
La chispa saltaba hace pocas semanas, tras unas palabras de Larry Fink, CEO de BlackRock, en las que parecía alejarse del férreo compromiso con la sostenibilidad que había adquirido el mayor fondo de inversión privado del mundo. Su argumento defendía que, en un momento en que el conflicto bélico de Ucrania amenaza con cronificarse, la seguridad energética debe ser ahora la prioridad. El debate aumentaba hace solo unos días, al desvelarse una investigación por un supuesto caso greenwashing de la gestora DWS.
Más allá de las implicaciones empresariales, ambos acontecimientos no han hecho sino despertar un debate que hasta ahora se mantenía latente. Pues tanto las palabras de Fink como el escrutinio cada vez mayor de las autoridades sobre las llamadas inversiones verdes han acrecentado la sensación de que podemos encontrarnos ante un cuestionamiento de la ESG y los compromisos que exige. Lea también: Incluir las nucleares en cartera no aumenta el riesgo de 'greenwashing'.
Lo cierto es que, al calor generado por la alta demanda de inversiones ESG, el llamado ecoblanqueamiento ha ido fermentando estos últimos años hasta convertirse hoy en un desafío de primer orden para los supervisores y reguladores del Viejo Continente. La propia Autoridad Europea de Mercados y Valores (ESMA por sus siglas en inglés) acaba de publicar un informe de supervisión con el que pretende, precisamente, reforzar la lucha contra el greenwashing. "Es un problema complejo y multifacético que toma varias formas, tiene diferentes causas y el potencial de afectar negativamente a los inversores que buscan realizar inversiones sostenibles", advierte la propia ESMA.
"Ha llegado el momento de dejar atrás la 'fast sustainability' más oportunista"
Y así es. Basta recordar cómo nada más conocerse las investigaciones en torno a la gestora, las alarmas se encendieron en otros muchos de sus competidores. Porque las dudas que rodean a cómo se determina el etiquetaje ESG de los fondos socialmente responsables y la rigurosidad -o, quizá, la falta de ella- con que se ha venido estableciendo, pone en realidad de manifiesto el reto mayúsculo que supone una estandarización seria de la sostenibilidad.
La ESG no va de hacer memorias rápidas para archivar en el registro mercantil, ni de poner en marcha plantaciones de árboles exprés o campañas multimillonarias de marketing verde. Esto va de experiencia en el análisis de riesgos en todo el modelo de negocio y la cadena de suministro, de asesorar adecuadamente a los consejos en materia de sostenibilidad y de tener sólidos modelos de gobernanza y estrategias integradas en las entrañas del negocio, de implantar cuadros de mando eficaces y de involucrar a todo el equipo directivo. En definitiva, de empapar a toda la compañía y revisar minuciosamente los impactos en toda la cadena de valor y el ciclo de vida.
La ruta, por tanto, la tenemos clara hace tiempo. Quizá, los plazos no tanto. Y ahora que vamos tarde estamos queriendo correr más de lo que nos permiten las piernas. En mi opinión, forjada a base de más de veinte años de experiencia en los tiempos en que nadie hablaba de sostenibilidad, no estamos dejando a un lado los compromisos ESG. Muy al contrario, nos encontramos ante el momento de la verdadera ESG.
Tirando de símil gastronómico, ha llegado el momento de dejar atrás la fast sustainability más oportunista en la que en más de una ocasión se cayó estos años atrás. Y de cocinar a fuego lento una estrategia de beneficios compartidos entre empresas y sociedad en la que, como en esos guisos de antaño, todos los ingredientes se integren gracias al tiempo, el saber hacer y la experiencia. Sin bajar nuestro nivel de ambición, pero actuando con inteligencia, con habilidad para adaptarse.
Senén Ferreiro es socio director de Valora Consultores.