Opinión

Presupuestos y 'japonización' económica

La ministra María Jesús Montero

Ya se han despejado la mayor parte de las incógnitas que teníamos hace unos meses acerca de los Presupuestos Generales del Estado, lo que nos permite asegurar que 2021 será continuista respecto a este 2020: será un año lleno de sorpresas y sobresaltos. ¿Qué sucederá más allá? También aportaremos luz aquí a esta cuestión.

Por el lado de los ingresos, el Gobierno ha mostrado su lado creativo con el impuesto a las bebidas azucaradas, el impuesto al diésel, las tasas Tobin y Google, el impuesto al plástico o el aumento indirecto de la carga fiscal a las aportaciones de los planes de pensiones, entre otras medidas. Con todas ellas se pretenden recaudar 20.000 millones de euros más que los recaudados en el año 2019. Se busca aumentar la recaudación sin considerar que durante 2019 la cifra de desempleados osciló en torno a los 3,2 millones, y que todo indica que vamos a cerrar 2020 con más de 3,8 millones de parados, más de 740.000 personas en ERTE y 40.000 empresas menos.

La comparación con el año 2019 es oportuna, ya que lejos de vivir entonces en la "normalidad", nuestra economía ya mostraba serios problemas estructurales. La pirámide demográfica estaba estrangulando nuestro obsoleto sistema de pensiones. De hecho, se prevé que el déficit de la Seguridad Social aumente un 10%, hasta a los 22.000 millones. En paralelo, parece que la Administración Pública seguirá anclada en el siglo XX. Sumando los más de 170.000 millones de presupuesto de la Seguridad Social al resto de conceptos de gasto público previstos en 2021, llegamos a un total de 550.000 millones. En cualquiera de los escenarios esperados de crecimiento se situará en torno al 50% del PIB. Con todo esto, el déficit del Estado pasará de los 30.000 a 110.000 millones. Este desequilibrio estructural se refleja también en el contraste entre los 16 millones de trabajadores que están en activo en el sector privado frente a los más de 17 millones de personas que reciben rentas del sector público. Claramente insostenible.

A la vista de los datos anteriores, no extraña la preocupación de Pablo Hernández de Cos, Gobernador del Banco de España, que insistía en la idea ya descrita de que los ingresos de los presupuestos generales están sobrevalorados, y los gastos, infravalorados.

Inmersos en semejante encrucijada presupuestaria, nos dejamos caer en los brazos de Europa, de la deuda pública y del BCE, que vienen a ser lo mismo. De los 140.000 millones de euros prometidos por el Fondo de Reconstrucción en seis años, el Gobierno incluye en los presupuestos el monto correspondiente con el primer año: 23.000 millones de euros. De esta manera, el Gobierno hace un triple juego malabar: camufla el dinero entre todas las partidas presupuestarias, considera que este primer pago es subvención íntegra, cuando desde Europa se venía manejando una previsión de hasta el 50%, prometiendo emisiones de deuda para adelantar fondos, si éstos no estuvieran disponibles.

Después de todos estos artificios, resulta difícil describir cómo quedará la situación de España en relación con la deuda pública, y en Europa probablemente compartan esta inquietud. En cualquier caso, todo dependerá del BCE y de su aparente capacidad de inyectar dinero sin fin. La frontera entre la política monetaria y la política fiscal ha saltado por los aires, e Italia ya ha amenazado con no pagar lo que debe. ¿Nos estamos acercando al reinicio (reset) de la economía global?

En el futuro próximo se dibujan dos escenarios aparentemente incompatibles, pero estrechamente ligados por la creciente desigualdad social. Por un lado, los amigos del Gobierno, las empresas tecnológicas y todo aquél que tenga alcance a los medios de producción digitales disfrutarán durante los próximos años de la conjunción de la política monetaria y presupuestos generales expansivos, las grandes tasas de ahorro y el final de la pandemia. Habrá derroche, e inflación en fiestas y activos que proporcionen rentabilidad: una mezcla entre los felices 20 y el periodo de expansión económica vivido después de la II Guerra Mundial. Por otro lado, el resto de la sociedad experimentará la japonización de la economía, pero con marcado carácter latino: hipotecas inaccesibles a muy bajos tipos de interés, consumo creciente de productos fabricados en China y un sistema tanto laboral como educativo más accesible y lleno de oportunidades, pero paradójicamente cada vez más alejado del gran público debido a la falta de medios y conocimiento.

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