El sabio refranero español nos ilustra sobre ciertas situaciones complicadas al sentenciar que a menudo podemos "saltar de la sartén para caer en las brasas". En España no habíamos terminado de salir de la crisis del 2008 cuando nos hemos encontrado de repente en medio de la crisis del 2020.
Por supuesto que el título del presente artículo es un oxímoron, pero si algo debemos aprender en los tiempos que nos han tocado es que todo es revisable, todo está sujeto a cambios, no hay reglas inmutables. Y a la velocidad vertiginosa que se suceden los acontecimientos nos estamos encontrando con un curioso fenómeno: ya se solapan unas crisis con otras.
Si las clásicas teorías de los ciclos económicos nos enseñaron que una fase de contracción o depresión económica siempre va seguida de una fase de expansión, en la actualidad esto no encaja. ¿Dónde están las vacas gordas? Parece que tenemos que aceptar que las crisis coyunturales empiezan a ser cada vez más permanentes. Al menos, los indicadores económicos así parecen demostrarlo.
La economía española ha vuelto a entrar en recesión por tercera vez desde el comienzo de la centuria
Desde la caótica crisis financiera del 2007-2008, la economía española no ha terminado de arrancar de forma sostenible y robusta, y prueba de ello reside en muchos de sus indicadores macro. Crecimiento económico y reducción de deuda pública, por ejemplo, no han seguido el mismo guion. Lo observado entre la época post-credit crunch y precoronavirus se resume en una suerte de impulsos anuales fuertemente lastrados por una enorme deuda pública que no fuimos capaces de atajar y que fue in crescendo año a año. Aquellos fangos, expresados en toneladas de gastos superfluos y nada productivos, se toparon por sorpresa con la llegada de una crisis financiera internacional que trajo consigo la paralización de la prometida bajada de impuestos de aquel Ejecutivo entrante y que posteriormente acompañó una agresiva recaudación fiscal, vía inspección, con el propósito de sanear las cuentas públicas y cumplir con los compromisos asumidos frente a Europa. Aquella ingente cantidad de gasto público no sirvió para mejorar nuestra productividad, lo que ha estado provocando durante estos últimos años que cualquier aumento del empleo no genere un efecto expansivo en el crecimiento. Lo anterior ha inducido durante un lustro el bloqueo sistemático de los salarios, afectando a nuestra prosperidad.
En definitiva, un lastre del que no hemos sido capaces de recuperarnos y que, sin duda, es parte del problema económico actual. Así que la valiente, decidida, pero poco gratificante puesta en marcha de medias estructurales nunca vio la luz. El escaso rédito político que suponía la toma de medias que sólo el largo plazo vería cristalizadas, neutralizaban las bondades de cualquier plan. Todo quedó encima de la mesa. Por lo que, el cuasi rescate que sufrió España predisponía a una economía que mostraba la misma debilidad y falta de cimientos estructurales que, años más tarde, estamos observando ante la abrupta aparición de la crisis sanitaria más singular que recuerda cualquier generación de nacidos, hoy con vida, jamás conocida en tiempos de paz, y que deja unos efectos devastadores sobre la economía. El resultado de todo esto se materializa en las actuales cifras socioeconómicas. Ganamos en casi todo: en paro, en deuda, en bajada de recaudación tributaria, en la caída de nuestra riqueza país, en los ingresos obtenidos por familia, etc.
Lo cierto es que, inaugurando el comienzo de la década de lo que algunos empezaban a llamar "los felices años 20" del presente siglo XXI (quizá por similitud de denominación para igual etapa del siglo anterior), la economía española ha vuelto a entrar en recesión por tercera vez desde el comienzo de la centuria. No necesitamos demasiada memoria para recordar la primera de las recesiones (2008), o la más reciente (2011). Parece que cada vez que nuestros gestores económicos, en su intento de conocer la realidad de la situación y las medidas correctoras a afrontar en materia de política económica, lanzan la moneda al aire en busca de inspiración, siempre sale cruz.
Cuando en noviembre de 1965, Ian Mcleod, ministro de finanzas británico, definió el término "estanflación", proclamando que en términos modernos se estaba haciendo historia con dicha denominación, todo hacía pensar que era cierto que, en cuestiones económicas, nos quedaba mucho por experimentar a las generaciones futuras. Quedan muchas situaciones nuevas por descubrir y distintos vocablos para denominarlas de manera absolutamente novedosa. Siendo la estanflación una expresión que representa un juego de palabras entre los conceptos estancamiento e inflación, si se sigue similar criterio para denominar la situación descrita en este breve artículo, no resultaría extraño acudir a denominaciones tales como "coyuntructural", horrendo palabro que desde ya mismo proponemos para que la RAE nos reprenda amistosamente o, por el contrario, contribuya a su consolidación en el acervo lingüístico de nuestra gloriosa lengua hispana.
Al menos, tanto para el político de turno como para el típico cuñado, será útil poder aconsejar ante nuestras atribuladas desdichas económicas que "no te preocupes, que lo tuyo es coyuntructural".
El dilema que nos aturde es: ¿lo coyuntructural es infinito o tiene plazo de finalización? Por nuestra parte pensamos que resolver dicha cuestión es más propio de la física cuántica o de la filosofía metafísica que de la teoría económica.