Economía

¿La revancha de los precarios? Los trabajadores con peores empleos ganan poder a golpe de dimisión

Foto: Dreamstime

En un momento en el que el enfriamiento del mercado laboral es patente en la mayoría de las grandes economías del mundo y su mayor síntoma es una reducción de las vacantes y las renuncias de trabajadores, España se empeña en llevar la contraria. Su tasa de puestos por cubrir sigue al alza y las renuncias de asalariados han alcanzado un nivel inédito en la historia, con 2,45 millones en los primeros diez meses del año, de las que 1,86 millones corresponden a ocupados con un contrato indefinido. Pero el caso español presenta particularidades y responde a un escenario en el que los trabajadores con empleos de peor calidad están ganando 'poder'. Algo supone un serio problema para miles de pequeñas empresas dependientes de un modelo de uso intensivo de mano de obra.

Históricamente, la variable de las dimisiones ha sido considerada irrelevante en análisis del mercado laboral con la mayor tasa de paro de la Unión Europea. Incluso cuando en todo el mundo se hablaba de una Gran Recesión y los datos ya apuntaban a una tendencia alcista nuestro país, la cuestión solo se trataba como un argumento en los debates sobre la subida del SMI, con un Gobierno inspirado por el "Pagadles más" que el hoy presidente saliente de Estados Unidos, Joe Biden proclamó cuando le plantearon la misma cuestión. El problema es que la situación en España es muy diferente y no se resuelve solo con subir salarios.

Los analistas han minimizado esta derivada, no solo porque resulte difícil de entender que los trabajadores españoles abandonen de 'motu proprio' sus empleos, sino porque consideran que las dimisiones son un daño colateral de la precariedad laboral. Los datos avalan esta idea: las renuncias se concentraban en los trabajadores con contrato temporal, con mucho menos poder de negociación que los indefinidos.

En este sentido, las estadísticas de Seguridad Social son claros: hasta 2022, los eventuales acaparaban el 60% de las dimisiones, pese a que 'solo' suponían el 29% del empleo asalariado. Los indefinidos, que representaban el 62,9% solo protagonizaban el 36,7% de las renuncias. Esta desproporción se interpretaba como un indicio de que las bajas voluntarias estaban ligadas a la precariedad de los trabajadores.

Un ejemplo podría ser un camarero que tiene un contrato temporal y lo abandona antes de su finalización. Aquí se pueden producir tres escenarios. En el primero, lo hace por haber encontrado un empleo mejor en otro bar, con mejor salario y horarios, pero el 'cebo' para atraer ese trabajador no necesita ser demasiado elevado porque su situación de origen es peor que sería la de un indefinido. El empleador que lo pierde tampoco se plantea mejorar las condiciones del puesto, porque el coste de cubrir ese puesto con otro asalariado eventual, aunque también se vaya, es bajo.

El segundo escenario es que el trabajador abandone el puesto sin tener otro a la vista. La empresa no ve un problema en ello, incluso se ahorra la indemnización de 12 días por año por caducidad de un contrato eventual. Y esto también explica el tercer escenario, que coincide con lo que coloquialmente se conoce como un despido encubierto: el trabajador acepta dimitir para que la empresa no tenga que abonarle esa compensación, con la promesa de volver a llamarle de nuevo a medio plazo.

Un cambio de paradigma

La Seguridad Social no desglosa las bajas de afiliación por sector ni duración del contrato, pero en la evolución de la serie histórica, que se inicia en 2012, hay indicios muy relevantes. Las dimisiones se disparan con la recuperación de la crisis financiera, que coincide con la sustitución de sectores como la construcción por otros como la hostelería y el comercio, que son también intensivos en el uso de mano de obra pero con contratos de duración más breve que los de las obras. La reforma laboral de 2012 clarificó la causalidad del despido y abarató el coste del improcedente, con la idea de que esto redujera el miedo a hacer contratos fijos. Pero la estrategia no funcionó.

Los contratos eventuales aumentaron su peso, aunque a tasa de estacionalidad se mantuvo relativamente estable, en un porcentaje del 30% de los afiliados al Régimen General. Esto implica que esos empleos duraban menos. Y, en paralelo, las renuncias de estos trabajadores se incrementaron. Además, con intensas variaciones estacionales, lo que apunta a una correlación con actividades de temporada, mientras que las de indefinidos son mucho menos volátiles y, aunque, también aumentaron lo hicieron mucho menos de lo que correspondería a su peso en el empleo.

Pero con la reforma laboral de 2021 todo esto da un giro de 180%. De hecho, la tendencia se invierte. Los indefinidos pasan a ser el 72,8% de los asalariados y los temporales el 12,8%, pero las dimisiones de los primeros llegan al 75,9% y los segundos caen al 22% del total. En cifras absolutas, las primeras suponen 1,86 millones acumulados en los diez primeros meses del año frente a 537.066 (a las que se sumen otras 49.945 de funcionarios, cargos políticos y otros asalariados con un contrato que no encaja en las categorías de fijo o eventual).

La nueva regulación consigue una cuadratura del círculo que parecía imposible: restringir la contratación temporal, disparar la indefinida y hacerlo en un escenario de creación de empleo, gracias a un contexto económico de 'rebote' tras la pandemia, pero también a que los nuevos puestos de trabajo son menos volátiles. Pero esto nos lleva a una situación que antes de la reforma, cuando firmar un contrato fijo parecía un privilegio al alcance de pocos, hubiera resultado inconcebible: estos nuevos indefinidos renuncian a sus empleos.

Se ha asociado este auge de las dimisiones con la lucha por atraer y retener en mano de obra cualificada en sectores de algo valor añadido, como el tecnológico. Pero, aunque este factor existe, su impacto no es tan determinante: de ser así, la subida de los salarios habría sido mucho más amplio sobre el conjunto de la economía, superando el efecto combinado de la inflación, la negociación colectiva y el encadenamiento de subidas del SMI. Lo mismo ocurriría si se hubiera producido entre trabajadores veteranos, con mayor antigüedad en el puesto y más capacidad de negociar ofertas y contraofertas.

Diversos estudios apuntan a que las dimisiones se concentran en los nuevos trabajadores fijos que antes encadenaban empleos temporales en los sectores con un uso más intensivo de la mano de obra y salarios más bajos. Aunque ahora encuentran más posibilidades de lograr un puesto fijo, las condiciones efectivas de esos trabajos no han cambiado tanto. Y esta sospecha se ve reforzada porque la evolución de las renuncias de los indefinidos refleja picos estacionales muy similares a las de los temporales. ¿Pero hasta qué punto estos trabajadores 'precarios' tiene más poder que antes?

Más poder para pedir pero no para obtener

El récord de dimisiones de trabajadores fijos se ha visto acompañado por un incremento de despidos y ceses por no superar el periodo de prueba, lo que apunta a que muchas empresas que se ven obligadas a hacer contratos indefinidos tienen problemas para mantener esos puestos de trabajo. A pesar de que los nuevos convenios sectoriales en la hostelería, el comercio o la construcción recogen importantes subidas salariales, arrastrados por la presión de la inflación y el SMI.

Que el tejido productivo de dichos sectores esté capilarizado en muchas pequeñas empresas con escaso potencial de crecimiento no hace más que dificultar el cumplimiento de las nuevas exigencias laborales, incluso en un contexto 'alcista del ciclo'. Esto explicaría que muchos ceses se concentran en trabajadores más recientes y con menor coste de retención, es decir, despido. Lo que conduce a una nueva dualidad de la estabilidad laboral entre 'novatos' y 'veteranos', como antes se producía entre temporales e indefinidos.

Pero este diagnóstico pesimista se ve matizado por el hecho es que las renuncias superan la suma de los dos tipos de ceses. Y, al contrario de lo que ocurría antes, una empresa lo tiene difícil para obligar a un trabajador a dimitir para encubrir un despido. Mas frecuentemente, como prestigiosos laboralistas apuntan, ocurre lo contrario: muchos despidos se pactan para mejorar las compensaciones de una renuncia voluntaria cercana a la jubilación.

La hipótesis de que los nuevos indefinidos abandonan voluntariamente sus empleos por uno mejor o que prefieran no trabajar a aguantar sus condiciones en las empresas parece, por tanto, cobrar fuerza. Y es una situación inédita para el mercado laboral español. Nos encontramos con un nuevo ciclo volatilidad 'voluntaria' pero no ajeno a la precariedad 'de toda la vida'. Lo que ocurre es que los nuevos asalariados de estos sectores lo tienen más fácil que nunca para encontrar otro trabajo indefinido, pero no se encuentran con unas condiciones mucho mejores que en el anterior, básicamente porque las empresas no pueden ofrecerlas. Con lo cual son propensos a saltar a un otro empleo.

Aunque no tanto a saltar a otros sectores: la distribución sectorial del empleo asalariado apenas ha cambiado en los últimos cinco años. La educación, el sector que más trabajadores ha 'robado' al resto apenas ha elevado su peso sobre el total en un punto porcentual desde 2019, al 7,5%. El que más lo ha reducido, el comercio minorista, solo ha restado un 0,6%, pasando del 9,3% al 8,6%. Ambos son actividades caracterizadas por una alta estacionalidad.

Es decir, el volumen de mano de obra se mantiene más o menos en términos similares a los de antes de la pandemia y la reforma laboral. Simplemente, ahora es mucho más difícil retenerlos, ni siquiera con contratos indefinidos. Sin embargo, su mayor volatilidad no sería un problema para estas empresas (nunca lo ha sido) si no fuera porque no pueden poder encontrarles reemplazo, algo que confirma el repunte de las vacantes de empleo.

Esta falta de relevo en los trabajadores obligará a muchas empresas, y al conjunto de la economía, a lidiar definitivamente con las dimisiones. Los asalariados ganan poder incluso en las empresas con peores suelos y condiciones laborales. Y parecen dispuestos a pasar la factura gracias a otro factor: la demografía laboral. Los jóvenes prolongan su etapa educativa y el envejecimiento de la mano de obra poco cualificada reduce el potencial de trabajadores disponibles en actividades que requieren una intensa actividad física.

Aunque también ocurre que los profesionales más veteranos son menos proclives a aceptar ciertas condiciones laborales, un motivo que también aleja a los desempleados de ellas, como analizaba un reciente informe del SEPE. Este nuevo escenario está pillando por sorpresa a muchas empresas que confían en un repunte de la inmigración, una fórmula que se aplicó hace 20 años, pero cuyo éxito ahora está mucho menos garantizado.

En este escenario, lo que se dibuja es un pulso entre empleadores y empleados con mayor poder para irse por las condiciones laborales. Una tendencia más propia de mercados de trabajo como el estadounidense que del español, donde las tensiones laborales pasan casis siempre por la negociación colectiva.

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