
Todo revuelto. Así es como andan nuestras relaciones con el vecino del sur. En contraste con la plácida relación que Marruecos tiene con Francia (cuyos problemas están en Argelia), las relaciones entre España y Marruecos son pasionales y con forma de dientes de sierra, de manera que a períodos de bonanza siguen tiempos tormentosos que en buena parte se originan en razones de política interna de Rabat.
Es lo que ocurre ahora. Entre países vecinos con relaciones intensas de todo tipo no pueden faltar irritantes. Es normal que existan y lo que importa es la voluntad política de superarlos entre amigos con el convencimiento de que todos ganamos cuando las cosas van bien. Pero algunas veces esos irritantes se exageran y entonces tenemos una crisis. Los problemas entre Marruecos y España son muchos pero tres son los más importantes: Sahara, Ceuta y Melilla y, actualmente, las migraciones.
Tras la decisión de Donald Trump de reconocer la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental en el marco de los Acuerdos Abraham de principios de este año y a cambio de la normalización de relaciones con Israel, Rabat desearía que los demás países siguieran el mismo camino. Entre ellos destaca España por dos razones: porque fue potencia colonial y porque conoce el problema como nadie, de manera que nuestra posición tiene mucha influencia sobre lo que hacen otros países (y en especial nuestros socios europeos) en este asunto. Y España no ha cambiado y sigue considerando que nos hallamos ante un problema de descolonización inconcluso que solo se resolverá con un acuerdo entre las partes en el marco establecido por las Naciones Unidas, cuya posición tampoco ha cambiado como ha reconocido António Guterres. Rabat no comprende que para España el problema del Sahara no es un asunto de política exterior como puede serlo para los EEUU o Finlandia. Para España es un problema de política exterior pero también un problema delicado de política interior porque nuestro abandono del territorio se produjo en condiciones (agonía de Franco, Marcha Verde) que dejó heridas tanto en la derecha (que piensa que se humilló al Ejército) como en la izquierda (que cree que se abandonó a los saharauis) y ambas tienen razón.
El ambiente se comenzó a calentar en diciembre con unas inoportunas declaraciones a favor del Frente Polisario de Pablo Iglesias, entonces vicepresidente del gobierno, que llevaron a Rabat a posponer la Reunión de Alto Nivel (RAN) que celebra anualmente con España y que sigue hoy sin perspectivas de convocarse. Después de un encontronazo con Alemania a principios de año por no secundar la línea de Trump desde su presidencia europea, la actual ira de Marruecos con nosotros deriva de que la decisión de Madrid de acoger a Brahim Ghali, líder del Frente Polisario y presidente de la llamada República Árabe Saharaui Democrática (que España nunca ha reconocido) parece enviar al mundo una señal en sentido contrario. De nada han servido las excusas de que únicamente se le recibía por motivos estrictamente humanitarios al estar gravemente enfermo de Covid, y el asunto se puede complicar todavía aún más en el futuro inmediato con Argelia pues Ghali entró en España con nombre falso y pasaporte diplomático argelino y ahora el juez Pedraz quiere reabrir una causa contra él en la Audiencia. Todo hubiera sido más sencillo si Madrid, sin renunciar a su gesto humanitario, hubiera prevenido a Rabat de su intención. Fue muy ingenuo pensar que el eficaz servicio marroquí de Inteligencia no se enteraría.
Otro problema enquistado entre nosotros es el que plantean las ciudades de Ceuta y Melilla, los peñones de Ahucemas y Vélez de la Gomera y las islas Chafarinas, restos sobrevivientes de un antiguo imperio. Marruecos reclama esos territorios que considera irredentos mientras que España los considera parte del territorio nacional y responde que puede hablar de todo sobre ellos... menos de soberanía. Por eso el presidente Aznar actuó correctamente cuando expulsó del islote de Perejil a los gendarmes marroquíes que lo habían ocupado. No es que le importara un peñasco solo habitado por cuatro cabras, es que no quería crear un precedente que pudiera llevar a Marruecos a dudar de nuestra voluntad de defender con firmeza nuestras posesiones... y quizás a cometer un error aún más grave en un futuro próximo. Y por eso Pedro Sánchez erró cuando hace un par de años no respondió ante el cierre por Marruecos del tráfico de mercancías desde Melilla, porque lo debieron interpretar como debilidad. Nos encontramos ante un problema irresoluble porque ni Marruecos va a renunciar a su reivindicación ni España va a renunciar a su soberanía. Y por el bien de todos hay que aprender a convivir con los problemas irresolubles.
Y cuando estos dos problemas intratables se complican con una avalancha provocada de inmigración irregular, la explosión está garantizada y no beneficia a nadie, además de lo intolerable que resulta haber puesto en juego vidas humanas. En mi opinión Rabat ha perdido el control su reacción y se ha equivocado nuevamente, como se equivocó con Perejil. Le ha salido el tiro por la culata por varias razones: porque nuestra diplomacia responde mal a las amenazas; porque el unánime respaldo europeo ha reforzado la españolidad de Ceuta y Melilla como fronteras exteriores de la Unión; porque la huida en masa de migrantes proyecta una imagen pésima de Marruecos ante el mundo; y porque lo ocurrido refuerza en el imaginario colectivo un estereotipo contra el que muchos llevamos tiempo luchando: el cliché de "enemigo del sur". del "país del que no se puede uno fiar". Algo que viene desde la Semana Trágica de Barcelona y de derrota de Alhucemas y que ahora cobra VP nueva vida. Este daño a la imagen de Marruecos será lo que que por desgracia perdurará cuando esta crisis se resuelva, cosa que sucederá más pronto que tarde. A mí me da mucha pena lo ocurrido porque quiero a Marruecos, país en el que he vivido cuatro años y en el que tengo buenos amigos. Como decía Talleyrand, maestro de diplomáticos, en mi opinión lo que ha hecho ahora en Ceuta "no es un crimen, es un error'.