Opinión

Cómo EEUU deberá convivir con China

El presidente chino Xi Jinping y Donald Trump

Las elecciones tienden a poner en evidencia las diferencias. Eso es notabletamente cierto en los recientes comicios presidenciales de Estados Unidos, en las que sigue el recuento de los votos. Además de ser las elecciones más duramente disputadas de la historia del país, el resultado tendrá profundas implicaciones en muchos aspectos de la política estadounidense. Sin embargo, hay un tema en el que ambas partes parecen estar de acuerdo: la necesidad de "detener" a China.

El Gobierno de Estados Unidos -y, cada vez más, la Comisión Europea- cree ahora en gran medida que China ha obtenido sus beneficios económicos y tecnológicos de manera injusta, gracias a la intervención generalizada de su Gobierno en la economía. Los geoestrategas a menudo impulsan este punto de vista, imaginando que un Estado puede lograr la superioridad tecnológica invirtiendo en los sectores en boga del momento.

Pero un análisis más profundo muestra que esto es engañoso, en el mejor de los casos. Los grandes planes de desarrollo económico más exitosos suelen ir muy al grano, centrándose en gran medida en objetivos que, dados los fundamentos de la economía, se lograrían de todos modos. Por lo tanto, atribuir todo el mérito a la intervención del Estado cuando se cumplen esos objetivos es inapropiado.

Japón ofrece aquí una lección. Durante el impulso a su crecimiento posterior a 1945 en los decenios de 1970 y 1980, el Ministerio de Comercio Internacional e Industria (MITI) adquirió una reputación mundial casi mítica por el aparente éxito de sus esfuerzos a la hora de canalizar recursos hacia sectores estratégicos. Se aconsejó a muchos países que emularan su modelo.

Pero en los años 80, la burbuja inmobiliaria de Japón estalló y el crecimiento se redujo significativamente. Resultó que muchos de los sectores que el MITI apoyaba no habían tenido éxito. Lo que realmente había impulsado el crecimiento del Japón no era la presciencia del MITI, sino una elevada tasa de ahorro y el rápido aumento del nivel de educación de una fuerza de trabajo disciplinada, factores muy similares a los que han impulsado el desarrollo de China.

La elevada tasa de ahorro es la razón real que explica el crecimiento del gigante asiático

Hasta hace poco, los líderes de China parecían entender los límites de la intervención estatal. De hecho, el consejo general del Partido Comunista de China a las autoridades era que redujeran la participación del Estado en la economía, porque las empresas estatales generalmente siguen siendo mucho menos eficientes que las empresas privadas, y sólo alrededor de un tercio de ellas son rentables.

Sin embargo, aunque las empresas estatales siguen teniendo un rendimiento inferior al de las empresas privadas, los dirigentes chinos han cambiado radicalmente su opinión sobre la intervención. Ahora bien, la opinión generalizada es que el país debe su progreso -y, de hecho, su emergente dominio mundial- en algunos sectores de alta tecnología a la mano maestra del Estado.

Pero el verdadero motor del éxito de China es su elevada tasa de ahorro, casi el 40% del PIB, o más del doble de la tasa de los Estados Unidos y Europa. Esto le da a China enormes recursos para invertir en el establecimiento de los fundamentos del liderazgo tecnológico. En particular, el país ha realizado enormes inversiones para mejorar tanto la cantidad como la calidad de la educación.

En lo que respecta a la educación secundaria, China ya se ha puesto al día con Occidente en cuanto a número de alumnos. Y las pruebas del Programa de Evaluación Internacional de Estudiantes de la OCDE sugieren que los estudiantes chinos de secundaria son mucho mejores en la resolución de problemas que sus compañeros americanos o europeos.

Además, la educación universitaria - la verdadera clave del liderazgo tecnológico – vive un 'boom' en China en las últimas dos décadas. Según la Fundación Nacional de la Ciencia de Estados Unidos, China produce ahora más del doble de ingenieros, y más publicaciones de ciencia e ingeniería, que Estados Unidos. De igual modo, ha superado a la Unión Europea en cuanto a gasto en investigación y desarrollo y, según las tendencias actuales, debería alcanzar a los EEUU en la próxima década (algunos piensan que ya lo ha hecho).

Es muy poco lo que Washington puede hacer para obstaculizar el progreso de China

Estados Unidos teme el espectro de una China tecnológicamente dominante, y están deseosos de asegurarse de que nunca se materialice. Y sin embargo, dados los fundamentos de China, es poco lo que EEUU podría hacer para obstaculizar, y mucho menos detener, su progreso. Huawei es sólo un ejemplo de una empresa que ha aprovechado su cuota de millones de ingenieros chinos para desarrollar nuevos productos. Incluso si EEUU logran destruir a Huawei, muchas otras empresas chinas de alta tecnología están destinadas a surgir, impulsadas por el mismo talento.

La llamada estrategia de doble circulación que está destinada a dar forma al próximo Plan Quinquenal de Pekín está perfectamente en línea con los fundamentos antes mencionados. A medida que la economía de China crece, naturalmente depende menos de las exportaciones, y sus ingenieros recién formados dominarán un número cada vez mayor de tecnologías. En otras palabras, los planes del Gobierno para los próximos años probablemente se materializarán, incluso sin la intervención del Estado en las empresas.

En cambio, la estrategia de Estados Unidos -que comienza con un "desacoplamiento" económico de China- tiene pocas posibilidades de éxito. Sin duda, el desacoplamiento en sí mismo podría ser factible. Pero también sería contraproducente.

El comercio siempre implica una dependencia de doble sentido. Y mientras que a Washington le gustaría la idea de ser "liberados" de China mediante la ruptura de los lazos comerciales, pagaría un alto costo por "liberar" a China de ella. Cerrar a los proveedores chinos del mercado de EEUU supone un regalo para los productores de mayor coste. En última instancia, el efecto de la reducción del comercio bilateral sería equivalente al de los fallidos aranceles de Trump contra China: un impuesto implícito a los consumidores estadounidenses.

¿Y para qué? Limitar el acceso de China a algunas tecnologías clave de Estados Unidos podría marcar la diferencia a corto plazo, pero es poco probable que frene el desarrollo de China de manera apreciable. La mera escala de los recursos humanos y financieros que China desplegará durante la próxima década significa que está bien posicionada para dominar muchos sectores de alta tecnología, con o sin aportaciones de Estados Unidos.

La conclusión es clara: la próxima Administración estadounidense debería aceptar el continuo ascenso económico y tecnológico de China. Puede que no le guste la idea de que China supere a los EEUU, un hito que probablemente se alcance en la próxima década. Pero nuevos intentos de evitar ese resultado no sólo serían inútiles, sino también muy costosos.

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