Opinión

La 'Fauda' que envuelve a Israel y Palestina

  • El conflicto es un círculo vicisioso desde 1987 por la posición de "todo o nada" por las partes
Fuerzas Armadas de Israel. REUTERS

Israel, marzo de 2016. Pasé dos noches en el Hotel Ron Beach del Lago Tiberíades, en frente, los Altos del Golán, territorio ocupado por Israel. Si bien visitaba el país en un momento de aparente calma, recuerdo pasear por los jardines que lindaban con la ribera del lago, oír tiros y ver haces de luz brillantes por la noche. El sentimiento era estremecedor. Según los organizadores del viaje, nada de lo que preocuparse. Efectivamente, el viaje se produjo sin incidentes.

La vida en los territorios ocupados volvió de nuevo a mi mente viendo el final de la cuarta temporada de la serie israelí Fauda (caos en árabe). En ella se puede ver el complejo entramado de espionaje que incluye una enmarañada red de colaboradores, incursiones en el terreno, detenciones e interrogatorios por parte del Servicio de Inteligencia israelí con la finalidad de neutralizar cualquier amenaza a la integridad del Estado proveniente de Palestina o Gaza.

El conflicto palestino-israelí no puede entenderse a base de clichés, del blanco o negro, ya que, en realidad, hay infinitos grises y ambigüedades. Es imposible posicionarse en el lado de los buenos o en contra de los malos.

Tras el fin de la Primera Guerra Mundial y la desintegración del Imperio Otomano, la región de Palestina pasó a estar bajo mandato británico hasta 1948, año de creación del estado de Israel. Ya la Declaración Balfour en 1917 auguró la acogida de un "hogar nacional para el pueblo judío" que se materializó en un éxodo hebreo a la Tierra Prometida sin precedentes hasta el final de la Segunda Guerra Mundial que tensionaba gravemente la convivencia en una zona mayoritariamente de población árabe.

En 1947, el Comité Especial para Palestina, no formado por ninguna gran potencia, abordó la tarea dejando cualquier pragmatismo de lado haciendo que la división propuesta del territorio fueran unos límites tortuosos que hacían muy complicada la gobernanza para dos posibles estados, máxime enemistados. En este contexto, Israel realizó un movimiento astuto de proclamación de independencia amparado por la propia Naciones Unidas.

No se puede negar el shock que debió producir en los Aliados conocer la crudeza del genocidio nazi y a raíz de él, un inmenso sentimiento de culpabilidad y de búsqueda de resarcimiento (moral) hacia el pueblo judío. Con ello, no quiero decir que la creación del Estado de Israel fuera fruto de un sentimiento de culpa, pero el Holocausto sigue siendo un tema muy sensible que hace que muchos países occidentales tengan, todavía, sentimientos encontrados con todo aquello que perturbe al pueblo judío.

Desde la Guerra de los Seis Días en 1967, la cuestión se ha vuelto un círculo vicioso, ya que el problema de raíz está tan enconado al buscar ambas partes un "todo o nada": la destrucción del Estado de Israel o la eliminación de cualquier amenaza que ponga en peligro al Estado israelí.

Es verdad que nadie tiene una bola de cristal para saber si la situación sería distinta si desde 1948 existieran los dos Estados. Aquí el pueblo palestino tuvo la oportunidad de poder contar con una mayor legitimidad en términos de Derecho Internacional, al convertirse en un Estado soberano. Probablemente, no habría ninguna diferencia de facto porque si de algo carece el Derecho Internacional Público es de coercitividad, ante la falta de algún ente que garantice su cumplimiento.

No obstante, lo que sí está claro es que los discursos legitimadores de cada causa serían muy distintos si existieran dos Estados. Al menos, como punto de partida, habría un claro representante por cada una de las partes con unos intereses legítimos amparados por el Derecho Internacional (más allá del respeto a los derechos humanos) para poder sentarse en una mesa de negociación. Ahora mismo, Palestina, si fuera estado soberano, sería un failed state o estado fallido, ante la ausencia de un control efectivo en la zona por parte de la OLP, ya que esta se ha convertido en una marioneta en manos de Hamás.

Por tanto, abordar la creación de un estado palestino carece de todo sentido actualmente. Máxime cuando la comunicación entre judíos y palestinos no ha sido tan fluida como lo fue en época de Rabin o Peres como primeros ministros israelíes (no debemos olvidar que en 1994 España fue testigo de un almuerzo organizado en Zarzuela entre el Rey Emérito, Yasser Arafat e Isaac Rabin).

Los fundamentalismos no tienen ningún reparo hacia la población civil y su instrumentalización como escudo humano. En este caso, esperan acrecentar las asimetrías y desestabilizar el mundo actual del que emergen poderosos agentes y zonas que aglutinan mucho poder, es decir, mucho dinero, como son los países del Golfo pérsico.

Los intereses económicos en juego marcan lo mucho que hay que perder si la inestabilidad se acrecienta y extiende. El dinero es el verdadero y principal agente moral en cuanto a política internacional se refiere. Por ello, tras la minuciosa labor de blanqueamiento realizada por los países con mayoría suní del Golfo como son Arabia Saudí, Qatar o Emiratos Árabes Unidos de cara a Occidente, estos son los mayores interesados en ponerse de perfil (al menos públicamente, ya que el líder de Hamás se encuentra exiliado en Qatar) desmarcándose del apoyo incondicional de la minoría chií a la causa Palestina (que incluye a Irán y otras organizaciones paramilitares terroristas como Hezbolá).

Ante esta situación, es complicado vislumbrar un escenario en el que el resto de países musulmanes declaren un apoyo explícito y absoluto a la causa palestina. Siendo, de esta manera, el efecto contagio una amenaza regional a las zonas limítrofes de Israel con otros países vecinos como El Líbano o Jordania.

La amenaza mutua entre Israel y Palestina ha sido, es y, será una continua apertura de nuevas brechas, dolor y rencor, mucho rencor. Lo cual no deja de ser la semilla de más odio, enfrentamiento y confrontaciones futuras. Difícil es imaginarse una solución definitiva a largo plazo que ponga término a la Fauda del mundo real que desgraciadamente ha traspasado la ficción.

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