero ser optimista respecto al presente y futuro.
En primer lugar, es de valorar el esfuerzo por no cerrar en falso la cumbre mundial del clima e incluir de manera explícita, por primera vez en sus tres décadas de historia, una referencia al abandono progresivo de los combustibles fósiles.
Estos días he podido leer opiniones optimistas y pesimistas después de esta cumbre del clima. Los más derrotistas critican la falta de concreción y de objetivos tangibles para dejar atrás carbón, petróleo y gas natural como principales fuentes de energía, a pesar de esa referencia tácita.
Es cierto que en la COP 28 no se ha establecido una hoja de ruta específica que comprometa a las casi 200 partes (197 países y la Unión Europea), y que celebrar la cumbre del clima en un país productor de petróleo puede parecer como celebrar un congreso de neumología oncológica en la sede de una multinacional del tabaco, pero también puede percibirse como una señal de que el camino es irreversible y, por tanto, deben implicarse en la transición. Y, además, yo personalmente prefiero ver el vaso medio lleno.
Y es que en esta edición se ha incluido la primera referencia textual al fin de los combustibles fósiles en un contexto muy complicado, con varios países muy poderosos cuya economía depende a día de hoy de las fuentes de energía tradicionales, incluido el propio organizador de esta edición, Emiratos Árabes Unidos.
Asimismo, con el objetivo de reducir a cero neto las emisiones contaminantes en 2050, y aunque sea un horizonte menos lejano de lo que parece, salir de la COP 28 con un trazado claro y meridiano firmado por todos los países era una utopía. Por ello, el primer paso de comprometerse explícitamente al abandono paulatino de las fósiles es una buena noticia. De hecho, parece inevitable una transición a dos velocidades, siendo más lenta la de aquellos agentes cuya actividad desaparece o se hace inviable con la revolución industrial que se avecina.
En medio de todo esto quiero destacar el papel de Europa en la transición energética. Y no sólo a nivel institucional, con la UE como representante de sus ciudadanos. Me gustaría ensalzar el rol activo de los europeos de a pie y de las empresas, comprometidas y convencidas de que en este camino no hay retroceso posible. Quienes llevamos décadas trabajando y promoviendo energías limpias somos la vanguardia mundial de un cambio imparable, porque las generaciones jóvenes y las venideras tienen integrado el gen de la sostenibilidad y ya podemos decir que son nativas sostenibles.
Sin embargo, en el corto plazo sigue habiendo retos que debemos afrontar y que sí empiezan a dibujar cómo debe ser el camino a recorrer. El más inmediato en Europa tiene que ver con la gestión del almacenamiento y la demanda. Nuestra sociedad está cambiando ya la forma en la que nos proveemos de energía y ello nos obliga a cambiar el sistema eléctrico por completo. Lo estamos haciendo bien, pero no debemos despistarnos para conseguir los objetivos de reducción de emisiones y de disponibilidad de energía sostenible en 2030.
Así, la COP 28 deja un mensaje muy claro: el único camino posible para todas las partes es el de la sustitución de los combustibles fósiles por energías limpias. Si bien a estas alturas es extremadamente difícil acordar medidas concretas y vinculantes, que por primera vez en casi 30 años todas las naciones tengan eso claro y lo pongan de manifiesto de manera consensuada es un gran avance, aunque la velocidad del cambio climático siga exigiéndonos trabajar sin descanso en esta transición energética.