Perplejidad y desconcierto. Así definía un dirigente empresarial la sensación que existe en la CEOE y entre el colectivo de empresarios ante la tragicomedia en la que las dos facciones del Gobierno han convertido el enfrentamiento interno sobre el futuro de la reforma laboral. Percepciones similares a las que, quienes tienen acceso a los entresijos de la Comisión Europea, cuentan que aquejan al comisario europeo de Economía, el italiano Paolo Gentiloni, quien regresó a Bruselas, entre atónito y perplejo, además de con más dudas de las que tenía antes de su encuentro con el presidente Sánchez y la vicepresidenta Calviño para interesarse sobre el cumplimiento de las reformas comprometidas para recibir los fondos europeos de reconstrucción.
Porque en Bruselas preocupan especialmente los retrasos en las reformas comprometidas en el sistema de pensiones y el mercado laboral, con la atención centrada en esta última, clave para las autoridades comunitarias que no están dispuestas a retroceder a escenarios de rigidez y burocratización en un país que lastra al conjunto de la UE con la segunda mayor tasa de paro de todos los estados miembros y la mayor en desempleo juvenil.
Un esperpento en su más acertada acepción valleinclaniana la que vivió el comisario Gentiloni con episodios de melodrama vergonzante como el ver a un portavoz del partido mayoritario del Gobierno declarando que ni ellos ni su Presidente tenían información de las negociaciones sobre esa contrarreforma laboral, y pidiendo casi con humillación al socio podemita que les remitiera información sobre el asunto.
Un colofón a la reunión de ambas formaciones coaligadas, en la que ni se llegó a un acuerdo ni todavía saben que es lo que se pretende hacer con la reforma, si derogarla o maquillarla sólo en algunos puntos concretos para no dejar a Yolanda Díaz con el culo al aire, pero sin salirse de las pautas que les marcan los jefes de Bruselas que son los que tienen la sartén del dinero por el mango y que ya han avisado de que la firma de los empresarios en la propuesta de es condición sine qua non para que el dinero de los fondos venga a España.
Y para que esa firma sea posible desde la patronal que preside Antonio Garamendi han trazado dos líneas rojas que no van a traspasar, la limitación a un 15 por ciento en el número máximo de contratos temporales en una empresa y los límites a la subcontratación, es decir los principales mecanismos que garantizan la flexibilidad del mercado laboral y la competitividad. Si estarían dispuestos a ceder en la ultraactividad de los convenios, la prevalencia del convenio sectorial sobre el de empresa y la reforma de las políticas activas de empleo sin tocar la formación.
Cierto es que Yolanda Díaz está en su derecho de exigir a Pedro Sánchez que cumpla con sus compromisos, en el acuerdo de gobierno primero y en las negociaciones presupuestarias de 2020 después, de derogar íntegramente la reforma laboral de Rajoy. Pero ahora se da cuenta, y ha tardado, de que fiarse de la palabra de Sánchez es de una ingenuidad rayana en la simpleza. El mismo Sánchez que dijo que jamás podría dormir con Podemos en el Gobierno para después encamarse después con ellos, o que aseguró que jamás pactaría con Bildu y ahora es socio preferente.
Los movimientos de última hora, colocando a Nadia Calviño y José Luis Escrivá como supervisores y comisarios políticos del PSOE en las negociaciones para la reforma apuntan a que Sánchez, como acostumbra, obedece al instinto de supervivencia, y voces autorizadas próximas al Presidente aseguran que el protagonismo de Yolanda Díaz se limitará más a las formas y a la imagen que a los contenidos, y que estos no diferirán mucho de lo que Calviño ha prometido en Bruselas para recibir los fondos.
Porque Sánchez se encuentra ahora ante el dilema de elegir entre la demagogia y el pragmatismo. Es decir que, o hace las reformas que le exige Bruselas, y como se las exige, o pierde los fondos que precisa como el aire para seguir vivo en La Moncloa. Necesidad obliga, y en este caso más que obliga ahoga, mientras se agota el tiempo para ponerse el salvavidas.