
Previsiblemente, la taxonomía verde europea será más de transición, o marrón, que verde. Todo apunta a que la energía nuclear y el gas entrarán en la clasificación de actividades verdes, al igual que la solar y la eólica. Su inclusión la han impulsado Francia y Alemania, y solo la rechazan España, Dinamarca, Austria y Luxemburgo. Consulte más artículos sobre finanzas sostenibles en elEconomista Inversión sostenible y ESG.
A efectos prácticos, este giro permitirá que un fondo de impacto (de los etiquetados como artículo 9 dentro del Reglamento europeo de Divulgación), que es lo más puro que existe dentro de la inversión sostenible en activos líquidos, pueda tener nucleares en cartera. Probablemente, eso sí, bajo unas condiciones y umbrales muy concretos. Actualmente, en torno al 15% de los fondos sostenibles excluyen la energía nuclear.
Este proceso regulatorio es lento y aún se prolongará. El pasado lunes, la Comisión Europea recibió el feedback del grupo técnico de expertos que está elaborando la taxonomía: advierten que incluir ambas energías como verdes "se aleja de la ciencia". La Comisión tiene ahora unas semanas por delante para decidir si incorpora dicho feedback, y para redactar un acto delegado complementario sobre la taxonomía verde. Desde que éste se publique, el Consejo y el Parlamento Europeo contarán con un plazo de tres meses bien para aprobarlo, bien para publicar sus objeciones al mismo.
Todo indica que el proyecto saldrá adelante, explica Andrea González, subdirectora de Spainsif, el foro español de la inversión sostenible: "Cuando Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, toma el mando en la redacción de este acto delegado complementario, ella ya es consciente, evidentemente, de cuáles son las limitaciones políticas", explica. Contando con esas limitaciones, "están diseñando ese acto delegado con las mayores restricciones posibles para la inclusión [de la nuclear y el gas], e incluyendo requisitos de desaparición de las dos fuentes de energía a futuro lo más estrictos posible y con la mayor transparencia", añade.
¿Hasta qué punto puede afectar esta modificación a la credibilidad de las estrategias sostenibles? "Nosotros siempre decimos que la transición energética tiene que ser equilibrada desde el punto vista económico y social, y ese equilibrio es complicado de encontrar. Creo que esto obedece a una realidad, a una transición necesaria; nosotros no estamos en contra de la energía nuclear, que forma parte de ese mix para garantizar un consumo eficiente y esa transición necesaria, en el medio plazo", reflexiona Silvia García-Castaño, directora general de Inversiones y Productos de Tressis. "Considero que esa taxonomía, y esta es una opinión personal, apoya unas energías que no dejan de ser una realidad, y no veo que sea necesariamente algo negativo; pretenden encontrar el ángulo verde o los puntos críticos, no verdes, en esos métodos de generación", añade.

"La taxonomía se concibió con el objetivo de establecer un lenguaje común para clasificar las actividades que contribuyen sin riesgo a descarbonizar de la forma más rápida posible la economía", señala, por su parte, Pablo Bascones, socio responsable de sostenibilidad y cambio climático de PwC. Añade que "clasificar el gas y la nuclear al mismo nivel que las renovables puede enviar un mensaje confuso a los inversores y al mercado. Esto no quiere decir que no les tengas que dar un rol; nadie puede pretender que no se trabaje en nuclear y en gas natural en los próximos años porque eso nos llevaría a una escalada de precios brutal y, probablemente, a un desabastecimiento energético".
El sol luce cuando luce y los aerogeneradores se mueven cuando hay viento, y las renovables presentan el problema de que a día de hoy no existen sistemas viables para su almacenamiento, que permitan acumular toda esa energía. "Por tanto, necesitas una energía de respaldo. Parece más que obvio que el gas y la nuclear tienen un rol en la transición, pero quizá haya que buscar otros mecanismos para, temporalmente, promocionarlas o mantenerlas durante la transición energética que no sea clasificarlas como taxonomía verde", apunta el experto de PwC.
"En realidad, esto no difiere tanto de lo que ya hacen las estrategias 'best-in-class', que eligen a las mejores pero sin excluir a ningún sector", señala Jordi Mercader (inbestMe)
Hecha esta reflexión, los expertos consultados están de acuerdo en que en ningún caso la inclusión de estas dos energías favorece el greenwashing (el uso de la etiqueta verde como una mera y vacía herramienta de marketing). Lo resume Andrea González: "En lo que respecta a la credibilidad de cara al inversor final, que es algo que nos preocupa a todos dentro del sector financiero, el riesgo de greenwashing queda bastante neutralizado. Parte de la propuesta que se ha hecho de acto delegado incluye que, en el alineamiento de los fondos con la taxonomía, sea necesario publicar qué porcentaje de ese alineamiento se corresponde con el gas natural y cuál con la energía nuclear". En la información que la entidad traslada al inversor final estaría incluido este aspecto, lo que proporciona una herramienta a ese cliente para decidir si quiere entrar en él o no.
Qué pensará el minorista
inbestMe es un roboadvisor que ya tiene cerca del 40% de su patrimonio en estrategias sostenibles, y cuyo cliente es, en su inmensa mayoría, minorista. Su CEO, Jordi Mercader, sí cree que al inversor retail "posiblemente le resulte muy difícil entender que la nuclear pueda ser considerada una fuente de energía verde". En cualquier caso, añade Mercader, "tampoco olvidemos que esto no está tan alejado de lo que ocurre cuando aplicamos filtros ESG, y seleccionamos a las mejores compañías de cada categoría, el llamado best-in-class". Este es uno de los enfoques utilizados en inversión responsable, y no excluye a sectores o industrias concretas, sino que invierte, dentro de ellas, en las empresas que mejor puntúan en criterios ambientales, sociales y de gobernanza.
Las conversaciones sobre sostenibilidad con el cliente final se intensificarán a partir del próximo mes de agosto, cuando entrará en vigor la modificación de MiFID por la que las entidades deberán preguntar a sus clientes por sus preferencias en inversión responsable. Silvia García-Castaño apunta que "aterrizando todas estas cuestiones con el cliente, y de cara a ese test de idoneidad" a partir del verano, estas cuestiones son todavía demasiado complejas para un inversor retail que, "de momento, está empezando a entender en qué consiste la inversión sostenible".
Sin 'lavado de cara verde'
"No se producirá greenwashing" por este cambio en la taxonomía, señala García-Castaño: "Si aplicas la taxonomía europea, y ésta incluye estas estrategias, el cliente podrá elegir un fondo con una exposición o con otra". A futuro, "creo que vamos hacia el desarrollo de más productos de impacto, que actualmente representan en torno a un 3% del total de activos. Vamos a ir más hacia la economía real, y al capital privado, donde puedas tener ese impacto". En ese segmento "ya existen fondos de inversión con unos business case muy claros, que pueden ser objetivo de mayor demanda si se aprueba esta taxonomía".
Precisamente, señala Jordi Mercader, "el cliente minorista, cuando piensa en inversión sostenible, piensa en fondos de impacto"; idealiza, por así decirlo, este tipo de inversiones.
Bascones añade: "Coincido en que si la UE clasifica así estas actividades, no se produciría un greenwashing porque tú, como gestora, cumples. Pero una posibilidad adicional sería crear una especie de taxonomía de semáforos. Ahora mismo existe una lucha, "nuclear y gas, ¿sí o no?". Algunos inversores quizá sí querrían invertir en nucleares, pero podrían no querer hacerlo en gas. Si tú, como gestora, no quieres perder credibilidad, deberías explicarle qué tipo de activos contiene tu fondo, y facilitarle herramientas que le permitan ver qué entra y qué no entra en un fondo, más allá de categorizarlo como artículo 9", señala.
En todo el mundo están en desarrollo 13 taxonomías, y ocho de ellas están basadas en la europea, explica Andrea González, de Spainsif
La clave está, por tanto, en esa transparencia de cara a los inversores, y en la publicación de esos porcentajes, para que el cliente final pueda tomar sus decisiones. Dicho esto, Andrea González apunta a otros problemas que se derivan de la entrada de energías marrones en la clasificación de actividades verdes: "Existe un riesgo importante de pérdida de credibilidad frente a terceros fuera de la UE, porque Europa se había situado como la región más purista en esta carrera hacia la sostenibilidad, y ahora es posible que la taxonomía china sea algo más verde que la europea", detalla.
En el mundo hay ahora mismo en desarrollo 13 taxonomías, ocho de las cuales están inspiradas en la europea. Los esfuerzos se dirigen a encontrar puntos en común entre las que ya están en funcionamiento: durante la pasada COP26 se publicó, de hecho, el denominador común entre la china y la de la UE. Canadá o Japón ya tienen también sus propias clasificaciones. Cada vez más empresas, no solo en el Viejo Continente sino en todo el globo, reportarán su alineamiento con la taxonomía verde, de modo que los inversores de todo el mundo puedan discernir si los productos en que invierten son verdes o no.