
Decía el que fuera ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo que los errores y los despropósitos se pagan. Y España está pagando ya, y caro, los desvaríos del Gobierno con mención especial para el vicepresidente segundo. Un Pablo Iglesias que, a la vista de lo que sucede, está actuando como canciller de hecho, en detrimento de la titular oficial de la cartera, Arancha González Naya, que figura pero que no ejerce o lo hace muy poco.
El vergonzoso papel de nuestra diplomacia en el reciente acuerdo entre Donald Trump y Mohamed VI por el que EE UU reconoce la soberanía marroquí sobre el Sahara Occidental, del que nuestro gobierno se enteró por los periódicos, ha sido el punto culminante de esa irrelevancia en política internacional a la que nos han condenado nuestros aliados occidentales, y que esta semana ha tenido una nueva exposición con el fracaso de la llamada "operación Duque", por la que Sánchez quería colocar a su ministro astronauta como director de la Agencia Espacial Europea (ESA). Francia no apoyó a Pedro Duque y nuestro titular de Ciencia ha quedado descartado.
Y es este el tercer portazo que, en materia de nombramientos a puestos de primer nivel europeo e internacional recibe el ejecutivo de Sánchez e Iglesias. Recordar que en julio la citada ministra de Exteriores, González Laya, tampoco fue aceptada como directora general de la Organización Mundial de Comercio (OMC), y que también la titular de Economía, Nadia Calviño, pese a su experiencia en puestos relevantes en Bruselas se quedó sin la Presidencia del Eurogrupo, cargó para el que nuestros socios del a UE eligieron al portugués Mario Centeno.
El fracaso de la "operación Duque" para colocar al ministro astronauta como director de la Agencia Espacial Europa es una muestra más de que los errores en política internacional se pagan y de que España no es un socio fiable ni creíble
Pero no son sólo las personas, también nuestros territorios y ciudades sufren las consecuencias de nuestra errática, por ser benévolos, política exterior. Sólo hace unas semanas León vio rechazada su candidatura a ser la sede del futuro Centro Europeo de Competencia Industrial, Tecnológica y de Investigación en Ciberseguridad, que se irá a Bucarest. Y ni siquiera consiguió pasar a la ronda decisiva. Experiencia negativa que ya había sufrido en 2017 Barcelona cuando los responsables de la UE descartaron a la capital catalana para ser sede de la, hoy tan relevante, Agencia Europea del Medicamento, que se fue a Ámsterdam.
Irrelevancia que se ha puesto también de manifiesto en nuestro nulo papel en las negociaciones sobre el Brexit, cuando España es el país de la Unión más perjudicado en sus exportaciones y turismo por una salida del Reino Unido sin acuerdo.
España hoy no es un socio fiable para Europa ni para EE UU y el resto de las democracias occidentales que ni entienden ni toleran que nuestro gobierno se haya alineado en noviembre con Venezuela y los líderes de la izquierda radical latinoamericana en la llamada Declaración de La Paz, a iniciativa precisamente de Pablo Iglesias y del desnortado Rodríguez Zapatero.
En Europa y en EE UU ni entienden ni toleran que nuestro gobierno se haya alineado con Venezuela y los líderes de la izquierda radical latinoamericana en la llamada Declaración de La Paz, a iniciativa de Pablo Iglesias y del desnortado Rodríguez Zapatero
Y para colofón, por el momento, ahí están las condiciones aprobadas esta semana por el Parlamento Europeo para poder acceder al Fondo de Reconstrucción, ese con el que ya cuenta el gobierno socialcomunista en sus Presupuestos sin tenerlo asegurado. Un reglamento que incluye expresamente la posibilidad de suspender los pagos a los países en los que la vulneración del Estado Derecho ponga en peligro la independencia judicial. Un aviso a los navegantes Sánchez e Iglesias y a esa reformas que intentan aprobar por decreto para acabar con una justicia independiente y seguir cercenando las libertades y la democracia.
Claro que de esto no presume Pedro Sánchez en sus homilías televisivas o en sus comparecencias en el Parlamento. Hoy España no pinta nada en la esfera internacional y sólo somos convidados de piedra en los foros donde aún nos aceptan como en el G-20, en la Unión Europea o en la OTAN, donde muchos de los países que allí cuentan empiezan a mirarnos como firmes candidatos a la exclusión y al ostracismo.