
El dólar se devalúa y el euro se aprecia. Este es el punto de partida para especular sobre una caída de las exportaciones españolas y europeas que frustre la recuperación económica y hunda las acciones. En realidad, la subida actual del euro es insignificante, además de que si siguiera escalando, por su condición de moneda fuerte no lastraría las exportaciones ni el crecimiento.
Los pesimistas sostienen que un euro fuerte encarece las exportaciones dirigidas al consumo internacional. Antes de la pandemia, las ventas al exterior representaban el 34,9% del PIB español; un peso superior al promedio mundial (30,6%). Cuando el coronavirus hizo acto de presencia, con todo, el dato ya retrocedía –1,2% en 2019– en un contexto global de desaceleración de la industria. En julio la caída interanual era del 7,5% pese a su recuperación previa. Ante este panorama, los agoreros pronostican un futuro funesto si se mantiene la fortaleza de la divisa comunitaria.
La solidez del euro no es para tanto. Si bien es cierto que desde el mínimo del 20 de marzo se ha revalorizado un notable 9,8% frente al dólar, en gran medida se debe a que la base de comparación había sufrido una mella considerable entre el 9 y el 20 de marzo (6,4%), en el marco de búsqueda de calidad crediticia habitual que impulsa al dólar en los mercados bajistas. La incertidumbre empuja a los inversores de renta variable hacia los bonos del Tesoro estadounidense, percibidos como seguros. Para ello se desprenden de otras divisas a cambio de dólares. Durante la crisis financiera internacional, entre abril de 2008 y marzo de 2009, cuando el mercado tocó fondo, el dólar se revalorizó un 27% frente al euro. No obstante, la recuperación económica comenzó en junio. El pánico remitió, lo que permitió que el euro escalara un 13,5% hasta final de año. En ese periodo las bolsas española y de la eurozona se pusieron por las nubes (84,1% y 66,9%, respectivamente), batiendo al 52,3% del conjunto del mercado mundial.
Los asustadizos ignoran la historia monetaria. El tipo de cambio actual está cerca de sus niveles de 2017, año en que el euro se apreció un 13,8% respecto al dólar. Si nos fijamos en los respectivos indicadores de España y la eurozona, las exportaciones aumentaron el 8,1% y el 7,1%, el PIB el 2,9% y el 2,6%, y la renta variable el 11,3% y el 12,5%: ambas series de datos superiores a los promedios mundiales.
Los temores a la solidez actual de la moneda comunitaria son infundados
La cotización euro/dólar, que avanzó un 4,5% anual, pasó todo 2013 por encima de sus niveles actuales. Y, como hoy, lo hizo tras una recesión, la crisis de deuda de la eurozona. En cuanto a las ventas exteriores, tanto en España (+4,7%) como en la eurozona se ampliaron; la renta variable hizo lo propio, disparándose el IBEX 35 un 27,8% y el MSCI EMU un 23,4%, ambos superiores al 21,2% del MSCI World, índice de referencia mundial. De esto no debe deducirse que la solidez actual del euro vaya a traducirse necesariamente en que los mercados de la unión monetaria lideren las ganancias de 2020, pero sí que los temores son infundados.
Pese a todo, a algunos les inquieta que esta tendencia sea solo el principio de un fenómeno de mayor alcance, ignorando por qué una moneda fuerte no constituye un factor bajista. Hoy son pocos los productos que se fabrican completamente en un país. La importación de materias primas, piezas o maquinaria es una práctica habitual. Es el caso de Inditex, cuyos proveedores europeos apenas representan un tercio del total, amén de que más de la mitad de sus fábricas se ubican fuera del Viejo Continente. La actual coyuntura del euro reduce el coste de sus importaciones, así como de las operaciones internacionales. El vigor del euro, sin embargo, no es positivo para todas sus actividades, ya que el 35% de la facturación de la firma de Arteixo procede de Asia y las Américas, donde Zara causa furor. Los tipos de cambio no son tan determinantes como sostienen los analistas, sobre todo porque es fácil protegerse frente a sus fluctuaciones. Esta arraigada creencia surge de la antigua teoría mercantilista.
Para los expertos las monedas casi siempre están demasiado fuertes –penalizando las exportaciones– o demasiado débiles, lo que favorece la inflación y otros males. Los comentaristas estadounidenses, de hecho, no se congratulan por el retroceso del dólar. Argumentan, asustados, que es síntoma de que los mercados monetarios saben algo que las bolsas ignoran: paparruchas. Esta ambivalencia releja el estado de ánimo, en absoluto la realidad económica o bursátil. Los que se han perdido el gran rebote iniciado en marzo se aferran a cualquier prueba que respalde su pesimismo anterior, y eso incluye la solidez del euro. No es más que otra manifestación del sesgo de confirmación, un fenómeno psicológico que ya explicamos en julio: la gente busca información que corrobore sus prejuicios y obvia la evidencia en contrario.
La duda obsesiva en torno al euro puede ser su aliada. Como dijo el famoso inversor estadounidense John Templeton, "los mercados alcistas nacen con el pesimismo, crecen en el escepticismo, maduran en el optimismo y mueren con la euforia". El entorno cambiario representa una pieza más de la desconfianza reinante al comienzo de los mercados alcistas, conque no deje que la angustia le prive del próximo repunte de la renta variable mundial.