Hay varias lecciones que Pedro Sánchez y muchos presidentes autonómicos deberían aprender de Isabel Ayuso. Los gobernantes están para escuchar al pueblo y ofrecerles soluciones a sus problemas, no para crear otros nuevos. La mayoría de los presidentes autonómicos de izquierdas y de derechas se rodearon de comités de sabios médicos, que decretaron el cierre de locales comerciales a tocateja. Sin ningún tipo de miramiento, impusieron toques de queda a la hora de merendar y controles policiales en las esquinas que limitaron la libertad de movimientos, uno de los derechos sacrosantos de cualquier Constitución.
Los comités médicos prescribieron su receta contra el Covid sin tener en cuenta los deseos de los ciudadanos, ni sus necesidades económicas ó vitales, sólo aquella que era mejor para su salud.
Los políticos cayeron en una trampa para elefantes al anteponer la salud sobre todo lo demás. No se dieron cuenta que estaban cabreando a sus electores que, abrumados por los cambios constantes de la normativa, el día de mañana pueden transformarse en sus verdugos.
Es difícil de entender porqué se decreta el cierre de un bar ó de un restaurante a las ocho de la tarde y, sin embargo, se permite la entrada de extranjeros por Barajas ó El Prat sin apenas controles médicos; porqué uno no puede visitar a su tía en Cuenca y, por el contrario, puede disfrutar de unas opíparas vacaciones al otro lado del Atlántico junto a extraños que no había visto en su vida y ni siquiera conocer si están contagiados ó guardan las más elementales reglas de higiene.
La presidenta de Madrid, que algunos socialistas como Tezanos despreciaron porque era tabernaria y falta de talla intelectual, les ha dado sopas con ondas a todos. No contaban con su gran olfato políticos para detectar las necesidades de sus convecinos. Escuchó a las asociaciones de hosteleros, de agencias de viajes ó de restauradores y procuró atender sus demandas, en lugar de despreciar sus reclamaciones.
Calviño fija en 2023 la reforma fiscal. Veo muy difícil que entre en vigor en un año electoral
El resultado como ella afirma con humildad, es un "voto prestado" de camareros, bedeles, porteros ó taxistas que querían mostrarle su agradecimiento. La España que se desfoga en el bar de la esquina, entre chipirones, navajas y otras tapas, para sorpresa de la vicepresidenta Carmen Calvo. Su victoria en el cinturón rojo de las ciudades dormitorio del sur de Madrid no es baladí.
Con sus promesas fiscales atrajo a las clases bajas, además de las medias y altas. El descenso de impuestos es algo que no incomoda a nadie. Sin embargo, obligar a pagar sucesiones ó donaciones por el esfuerzo del trabajo durante toda la vida, como quieren los socialistas, enfada a todo el mundo. Y no digamos nada Patrimonio. Un tributo en extinción, que sólo mantienen en cuatro de los 27 países de la UE.
La victoria de Ayuso representa una bocanada de aire fresco frente al alza de impuestos, que querían imponer los socialistas con el apoyo entusiasta del resto de la izquierda.
No hay que pagar más para tener mejor educación ó sanidad públicas, lo que hay que hacer es gestionar mejor. Muchos de esos servicios pueden ser cogestionados por la iniciativa privada, como ya ocurre con los parques públicos ó los servicios de atención al ciudadano, sin que nadie se rasgue las vestiduras. La gente quiere obtener buena atención sin tener que pagar más por ello. Y eso lo facilita el liberalismo.
Están tan centrados en los impuestos, que no alcanzan a ver la locomotora que viene de frente
Los socialistas se han creído sus propias mentiras. Se han instalado en el insulto permanente de los actos ó declaraciones de PP ó VOX. Si criticas los impuestos eres un peligroso extremista de la derecha. O aún peor, un fascista, como los tilda Iglesias y ahora Calvo.
Los socialistas no deberían haber entrado en ese juego de descalificaciones constantes, porque se retratan a sí mismos. Salvador Illa casi duplicó el resultado del PSC en Catalunña por echarse al centro, adoptar unas maneras templadas y recurrir el seny (sentido común), el menos común de los sentidos entre los políticos catalanes.
Gabilondo entró en barrena en las encuestas el día que dio un volantazo y se echó en brazos de los partidos más a la izquierda que él, como le ocurriría al Gobierno de Sánchez si mañana convocara elecciones.
En el plan que Calviño envió a Bruselas la pasada semana para obtener su visto bueno a los primeros 27.000 millones en ayudas se puede leer frases asombrosas, como que "el gasto público y los impuestos están muy por debajo de Europa". Una trola importante.
No es cierto que haya una brecha de siete u ocho puntos con Europa en la presión fiscal que hay que salvar en los próximos años. En España pagamos tantos impuestos como en el resto del continente. El problema es que entre el 20 y el 25 por ciento de la población que no tributa, se quedó fuera del circuito económico, y la izquierda no está muy interesada en reinsertarlos porque son sus votantes.
Con esa excusa, Calviño y Montero (tanto monta, monta tanto) proponen una batería de impuestos medioambientales, a los plásticos, los transportes por autovía o por avión, el IRPF, Sociedades, ó las cotizaciones máximas a la Seguridad Social, que golpearán de lleno a las clases medias ó bajas, que viven de una nómina, por mucho que se empeñen en negarlo.
Se ve que no han aprendido la lección. El zafarrancho de combate tributario, estimado en 36,000 millones, frenará la inversión, desanimará el consumo y, por ende, la anhelada reactivación.
Calviño, esta vez con buen criterio, trasladó gran parte de la reforma fiscal de éste año al que viene, para que entre en vigor en 2023. Quizá no se percató que en esas fechas probablemente ya no gobiernen, porque los cálculos de Moncloa apuntan a que habrá elecciones a finales de 2022 ó comienzos del 23. Y más después del fiasco de Madrid.
El papel, desde luego, lo aguanta todo. Pero no creo que Sánchez vaya a concurrir a los comicios con un plan tan agresivo para elevar la presión fiscal, después de la experiencia madrileña.
Las cosas se van a empezar a complicar a partir de otoño. El vicepresidente del BCE, el español Luis de Guindos, ya avisa que se retirarán los estímulos en cuanto empiece a recuperarse la economía, lo que encarecerá la financiación. El mensaje de Guindos coincidió con el enviado por la secretaria del Tesoro estadounidense, Janet Yellen, en Estados Unidos, que a puntos estuvo de provocar un terremoto bursátil.
La reapertura de la economía este verano, unido al incremento de las materias primas como el petróleo ó la falta de chips amenazan con provocar un tirón de la inflación, que sobrepase el listón del 2 por ciento puesto por el BCE. Sobre todo en Alemania, donde roza ya casi el 3 por ciento.
Espero que Lagarde no cometa el mismo error que Trichet, quien en los primeros estertores de la Gran Recesión de 2008, subió tipos de interés para prevenir un calentamiento de la economía. Pero con que deje de comprar deuda soberana, el susto para la financiación española en los próximos años puede ser morrocotudo.
Están tan ebrios de poder, tan obsesionados en subir los impuestos para financiar el elevado tren de gastos de estos años, que no ven el tren que viene de frente. Lo que deberían hacer es empezar a elaborar un plan para acometer la desescalada del gasto público a medida que la economía se recupere para regenerar la confianza de Europa y de los mercados, en vez de empeñarse en subir tasas y tributos que encabriten a los ciudadanos. Las enseñanzas de las elecciones madrileñas no deberían caer en saco roto.
PD.-Una de las primeras consecuencias del encarecimiento de la financiación será el pinchazo de la burbuja de las renovables. Esta semana se interrumpió la salida a bolsa de Opdenergy, la segunda empresas después de que Capital Energy también renunciara a cotizar en el parqué por falta de apetito. El sector sufre caídas en bolsa de entre el 30 y el 40 por ciento con la excepción de Audax y Acciona, que cotizan en positivo.
La anticipación de los objetivos de cambio climático a 2050, así como la firme apuesta por las energías verdes del plan Next Generation EU ó del presidente americano Biden están atrayendo capitales sustanciosos hacia proyectos con indudable futuro, pero que, de momento, presentan cuenta de resultados deficitarias y endeudamiento desorbitados.
Deuda, dinero barato e inversiones desatadas son los ingredientes perfectos de un cóctel molotov, que estallará en cuanto los vientos cambien de dirección.