
Repite la sabiduría popular eso de "dime de qué presumes y te diré de qué careces". Un aforismo que bien puede aplicarse a ese avance de presupuestos del Estado para el año próximo que, en forma de techo de gasto y cuadro macroeconómico, nos ha vendido el Gobierno bajo el eslogan de presupuestos para la recuperación. Recuperación, sí; de su imagen y de la intención de voto, que no de la economía. Porque si hubiera que definir en un solo titular el proyecto presentado por las ministras Calviño y Montero, responsables de la Economía y la Hacienda, respectivamente, no habría duda en afirmar que estamos ante una orgía de gasto para intentar dar la vuelta a las encuestas.
Una propuesta económica populista de 196.142 millones de euros acompañada de una oferta histórica de empleo público, del compromiso de subir el salario mínimo -en contra de los empresarios y de las recomendaciones de Bruselas- y de un cuadro macroeconómico que basa la recuperación únicamente en el consumo y el gasto de las familias, sin alusión alguna a la corrección de los desequilibrios, a las reformas estructurales y a la competitividad. Aspectos estos que, a imitación de lo que hiciera en la anterior crisis su mentor Rodríguez Zapatero, Sánchez deja al siguiente gobierno para que arregle los desaguisados.
Tanto las propuestas contenidas en el documento como las explicaciones de las ministras apuntan que el Gobierno apuesta por un patrón de crecimiento consumista en un contexto de inflación y de eliminación del ahorro. Las cifras avanzadas muestran cómo el 96 por ciento de ese 7,0% en que se estima crecerá el PIB en 2022 corresponden a la contribución de la demanda nacional, es decir la inversión y el consumo público y privado. Nada menos que 6, 7 puntos porcentuales mientras que la contribución del sector exterior se reduce a poco más de dos décimas.
Cierto es que el Banco de España reconoce que existe una demanda de consumo privado latente derivada de las restricciones de movilidad. Pero también lo es que el reciente informe del Fondo Monetario Internacional (FMI) en sus favorables previsiones sobre la economía española, advierte que la recuperación está condicionada a la evolución de la pandemia, y los datos actuales de incidencia junto con los avisos de las autoridades sanitarias actuales invitan más a la prudencia que a la euforia. Todo esto en un país con un déficit público del 10,97 por ciento del PIB, una deuda que supera el 125 por ciento de nuestro producto interior y con un desempleo real que supera los cinco millones de parados, a pesar de la mejoría de la EPA pero que puede enturbiarse en la segunda mitad del ejercicio si se consolidan los datos avanzados por Axesor sobre el sector de la hostelería que constatan un "annus horribilis" para los hoteles, bares y restaurantes. Entre enero y junio se declararon un total de 491 concursos de acreedores, cifra un 24% superior a la registrada en 2013, cuando los procedimientos concursales se elevaron a 395, el segundo peor dato del histórico, además de un crecimiento del 272 por ciento de las insolvencias.
Y esto sumamos que nos movemos en una inflación media del 2,5 por ciento, con unos precios de la electricidad y de los carburantes desbordados, lo que provoca una espiral inflacionista, que el salario bruto anual cayó un 2,6 por ciento en 2020 y este año se mueven entre el estancamiento y subidas en torno a un punto por debajo del aumento de los precios, junto al anuncio de nuevos y mayores impuestos, nos encontramos ante un conjunto de elementos que amenazan con desencadenar la tormenta perfecta para hacer naufragar el barco presupuestario del Gobierno.
Apuntar también que del total del gasto anunciado 26.355 millones de euros, corresponden a los fondos europeos cuya llegada está condicionada a la aplicación de las reformas y las inversiones comprometidas y que estarán bajo vigilancia permanente del resto de los estados miembros de la UE que ya han avisado cerrarán el grifo al menor incumplimiento. Condiciones y reformas que son contradictorias con la subida del SMI o con la derogación de la reforma laboral. Demasiadas nubes en el horizonte para hacer creíbles unas cuentas que apuntan más a la propaganda que al rigor económico y a la objetividad.