
La banca continúa acaparando la atención de los medios económicos, especialmente la europea. Las noticias de la semana pasada sobre reestructuraciones, despidos y cancelaciones de dividendos por parte de algunos bancos del Viejo Continente permanecieron un tanto eclipsadas ante los rumores sobre el Deutsche Bank.
Más allá del gigante alemán, la semana anterior, la última de septiembre, supuso un via crucis para el sector europeo en general en bolsa, aun cuando los bancos españoles aguantaron relativamente bien el tipo. Es evidente que el fuerte ajuste, reorganización, capitalizaciones y fusiones de nuestras entidades les han permitido un cierto blindaje, pero no son ajenos a la problemática.
Como siempre comento, la banca española, también en general la europea, es hoy mucho más solvente y sólida que al inicio de la crisis. En este sentido, el de la solvencia, los clientes deberían mantener la calma. Sin embargo, esa misma afirmación no se puede generalizar a la totalidad del sector. La banca de países como Portugal, Italia y Alemania centran las preocupaciones, aun cuando no creo que en ningún momento podamos ver la caída de ninguna entidad, en todo caso intervenciones para apuntalar alguna marca o limitar los daños del sector bancario en algún país. El problema, para el sector en estos momentos, especialmente para los inversores, es el de la rentabilidad. La cuenta de resultados de la banca, la europea, se ve presionada por una serie de circunstancias: irrupción de la banca digital y fintech; una demanda de crédito en Europa todavía bajo mínimos; una sobredimensión de estructura y empleados; una muy exigente reglamentación sobre recursos propios y el escenario de tipos de interés negativos o muy bajos.
Podríamos decir, si aglutinamos los problemas anteriores, que se nos presentan dos grandes grupos de circunstancias que golpean a la banca. El primero, unos condicionantes macroeconómicos (o derivados de ellos): tipos y demanda de crédito. El otro, a más largo plazo, incide en el negocio, cómo es el modelo de negocio que la banca va a plantear en el medio y largo plazo. Ambos problemas unidos por el pegamento de la exigente reglamentación que, en mi opinión, es demasiada rígida y extensa para lo que necesita la actividad crediticia. De hecho tanta reglamentación y exigencias ha reducido el negocio bancario a una actividad previsible, encorsetada y más parecida a una empresa eléctrica que a la que propiamente se necesita en la actividad del préstamo.
Pero si nos centramos en esos problemas, el de los tipos de interés y el impacto en las cuentas de resultados, no son específicos de las entidades domiciliadas en el área euro. Los problemas de tipos y su impacto en los beneficios es un problema común a bancos americanos, ingleses, japoneses y europeos. Si hoy nos asomamos a los tipos directores de los principales bancos centrales, nos encontramos con tipos nulos o negativos. En mi visión, tenía razón Francisco González cuando decía que los niveles de tipos estaban dañando los beneficios de las entidades de crédito.
Estamos ya viendo los límites de las medidas monetarias, cuando éstas se toman sin otros apoyos. Precisamente los bancos centrales parecen darse cuenta, cada vez más, del problema generado por la permanencia, ya durante mucho tiempo de los tipos a cero. Cierto es que han actuado, especialmente en el caso del BCE, buscando que se acompañasen sus decisiones con reformas y una implicación de la política monetaria. Sin embargo esto no se ha producido pues estamos ya percibiendo un cambio en los discursos de los gobernadores y altos responsables de los bancos centrales.
Estas instituciones son conscientes de la situación y han comenzado a interiorizar el problema. Por una parte, el Banco de Japón ha modificado su política de compra de bonos a largo plazo. Intenta que los plazos más largos no entren en negativo, con el problema que ello supondría para la banca nipona. La Fed viene desde hace tiempo preparando al mercado para una subida de tipos, algo que previsiblemente tendremos en el mes de diciembre. El último banco central que se ha sumado a la iniciativa de propiciar subidas controladas de tipos de largo plazo ha sido el BCE. Los rumores sobre una posible disminución de la compra de bonos ha provocado un repunte de los plazos largos. Estos movimientos y declaraciones vienen a paliar, aunque no a solucionar, el problema que los bancos centrales han provocado en los resultados de los bancos. Hemos pasado mucho tiempo con tipos muy bajos propiciados por una política monetaria históricamente laxa.
El negocio principal de los bancos sigue siendo la desintermediación de tipos y plazos; cuanto más diferencial existe entre los tipos a corto y largo, mejor para la banca. Cierto es que el hundimiento de las rentabilidades, con el consiguiente ascenso del precio de los activos de renta fija, impulsó los beneficios por operaciones financieras de los bancos, pero desde hace tiempo el movimiento de tipos está agotado.
Los bancos centrales parecen concienciados de la problemática. En todo caso una incertidumbre continuará sobrevolando a cada entidad: ¿cuál será el modelo de banca que se implementará? Conviene no olvidarlo, los tipos bajos es un problema coyuntural, sin embargo la llegada de las fintech y los cambios en las economías ponen de manifiesto una modificación en el modelo de negocio imperiosa hasta el momento.