
El dato adelantado de inflación de abril supone reducir levemente el enorme susto de la inflación de marzo, pero muestra con toda su crudeza hasta qué punto vamos a sufrir durante bastante tiempo un proceso inflacionista extraordinariamente perjudicial para familias y empresas. El indicador clave es la inflación subyacente, la cual se sitúa en este mes en el 4,4% interanual, marcando máximos relativos de los últimos años.
Lo que hasta ahora era el comodín para pensar que la inflación era un fenómeno pasajero, ahora está indicando hasta qué punto puede enquistarse en la economía. Si bien la inflación subyacente se construye como un estadístico que teóricamente resta a la inflación general los componentes más volátiles como la energía y los alimentos no elaborados, en realidad es un indicador retrasado de precios que actúa como tendencia a medio plazo y sirve para medir hasta qué punto shocks externos como la subida de los precios de las materias primas están repercutiendo directamente en el consumo final y qué dinámicas de subidas de otros productos y servicios paralelos está desencadenando.
Esto último es lo que solemos llamar "efectos de segunda ronda", es decir, la correa de transmisión de la inflación en los márgenes empresariales y el efecto combinado con los impuestos (de ahí la importancia de deflactar bases y tipos impositivos), las restricciones de mercado (problemas de suministro como los más de 400 buques a la cola del puerto de Shanghái) y el marco regulatorio como la indexación de los salarios y la negociación colectiva. Más allá de conceptos como "efecto base" o "efecto escalón" que hacen que la proporción de subida o bajada sea distinta, el hecho es que la inflación nunca es un fenómeno inocuo, provoca daños estructurales y determina la toma de decisiones como actuar sobre los márgenes incrementando precios y, en algunos casos, de manera más que proporcional para compensar el tiempo que los empresarios han soportado las subidas de precios sin poderlas repercutir a sus clientes.
Espejo para las empresas
Precisamente, es la inflación subyacente el mejor espejo en el que mirar qué está pasando en las estructuras de costes de las empresas y hasta qué punto los planes de negocio se ven alterados para intentar amortiguar los efectos perniciosos de la inflación y la incertidumbre que lleva consigo. Esperemos que esto haga reaccionar al BCE, ya que no tiene excusa para seguir diciendo que la inflación es un shock energético transitorio que no se puede arreglar con medidas de política monetaria. Lo mismo lo propio con la política fiscal.
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