
Cuenta la película de Harold Ramis las peripecias de un arrogante reportero de televisión que mientras cubre el evento anual del Día de la Marmota en una localidad de Pennsylvania, se encuentra atrapado en un ciclo de tiempo, repitiendo el mismo día una y otra vez. Pues algo similar parece estar sucediendo con las encuestas electorales y la intención de los votantes en España, que tras un año de gobierno de la coalición socialcomunista y con un Ejecutivo hecho para la propaganda y sin capacidad demostrada para gestionar los graves problemas del país, siguen reincidiendo casi milimétricamente los mismos resultados que llevaron a Sánchez hasta La Moncloa.
Si comprobamos los resultados del Electopanel del pasado 10 enero vemos como el PSOE volvería a ganar hoy las elecciones con el 27,2% de los votos y 117 escaños en el Congreso, sólo tres menos que los que tiene hoy, siendo el socio podemita el que sufre el mayor castigo al perder siete de sus 35 escaños. Mientras, el Partido Popular de Pablo Casado sube ligeramente hasta el 22,8% de los sufragios y 95 diputados, 6 más de los que consiguió en los comicios del 10-N. Un incremento insuficiente a todas luces, y que ni siquiera sumando los 55 escaños que se adjudican a VOX y lo 10 de Ciudadanos servirían para obtener una mayoría de gobierno.
Una traslación a nivel nacional de ese estar atrapados en el tiempo que resulta difícilmente explicable en un país con cerca de 80.000 fallecidos por el COVID, que ha sido calificado con la peor gestión de la crisis sanitaria en el mundo desarrollado, que ha mentido y sigue mintiendo sobre las cifras de mortalidad, con evidentes contradicciones entre las medidas adoptadas, que acumula muchas sombras el abastecimiento del material sanitario y los medios de prevención, y que ha evidenciado su fracaso en la coordinación de las respuestas dejando indefensos a los pacientes y su seguridad.
Un país que ha sufrido una caída del PIB del 11% en ese año de gobierno de coalición, el mayor deterioro entre las principales economías mundiales, que mantiene la estabilidad de la economía sólo por la inyección asistida del BCE que ha evitado una nueva crisis de prima de riesgo. Una España que se ha situado entre los diez países mas endeudados del mundo y caminando sin respuesta hacia un empobrecimiento de las familias, que nos hace retroceder 15 años en términos de riqueza y con una bolsa de 3,9 millones de parados oficiales pero que supera los cinco millones reales de desempleados si sumamos los afectados por los Erte y los casi medio millón de autónomos que han cerrado sus negocios, y que en 2020 ha registrado el peor año de la serie histórica para el emprendimiento con sólo 76.189 empresas creadas el peor dato desde 2008, según el Radar Empresarial de Axesor.
Y un Gobierno también que ha perpetrado el mayor recorte de libertades y derechos individuales desde el franquismo, que ha pactado con los independentistas y con los herederos de los terroristas, que ha abusado de los Estados de Alarma para limitar la labor legislativa y de control del Parlamento, que está minando las instituciones democráticas, que ha sido ninguneado en la política exterior, y que restringe la libertad de información y prensa además de amenazar la independencia judicial.
Pues, si a la vista de todos estos datos, un año después sigue sin moverse el tablero de la aritmética parlamentaria, habrá que convenir que algo en el electorado está siendo medido sin un análisis neutral y, sobre todo que algo está fallando en una oposición constitucionalista que sigue ciega y dividida en tres marcas lo que le penaliza por la aplicación de la Ley D'Hondt.
Eso y con el hándicap de un líder, Pablo Casado, que pese a su evidente mejoría a nivel de imagen y como parlamentario, sigue sin ser visto por Europa y por el Ibex 35 como presidenciable, y que se enfrenta a un auténtico calvario judicial – casos Gürtel, Púnica y Lezo- en el primer semestre de este año que se inicia. Pero esa es otra historia que habrá que abordar en su momento.