Recurrentemente en los últimos dos años se ha repetido hasta la saciedad cómo el buen comportamiento del empleo (tanto en afiliaciones a la Seguridad Social como en la EPA) era el mejor indicador de que estábamos creciendo económicamente a buen ritmo, incluso utilizando esta variable junto a la recaudación fiscal para sembrar la duda de que el INE estaba infraestimando el PIB.
Pero, como suele pasar, la realidad termina imponiéndose y además de una forma inesperada para el discurso oficial. Estábamos fundamentalmente ante una deficiente interpretación de los datos estadísticos, los cuales muestran con todo detalle en la EPA del cuarto trimestre de 2022 hasta qué punto el modelo de creación de empleo emprendido después de la pandemia ha dejado de dar de sí. En dos años se han incorporado al mercado laboral 1.120.000 personas hasta superar los 20 millones de ocupados, pero al mismo tiempo se han perdido 247.868 horas trabajadas en el mismo período (4.766 horas cada semana) en el sector privado.
Encarecimiento de la contratación
Este desfase entre puestos de trabajo y horas efectivas trabajadas es el mejor exponente de la reconfiguración del mercado laboral provocado por el cambio profundo en las empresas que buscan vías para ampliar equipos, pero intentando embridar unos costes laborales que han crecido más de un 10% en los últimos dos años. El encarecimiento de la contratación debido tanto a la subida del salario mínimo como de los tipos de cotización y la práctica desaparición de los contratos temporales salvo en casos inevitables, ha llevado a buscar vías de escape como ha sido la mutación de la "dualidad" clásica del mercado laboral desde la disyuntiva entre contratos fijos y temporales hasta los contratos a tiempo completo y a tiempo parcial.
El paso de la "temporalidad" a la "parcialidad" ha permitido abrir una vía de creación masiva de contratos, pero con un reparto real del trabajo, lo cual provoca un empeoramiento de la eficiencia del factor trabajo y una caída de la productividad real. Aparentemente, debido a la caída de las horas trabajadas, la productividad del trabajo está subiendo, sin embargo, no es más que un efecto aparente.
En este sentido, el debate de la productividad no está encima de la mesa y deberá estar más tarde o más temprano. Probablemente, el incremento del desempleo (aunque sea muy leve) durante 2023 servirá para recapitular sobre las medidas que se han puesto en marcha en estos últimos dos años, dado que muchas de ellas han desincentivado la búsqueda de puestos de trabajo que acaben con situaciones crecientes de subempleo (tener trabajo, pero trabajar menos de lo que podría).
Aumento de la falsa ocupación
Yendo a la profundidad de la estadística oficial en este aspecto, es preocupante cómo en los últimos años han crecido las cifras de ocupados que no trabajan ninguna hora semanal (estadísticamente aquellos que son preguntados con respecto a la semana anterior a ser entrevistados por el INE) y, al mismo tiempo, un crecimiento extraordinario de ocupados que trabajan una o dos horas al día cada semana.
Desde 2012 (para poner un punto homogéneo del ciclo económico) el número de trabajadores con igual o menos de dos horas diarias de trabajo ha aumentado en 1.043.000 hasta los 3,5 millones. A ello se añaden otro incremento de trabajadores (279.000) que trabajan hasta cuatro horas diarias (media jornada) en el mismo período, y 59.900 desde el cuarto trimestre de 2019.
Vuelta a la normalidad en 2023
Por tanto, estamos ante una progresiva desaparición del 'velo' que ha envuelto el mercado de trabajo en estos dos años, arrancando 2023 dejando en paralelo el escenario del empleo con el del PIB, y probablemente retornará la relación clásica entre PIB y empleo, siendo el empleo una variable procíclica y retardada, frente a la anomalía de estos últimos años de que el empleo estaba "anticipando" el crecimiento real de la economía.
Precisamente, en el fondo, la distancia entre el PIB actual y pre-pandemia y las horas trabajadas hoy con respecto al cuarto trimestre de 2019 es prácticamente la misma (en torno a 0,2 puntos), lo cual refleja hasta qué punto no ha existido un "divorcio" entre el PIB real y el empleo. Durante este año, cabe esperarse un crecimiento del PIB en torno al 1% y, en un escenario razonable, un estancamiento de la tasa de crecimiento de los ocupados en términos desestacionalizados.