
Cómo en ese Manual de Resistencia, el libro que firma Pedro Sánchez pero que al igual que su tesis doctoral no escribió él sino Irene Lozano, la primera consideración que se puede hacer de este nuevo gobierno socialpopulista es que es un Gabinete de manual de resistencia, no para la recuperación de España, sino para intentar que el Presidente pueda mantenerse en La Moncloa hasta el final de la legislatura.
Un Gobierno en el que el ascenso de Nadia Calviño y de todo el equipo económico -incluido Escrivá en la Seguridad Social- refleja que la prioridad será amarrar los Fondos Europeos, que se entregan por fascículos y bajo vigilancia, para impulsar una reactivación de la actividad, el crecimiento y el empleo que dé una vuelta a la fuerte caída de intención de voto y popularidad que ahora confirman todas las encuestas.
Las cancillerías europeas podrán dormir tranquilas, su recomendada Calviño ya es la número dos en el Consejo de Ministros, lo que apunta también a un freno en las aspiraciones de Yolanda Díaz sobre el salario mínimo y la derogación de la reforma laboral. Aunque en contraposición y como apuntaba un destacado ex dirigente político y empresarial "la comunidad internacional estará también sorprendida por la caída en el perfil político del nuevo Gobierno y de la misma manera el mundo económico y financiero español". Especialmente en este último donde se comenta que la debilidad de Sánchez queda plasmada en escasa relevancia política de los ministros entrantes.
Porque salvo la citada promoción de Calviño, la confianza que genera el equipo ministerial dentro y fuera de nuestras fronteras, es ninguna. El propio Sánchez no ha podido reconocer más méritos a sus nuevos ministros que los de la juventud y el feminismo. Como si la preparación, la competencia y la capacidad de gestión fueran cosa del sexo y de la edad y no del conocimiento, el trabajo, el talante y el talento.
La confianza que genera el nuevo equipo ministerial dentro y fuera de España es ninguna
Tanto la relación de los nombres entrantes como los de los salientes y el momento elegido para anunciarlos vuelve a poner de manifiesto la pérdida de control de la agenda política de un jefe del gobierno sobrepasado por el nuevo aumento de los contagios por el Covid, el mayor de los países europeos, tras haber decretado por interés político y sin criterios sanitarios, el fin de las obligatoriedad de las mascarillas en la calle. Además de por la cuerda floja en que esas decisiones han colocado a la recuperación amenazada por una campaña turística al borde del fracaso.
Pensando únicamente en su supervivencia Sánchez tampoco ha aprovechado la remodelación para reducir las carteras y ministeriales y la pléyade asesores enchufados en un gobierno tan elefantiásico como funesto, en contraposición con el ejemplo dado por Isabel Díaz Ayuso que redujo de trece a nueve el número de consejerías y reducirá en 406.498,16 euros anuales el coste de los sueldos de sus consejeros. Una presidenta madrileña que ha renovado también la confianza en la mayoría de las personas de su equipo mientras que al PSOE "le tiene que doler hasta el aliento al ver salir por la ventana a la columna vertebral de Ferraz, en una crisis de calado que desprestigia a La Moncloa", en palabras de un veterano ex diputado y analista.
Y si todo esto no fuera suficiente para certificar la desconfianza y las sospechas que despierta el nuevo gabinete en el ámbito económico y empresarial, los cambios vienen a confirmar el poder y libre albedrío de Unidas Podemos. Son un reino de taifas dentro del gobierno. Sánchez no ha podido tocar a ninguno de los cinco ministros podemitas a pesar de la incompetencia y las descalificaciones que él mismo ha hecho de Irene Montero y de Garzón. Es rehén de Podemos, como también lo es de ERC, los puigdemones y los bildus, y sabe que una ruptura de la coalición supondría su adiós a La Moncloa y políticamente estaría muerto. Tan muerto como ese PSOE al que él mató y con el que este cambio de Gobierno no le reconcilia, sino que certifica su defunción a mayor gloria del sanchismo.