Internacional

La política llevada al absurdo más extremo: la semana más esquizofrénica de Westminster por el Brexit

  • La estrategia de Johnson de ir a las urnas ha saltado por los aires
  • Un coro de abucheos le acompaña allí donde va por todo el país
Una agente de policía pierde el conocimiento durante un discurso de Boris Johnson. Foto: Reuters

Portadas de prensa y anuncios con fotomontajes del líder de la oposición disfrazado de gallina. Una policía desmayándose mientras el primer ministro improvisa un discurso. El jefe de Gabinete de Downing Street, con una copa de vino en la mano, acercándose al despacho del líder de la oposición para pedirle que convoque elecciones. Un Gobierno incapaz de ganar una sola votación en el Parlamento en una semana entera. El nieto de Winston Churchill, expulsado del Partido Conservador por el político que se declara como su mayor admirador. Rumores de una moción de censura del primer ministro contra sí mismo. Lo que está pasando en Reino Unido no es normal.

La crisis británica lleva años regalando imágenes indescriptibles: desde el récord histórico de derrotas en un mandato, marcado por Theresa May, al discurso en la conferencia de su partido en el que la premier se quedó sin voz, un humorista saltó a entregarle una carta de despido y las letras del decorado detrás de ella empezaron a caerse, una a una, mientras hablaba. Con permiso para la oposición: siete diputados abandonaron una mañana al líder de la oposición, Jeremy Corbyn, acusado de permitir el antisemitismo en sus filas. El partido que montaron, Change UK (abreviado CHUK, en honor a uno de sus miembros, el diputado Chuka Umunna), duró unos pocos meses, antes de dividirse en dos y acabar renombrado a El Grupo Independiente Por El Cambio (ronda el 0% en las encuestas). Umunna se pasó a los Liberal-Demócratas.

En este ambiente de farsa, cuando finalmente May tiró la toalla entre lágrimas, el que fuera líder de la campaña del Brexit durante el referéndum, Boris Johnson, se presentó a dirigir el Partido Conservador con tres argumentos. Johnson iba a, en palabras del tabloide Daily Mail, "devolverles el sol" con su actitud carismática, optimista y divertida. Además, él era el "primer ministro Heineken", capaz de llegar a capas de la población lejos de las clases medias y empresariales que tradicionalmente votan a los 'tories'. Y su promesa de aprobar el Brexit el 31 de octubre, "hacerlo o morir", recuperaría los votos que se habían pasado al Partido del Brexit del populista Nigel Farage, que promete una salida por las bravas.

Pero todo ha salido mal. Peor que mal. Su estratega jefe, Dominic Cummings, ex jefe de campaña del Brexit, llegó a Downing Street con maquiavélicos planes. Suspendería el Parlamento para que los diputados, impotentes, no pudieran frenar el Brexit duro. Si intentaban echarle con una moción de censura, se negaría a dimitir y provocaría unas elecciones anticipadas, en las que Johnson se presentaría como el "líder del pueblo" enfrentándose al "parlamento antidemocrático". A ser posible, antes del 31 de octubre: así Johnson podría prometer una salida con y sin acuerdo a la vez. Y los que se sintieran traicionados después del 'Día D', bueno, se siente: la siguiente elección no sería hasta 2024.

Lo que ocurrió tras el anuncio de la suspensión del parlamento, sin embargo, fueron manifestaciones multitudinarias por todo el país, denunciando el "golpe de Estado". Manifestaciones que llevaron a la dispar oposición a unirse contra todo pronóstico y conjurarse para usar el poco tiempo que les quedaba para pararle los pies al premier. Pero lo que decidieron no fue ir a una censura y precipitar elecciones, como deseaba Cummings, sino tomar el control del Parlamento y aprobar, por la vía rápida, una ley que obligaba a prorrogar el Brexit si no había un acuerdo antes del 19 de octubre. Por si el sarcasmo del destino no fuera completo, una enmienda de una decena de diputados laboristas resucitó el acuerdo de salida de May e impuso que se votara por cuarta vez si Johnson no encontraba nada mejor para entonces. La propia May se reía en su escaño.

No solo eso, sino que, el mismo día en que se votaba esa ley, su mayoría saltó por los aires. Un diputado se cambió de partido delante de sus narices, mientras hablaba, y le dejó en minoría. Por la noche, después de la votación clave, echó a otros 21 parlamentarios de su grupo. Figuras históricas todos ellos: casi todos exministros, casi todos con carreras de décadas enteras. Entre ellos, el nieto de Churchill, de cuyo abuelo Johnson escribió un libro hagiográfico. Por si fuera poco, hasta su propio hermano, Jo Johnson, dimitió el Gobierno el jueves, alegando que la política de Boris iba en contra del "interés nacional". La cena de navidad pinta interesante, aunque ya lleva siéndolo desde hace tiempo: la tercera de la familia, Rachel, hace años que se pasó a la oposición europeísta.

"Eres un gallina"

A la desesperada, Johnson intentó convocar elecciones, tras jurar y perjurar que no las quería. Pero una ley aprobada en 2011 por un predecesor, David Cameron -al que Johnson llamó "empollona", según recogen las minutas de un Consejo de Ministros que tuvo que entregar a los tribunales- da a la oposición derecho de veto sobre la convocatoria de comicios. Y la oposición ha decidido retorcer el cuchillo y esperar a noviembre, después de que el primer ministro haya tenido que pedir una prórroga a Bruselas. La respuesta de los 'tories' ha sido llamar "gallina" a Corbyn, con un fotomontaje en The Sun y otro enviado a todos los periodistas parlamentarios junto a una pechuga a la plancha parodiando a la cadena KFC. El propio restaurante de comida rápida se ha reído de ellos.

En un intento desesperado, Cummings se acercó al despacho de Corbyn a pedirle que aceptara el adelanto, copa de vino tinto en ristre y "oliendo a alcohol", según algunos periodistas presentes. El laborista salió corriendo.

Al menos, la cosa iría mejor si Johnson demostrara el carisma sin límites que prometió. Pero tampoco. Sus intervenciones en la Cámara de los Comunes han sido sorprendentemente malas. En un escenario en el que se pide a los políticos actuar, Johnson ha sido arrasado por Corbyn -que sudaba lo indecible contra Cameron o May- y por los diputados a los que echó de su partido, que se turnan por ver quién lanza las preguntas más llenas de veneno.

¿Y qué tal entre los ciudadanos de a pie? Complicado. Su mensaje en Downing Street del lunes acabó sofocado por abucheos, al igual que sus visitas a Escocia y Gales. El jueves pasado, paseando por Yorksire, un señor le saludó con un "Por favor, vete de mi ciudad". Otro, con chándal, le increpó que "esté en Morley en vez de en Bruselas, negociando con la UE".

Tal y como están las cosas, Johnson puede hacerse una moción de censura a sí mismo y acabar ganándola. O perdiéndola, según se mire

Pero el momento más extraordinario fue, de lejos, su discurso de 'inicio de campaña' del jueves. Una treintena de policías se pasaron una hora de pie bajo el sol esperando a que llegara. Una se acabó desmayando mientras Johnson, sin guion, intentaba pronunciar un mensaje confuso. Trastabillándose, pronunciando mal las palabras, cortando sus ideas, con chistes sin sentido, los periodistas asistían fascinados a un "accidente de tráfico oral" digno de "Boris Yeltsin", el expresidente ruso famoso por su alcoholemia.

La oposición, alucinada, se frota las manos. Si este desastre es lo que Johnson es capaz de hacer, que dure. Y el primer ministro está atrapado: sin mayoría, con su partido roto, sin poder gobernar ni convocar elecciones y obligado, por ley, a romper su principal promesa y prorrogar el Brexit el 21 de octubre. ¿Qué solución hay? Existe una: hacerse una moción de censura a sí mismo.

La ley no limita quién puede plantearlas, y si no hay una mayoría alternativa -imposible de encontrar si el Parlamento está cerrado-, se convocarían elecciones 14 días después. Pero tal y como están las cosas, igual Johnson gana esa votación. O la pierde, según cómo se mire. Por el momento, tiene el récord de haber perdido todas las votaciones que se han celebrado -cuatro- desde que está en el poder. A lo mejor, la única que gana es precisamente la que quiere perder. Como tortura, desde luego, el guionista loco que lleva este despropósito político no podría haberse inventado nada mejor.

WhatsAppFacebookTwitterLinkedinBeloudBluesky