"Me sabe a humo, me sabe a humo". Esta copla de Los Chunguitos rondaba ayer en la mente de algunos dirigentes de Cepyme y de muchos pequeños y medianos empresarios cuando escuchaban al Presidente del Gobierno anunciar un paquete de ayudas de 11.000 millones de euros para empresas, pymes y trabajadores autónomos. Un conejo que Pedro Sánchez se sacó de la chistera para dar un titular a la opinión pública y la publicada con el que ocultar su pésima gestión de la pandemia -que era para lo que comparecía en el Congreso- y para evitar responder a las preguntas de sus señorías sobre la profunda división de su gobierno, las responsabilidades políticas de su vicepresidente segundo, los problemas judiciales, Caja B incluida, del partido coaligado en su gobierno, o de la niñera de su ministra de Igualdad pagada con dinero público.
Un paquete de 11.000 millones que llega tarde y sobre el que no dijo, y del que sus ministras de Economía y Hacienda no sabían, ni cómo, ni cuándo ni de donde iban a salir. Ni el uno ni las otras tenían conocimiento, como reconoció posteriormente la ministra Calviño ante los interlocutores sociales, si iban a ser ayudas directas como hacen Francia y Alemania, incentivos fiscales, o más créditos ICO que serían inútiles para unas empresas ya muy endeudadas y que no pueden endeudarse más. "Son estímulos", respondían desde los ministerios implicados cuando se les preguntaba, sin especificar mientras ponían cara de póker.
Tampoco saben, ni sabemos, cuando van a ponerse en marcha esos "estímulos", de qué forma se van a repartir -más de un directivo de la patronal sospecha que se distribuirán en función de intereses electorales y afinidades ideológicas- ni, por supuesto, de dónde van a sacar esos 11.000 millones nuevos. Una cantidad, por cierto, que es prácticamente la misma que Alemania inyecta diariamente a sus empresas, como recordaba el presidente de Cepyme, Gerardo Cuerva, mientras recordaba a los miembros del Gobierno que hablar de empresas es hablar de empleo, por si algunos lo habían olvidado y otros los desconocían, que también, en unos momentos en el que el mayor riesgo para nuestra economía es que la prolongación en el tiempo del COVID 19 se traduzca en un cierre masivo de empresas con la consiguiente destrucción de cientos de miles de puestos de trabajo.
Apuntar aquí que los últimos datos del Banco de España muestran que las empresas españolas cerraron los nueve primeros meses de 2020 en pérdidas con una caída del 71 por ciento en el resultado ordinario neto y un deterioro del 67 por ciento en el valor de sus activos.
Una cortina de humo, por el momento y a la espera de nuevas concreciones, que terminó en fumata blanca cuando Sánchez profetizó que este año será el de "la gran recuperación". Anuncio que muchos asimilaban al que realizó en junio pasado cuando aseguró que habíamos derrotado al virus, y luego vinieron la segunda y la tercera ola.
Por cierto, que de lo que tampoco quiso hablar el Presidente fue de las mascaradas de sus socios en la Frankestein y su ausencia en el acto de conmemoración en el Congreso del fracaso de la intentona golpista del 23-F. Un homenaje a la democracia con el que ni los nuevos golpistas del 1-O, ERC y Junts per Cat o los EH Bildu podían sentirse identificados porque ni son demócratas ni respetan el Estado de Derecho. Ellos y sus amigos de Podemos, con los que comparten el objetivo de minar las instituciones y acabar con el sistema de libertades que consagra la Constitución de 1978. También falló el PNV, aunque estos, los herederos del carlismo, ya sabemos que sólo se sienten españoles para cobrar por los servicios y los votos prestados a los gobiernos del Estado.