
Un impulso desinflacionario parece estar surgiendo del seno de los electorados occidentales y es aquel que va en contra de lo que se ha venido denominando greenflation (inflación verde, traducido del inglés). Este concepto encapsula el aumento de costes generalizado que ha supuesto, está suponiendo y supondrá la transición energética global en el marco de la lucha contra el cambio climático. El paso a energías renovables y a alternativas sostenibles y menos contaminantes lo más rápido posible está siendo costoso y algunos ciudadanos sienten que eso socava su bolsillo. El pálpito se ha escuchado en las últimas elecciones europeas, celebradas el pasado 9 de junio, y podría volver a sentirse en las elecciones presidenciales de EEUU el próximo mes de noviembre.
La estrategia de ir aminorando la dependencia de materias primas como el petróleo o el carbón ya viene de lejos, pero acontecimientos recientes como la guerra en Ucrania han acelerado el proceso. Europa es quizá el caso más sintomático. Pasar de la noche a la mañana de recibir gas y petróleo ruso a buscar otras alternativas ha desembocado en una crisis energética que ha castigado a la región con la peor oleada inflacionaria en décadas. Algunos lo han tomado como una lección de lo que caro que es cambiar de modelo energético de forma exprés, complicándose aún más unos planes verdes de las autoridades que ya venían enfrentando obstáculos para su desarrollo.
Es el veterano estratega de Société Générale en Londres Albert Edwards quien describe en su último comentario para clientes las trazas de esta "nueva fuerza desinflacionista". "Los resultados de las elecciones europeas fueron sorprendentes, no tanto por el avance de la extrema derecha, que se predijo ampliamente, sino por la caída del apoyo a los partidos verdes o ecologistas. Los votantes culpan claramente a los verdes del encarecimiento de la vida y han trasladado su 'azote verde' a las urnas", reflexiona el analista.
"La inflación verde es un factor secular de vital importancia que impulsa la inflación al alza a medida que los gobiernos adoptan medidas para combatir el cambio climático. Europa ha sido una de las regiones que más medidas ha adoptado para alejar a los consumidores del petróleo y el gas. El consiguiente aumento de los costes (por no hablar de los plazos cada vez más urgentes para alcanzar los objetivos del cambio climático) ha ejercido una presión adicional sin precedentes sobre los consumidores, que ya se encuentran en plena crisis del coste de la vida", ahonda Edwards.
Lo cierto es que el creciente coste de la vida y la 'obligación' (de forma directa o indirecta) a tomar diferentes decisiones para adaptarse estos nuevos tiempos más verdes están generando cierto hastío en un grupo cada vez más grande de la población. "El rechazo a los crecientes costes de la transición a la energía verde también está logrando votos en países con grandes sectores agrícolas que se han visto gravemente afectados por el aumento de los costes de la energía y los fertilizantes en los últimos años", profundiza Gavin Maguire, analista de Reuters y experto en transición energética.
La frustración por este tipo de costes parece explicar en gran medida, según Edwards, el desplome del voto verde en los dos mayores países de la UE en los comicios europeos. En Francia, los verdes obtuvieron un escaso 5,5%, frente al 13,5% de 2019, mientras que en Alemania cayeron del 20,5% al 11,9%. Como precisa el autor del informe, Los Verdes en Alemania también pueden haber sido castigados por aumentar los costes de la energía a través de su insistencia en cerrar las centrales nucleares: "Si su objetivo principal era luchar contra una inminente emergencia climática, la mayoría de los expertos creen que mantener esas centrales abiertas habría sido la forma más rápida y barata de cumplir los objetivos de reducción de carbono".
El ejemplo más mediático ahora mismo lo ofrece el coche eléctrico, que amenaza con una 'guerra 'que puede acabar costando muy cara en términos políticos a los actuales mandatarios o, al menos, obligarles a cambiar su discurso. Más allá del todavía elevado precio de estos vehículos, la naciente guerra comercial entre la UE, EEUU y China por el coche eléctrico puede dar la puntilla a esta política verde. Cada vez gana más fuerza este mensaje en las sociedades avanzadas: nuestros políticos nos obligan a cambiar de coche a uno más caro y encima no nos permiten comprarlos a la 'barata China'.
Por el lado de la producción, el servicio de estudios de Société elabora una infografía de la que se pueden deducir los elevados costes del coche eléctrico. Para elaborar una batería de iones de litio estándar (de unas 1.000 libras o unos 450 kilogramos) para un coche eléctrico se necesitan más de 100 gramos de litio, más de 13 kilos de cobalto, más de 27 kilos de níquel, más de 40 kilos de cobre, casi 50 kilos de grafito y más de 180 kilos de acero, aluminio y componentes plásticos. Todo ello cuando se prevé que los vehículos eléctricos se multipliquen por 13 desde los 11 millones de 2022 hasta los 145 millones en 2030 frente a la flota actual de vehículos convencionales de combustible, que asciende a los 1.200 millones.
Por el lado comercial, las regulaciones aprietan y los aranceles ahogan. Los economistas de Natixis explicaban en un reciente informe que los aranceles impactan en la economía, pero, sobre todo, en los consumidores. Si un país impone un arancel a las importaciones de otro país, esencialmente aumenta el precio de ese bien (por ejemplo, el coche eléctrico chino) para sus compradores domésticos (los europeos). Hasta qué punto el precio cambia efectivamente y cuáles son las implicaciones macroeconómicas depende de varios factores. Un determinante crucial, por ejemplo, es la sensibilidad al precio a la demanda de ese bien específico. Dependiendo de lo alta o baja que sea esa sensibilidad, la empresa puede trasladar ese aumento de aranceles a sus clientes (o no). En el caso de los coches eléctricos, por ejemplo, todo hace indicar que los aranceles se trasladarán por completo al precio dada la 'escasa competencia' que suponen los coches europeos, que son mucho más caros y en algunos casos incluso de peor calidad.
En términos más generales, en Europa el 'gran elefante' en la habitación es el Pacto Verde de la UE, que emula la ya famosa Ley de Reducción de la Inflación de EEUU impulsada por Joe Biden. El pacto europeo, ahora en un impasse tras los resultados de las europeas, ha puesto en marcha subvenciones para animar a las empresas a cambiar a formas de producción con menos emisiones de carbono. Estos subsidios, incide el economista Société, "han incrementado unos déficits fiscales ya de por sí onerosos, provocando el resentimiento de los votantes por el aumento de los impuestos y las implicaciones inflacionistas de estas políticas".
"Los políticos que articularon el Pacto Verde o Green Deal no entendieron sus consecuencias políticas", explica Tom Burke, presidente y cofundador del grupo de expertos sobre el clima E3G. "La gente ha comenzado a darse cuenta de que realmente tienen que cambiar, esto tiene un coste, se sienten inseguras, y entonces la derecha está aprovechando esa inseguridad en busca de poder".
Más allá de la caída de los partidos verdes, el referido avance de la ultraderecha es otro claro obstáculo para la estrategia verde. Los partidos populistas, nacionalistas y euroescépticos que conforman una familia muy variopinta en materia económica, pero en materia medioambiental y de energías renovables constituyen un grupo relativamente homogéneo. "El avance de los partidos de derecha en las recientes elecciones al Parlamento Europeo puede paralizar el desarrollo de una serie de proyectos de energía renovable en toda Europa", avisa Maguire.
"Muchos de los políticos que están entrando en las instituciones europeas aprovechan la ola populista para reordenar sus prioridades, como promover el crecimiento económico y reducir los costes de producción, por encima de la descarbonización del sector energético. Como tal, estos legisladores pueden tener el poder de retardar o mitigar la legislación que apunta a acelerar la transición energética de Europa", agrega el experto de Reuters.
La agenda de Trump en EEUU
Ampliando el foco de esta dinámica electoral, Edwards mira al otro lado del Atlántico: "Los gobiernos que ya están siendo desafiados por los votantes descontentos a posponer o incluso revertir la batalla contra el CO2 se involucrarán cada vez más en un repliegue de su estrategia verde y no solo en Europa, sino también en EEUU". El analista enumera los casos dentro del Reino Unido, ámbito que conoce bien. Allí, la prohibición de las calderas de gas prevista inicialmente para 2025 se ha retrasado hasta 2035. La prohibición de la venta de coches nuevos de gasolina y diésel se ha retrasado de 2030 a 2035. Mientras tanto, en Escocia, la coalición entre el Partido Nacionalista Escocés (SNP) y los verdes se vino abajo al retrasar el SNP sus objetivos climáticos.
En EEUU, el regreso del presidente Donald Trump a la Casa Blanca supondría un duro golpe para los esfuerzos mundiales por reducir las emisiones, sobre todo porque es probable que volviese a retirar a EEUU del Acuerdo de París. Además, podría asestar un gran golpe al ya difícil despliegue del coche eléctrico en el país. "El mayor impacto de un segundo mandato del presidente Trump en la transición ecológica en EEUU probablemente se produciría en el despliegue de los vehículos eléctricos y en la medida en que estos desplacen la demanda de petróleo de EEUU en los próximos años", escribe en una nota David Oxley, de Capital Economics.
Desde la casa de análisis recuerdan la clara ambición de Trump diluir las regulaciones medioambientales federales en favor de los vehículos de combustión interna y su idea de aprobar recortes en las subvenciones a los coches eléctricos. Al mismo tiempo, subraya Oxley, "una postura más beligerante en la escena internacional supondría un nuevo obstáculo para la cada vez más frágil cooperación mundial en la lucha contra el cambio climático".