
¿Estamos ante una crisis energética? Según el INE, la gasolina ha subido un 22%, el diésel un 23% y la luz un 44% en lo que va de año. Además, el gas está en máximos históricos en los mercados internacionales. Cuando los precios de todas las energías han subido drásticamente en los últimos meses, hay pocas dudas de que estamos ante una crisis energética. Si estos incrementos tienen lugar en todas partes, entonces, necesariamente, la crisis no es exclusivamente española, sino mundial.
Las causas de una crisis global, evidentemente, también son globales. En primer lugar, estamos ante un coletazo de la Pandemia. Durante la Pandemia, debido a las restricciones de movilidad, se consumió mucha menos energía; pero afortunadamente la recuperación está siendo más rápida y vigorosa de lo previsto. Por esa razón, tenemos una demanda superior a la oferta, lo que se ha visto en múltiples sectores, como metales, semiconductores... y no sólo en la energía, pero también en la energía.
Pero, además, la Pandemia también ha producido daños estructurales en la economía: hay empresas, normalmente muy apalancadas, es decir muy endeudadas que no han podido hacer frente a la contracción de la demanda. Cuando ha vuelto la demanda, la oferta se enfrenta a mayores carencias. Esto se ha visto, como contábamos hace unos meses, en el sector energético con algunas empresas que extraen petróleo y gas no convencionales, explotando rocas, mediante la técnica denominada "fracking".
Por eso, conforme se ha retomado la actividad, tenemos más demanda de gas y de derivados del petróleo y menos oferta. Hay que tener en cuenta que el gas se almacena bastante peor que el petróleo (piensen en lo que pasó con el depósito del Castor), con lo que hay menos reservas cuando llega lo más crudo del crudo invierno.
Esto explica una parte del disparatado incremento del precio del gas, que es con mucho la energía cuyo precio se ha incrementado en mayor medida, pero no todo. La otra parte del problema es el cambio del modelo energético en todo el mundo. El gas no es una energía limpia; ya que, al quemarlo, para calentarnos o para producir electricidad en una central de ciclo combinado se emite CO2, pero es mucho más limpio, y eficiente, que quemar carbón. Por esa razón, el gas natural es la energía de la transición ecológica.
En los últimos años, los países industrializados han reducido sus niveles de emisión de CO2, por varias razones, casi todas ellas ligadas al progreso tecnológico. Pero quizás la más relevante, es porque se ha reducido el carbón en el mix de producción de electricidad. Si bien, en algunos casos, se han sustituido centrales térmicas de carbón por renovables. Pero incluso en ese caso, se sigue necesitando una energía de respaldo cuando no hay sol o deja de soplar viento. Y si no hay carbón, que tiene que pagar más derechos de CO2, ni una producción masiva hidroeléctrica o nuclear, sólo queda el respaldo del gas natural.
Hemos disfrutado de unos años con tarifas eléctricas relativamente baratas porque el gas era barato. Y el gas era barato, al igual que el petróleo, por el uso masivo del fracking en Estados Unidos y Canadá. Por eso, por ejemplo, Estados Unidos pasó a ser exportador neto de petróleo, y también, al mismo tiempo disminuyó, antes de la Pandemia, sus emisiones, porque pasó a utilizar gas en lugar de carbón para su mix eléctrico.
Todos pensamos que la transición ecológica es una cuestión global. No sirve de nada que los países más industrializados reduzcan sus emisiones, si estas menores emisiones se compensan con más emisiones en India y China. Por esa razón, que China, el país más poblado del mundo y el que más emite CO2, se haya incorporado a la transición ecológica es una gran noticia. Pero esto, también tiene sus costes, que también son globales; y no sólo para China que, a la vista de la crisis climática se está replanteando sus compromisos medioambientales.
Si China, y en general el sudeste asiático necesitan sustituir el carbón que queman para calentarse y producir electricidad, por gas natural, tendremos una demanda elevada de gas durante muchos años. Estos precios serán más elevados en el invierno, y eso es lo que estamos viendo ahora mismo, pero es probable que, en primavera, cuando desciendan, sigan siendo más elevados que este año y el anterior.
Por supuesto, en Europa nos seguiremos enfrentando a un precio creciente de los derechos de CO2. Ésta es la estrategia de la Comisión Europea para descarbonizar la economía y, está llevando a unos precios superiores de la electricidad. El Banco de España calculaba en un informe de hace unos meses que los derechos de CO2 eran responsables de un 20% del incremento del precio de la electricidad, de forma directa. Pero en general, el proceso de transición ecológica es una internalización masiva de costes que antes no se pagaban. Y esto supone, también, que mientras dura (y son décadas) se incremente la demanda de gas para sustituir, por ejemplo, al carbón.
Éste es el panorama al que nos enfrentamos. Sobre el problema más grave, el del gas, al igual que ocurre con el petróleo, no hay mucho que se pueda hacer a nivel interno. De hecho, es incluso peor, porque resulta clave no ya el tema de los precios, sino simplemente garantizar el suministro. Por ejemplo, la mitad de nuestro consumo de gas procede del suministro de los dos gasoductos argelinos. A través de unos de ellos, el Magreb-Europa, Argelia dejará de enviar gas a España y Portugal a finales de mes, debido a la ruptura de relaciones con Marrueco. Otro ejemplo es el suministro alemán que depende de Rusia, lo que también lleva a complicaciones geopolíticas.
Finalmente, sobre la electricidad, la cuestión es más compleja porque está muy condicionada por la estructura del mix y la dependencia del gas, entre otras cuestiones. ¿Debería cambiar la estructura del mercado la Unión Europea? No hay una respuesta sencilla porque hay muchos factores en toda esta crisis energética que no son coyunturales, sino estructurales. En consecuencia, un abaratamiento de la energía eléctrica sólo es posible con mayores inversiones, para tener una mayor producción, y, sobre todo con progreso tecnológico. Estas inversiones sólo se darán si hay seguridad jurídica y expectativa de rentabilidad. Y el progreso tecnológico es fundamental para poder almacenar la energía eléctrica con baterías recargables más duraderas y de menor coste. Esto permitirá abaratar de verdad el recibo eléctrico porque se reducirá el coste de respaldo de las energías renovables, al necesitar menos gas y carbón.
El problema de la influencia del precio del gas en la tarifa eléctrica no es el mercado marginalista, o al menos no sólo, sino también el coste del respaldo de energías intermitentes, las renovables salvo la hidroeléctrica, y la obligación de satisfacer toda la demanda.
Hace meses ya advertía desde estas mismas páginas que esta subida de precios energéticos era estructural y que una solución completa a corto plazo del incremento drástico de precio de la luz, que se está produciendo en toda Europa no era factible sin crear problemas mayores. Como en tantas otras ocasiones, como hoy también, me gustaría estar equivocado y que esta crisis energética sea pasajera y se resuelva sola.
La única solución parcial a corto plazo consiste, al menos en mi opinión, en reducir, temporalmente, el precio de los derechos de CO2. También habría que reducir cargas fiscales y regulatorias, todo lo posible, y más tiempo del que nos gustaría a efectos presupuestarios, en la electricidad. La razón es que, si el precio de la electricidad sigue subiendo, incluso más que otras energías, no sólo tendremos más inflación y menos producción industrial por falta de rentabilidad, sino también menos transición ecológica, que al menos en parte, pasa por electrificar, lo que no va a pasar con estos niveles de precios.