
La COP28 que se celebra en Dubái se enmarca en un contexto de urgencia climática sin precedentes, ya que se prevé que 2023 sea el año más caluroso jamás registrado. Sin embargo, aumenta el escepticismo en cuanto a los resultados que puede aportar esta COP. Para empezar, es la primera COP que acoge un gran país exportador de petróleo y gas y que preside el director general de una petrolera. Circunstancias que, como era de esperar, han desatado profundos temores sobre el lavado verde y el conflicto de intereses entre la comunidad climática mundial. En segundo lugar, tiene lugar en medio de dos grandes conflictos, cuyo impacto en las alianzas internacionales tendrá probablemente ramificaciones en las negociaciones sobre el clima. Y en tercer lugar, Dubái es la primera COP en la que se debatan los resultados de la Evaluación Global (GST), que examina el progreso de las Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC) de todas las partes de la conferencia y se espera que ponga de manifiesto la enorme brecha existente entre los esfuerzos actuales y los ambiciosos objetivos necesarios para limitar el calentamiento global. Por tanto, esta conferencia exige una atención especial para los debates clave que darán forma a la acción climática mundial en el futuro.
El debate sobre la mitigación sigue siendo un tema polémico en la COP28, especialmente en torno al uso de combustibles fósiles: algunas partes (incluida la UE) abogan por una eliminación total y otras (encabezadas por Estados Unidos) apoyan una reducción progresiva de los combustibles fósiles, complementada con la captura y almacenamiento o utilización de carbono. Las partes deben dejar de lado sus divergencias y acordar una redacción mucho más clara y eficaz que las disposiciones genéricas para impulsar la "energía de bajas emisiones" alcanzadas en la COP27. El acuerdo parece al alcance de la mano para establecer un primer objetivo mundial de energías renovables, como demuestra que la UE, China y EEUU ya han adoptado el objetivo mundial de triplicar su capacidad para 2030. Por otro lado, la propuesta de duplicar las mejoras en eficiencia energética para 2030 se enfrentará probablemente a la oposición y difícilmente formará parte del texto final. Otro tema de debate es la agricultura, que contribuye de forma significativa a las emisiones de gases de efecto invernadero, pero que hasta ahora se ha mantenido en gran medida al margen de las políticas nacionales de mitigación. Se espera que esta COP28 se centre especialmente en los sistemas alimentarios y la integración de prácticas agrícolas sostenibles en los planes de acción climática. Esto debería incluir la promoción de una agricultura climáticamente inteligente, la reducción de las emisiones derivadas de la deforestación y de los cambios en el uso de la tierra, y la mejora del secuestro de carbono en los suelos agrícolas. Los debates también ponen el foco en las técnicas innovadoras para una agricultura sostenible, el papel de la tecnología en la reducción de las emisiones agrícolas y la importancia de alinear las políticas agrícolas con los objetivos climáticos.
Esta COP también tiene la misión de zanjar el debate sobre los obstáculos tecnológicos y financieros a la transición, especialmente en los países en desarrollo. De hecho, la financiación es un punto de fricción permanente en las negociaciones sobre el clima. A pesar de que los países ricos se comprometieron en 2009 a movilizar 100.000 millones de dólares anuales de aquí a 2020 para apoyar la acción climática en los países en desarrollo, este objetivo aún no se ha alcanzado. La COP28 tiene que abordar este déficit de frente, presionando para conseguir más apoyo financiero mediante el cumplimiento de los compromisos anteriores y sentando las bases para establecer nuevos objetivos financieros más ambiciosos para 2024.
El compromiso no sólo implica financiación, sino también restablecer la confianza y la equidad entre las naciones desarrolladas y en desarrollo. Otra cuestión polémica es la puesta en marcha del fondo para pérdidas y daños establecido en la COP27. Aunque se alcanzaron acuerdos iniciales, persisten debates sin resolver sobre la elegibilidad, los contribuyentes, la ubicación y el tamaño del fondo. No llegar a un acuerdo sobre estos puntos supondría un importante fracaso de la COP28. Además, cada vez hay más voces a favor de reformar las instituciones de Bretton Woods, como el Banco Mundial y el FMI, para adaptarlas mejor a los objetivos climáticos y de desarrollo sostenible. Por último, la brecha entre la necesidad y la disponibilidad de financiación para la adaptación es otro punto conflictivo. Se espera que la COP28 se centre en la adaptación, especialmente con la adopción prevista de un Objetivo Mundial de Adaptación en Dubái, que ofrecerá un marco para establecer objetivos y hacer un seguimiento de los avances en los esfuerzos de adaptación.
En conclusión, como cada COP anterior, la conferencia de Dubái es un campo de pruebas clave del compromiso mundial para luchar contra el cambio climático. Y al igual que las demás COP, es probable que termine con un resultado desigual que será celebrado por unos y criticado por otros. El éxito depende de varios factores, entre los que destacan la aceleración de la acción climática en respuesta a los resultados del GST; el acuerdo sobre un calendario claro para eliminar progresivamente los combustibles fósiles y respaldar con el apoyo financiero adecuado un nuevo objetivo de triplicar la capacidad de las energías renovables para 2030; colmar el déficit de financiación climática; y la plena operatividad del fondo de pérdidas y daños. No alcanzar estos objetivos no sólo socavaría la acción climática mundial, sino que cuestionaría el papel que la cooperación internacional puede desempeñar en la lucha contra el cambio climático. Tal fracaso representaría, sin duda, el mayor revés de todos.