
Las mociones de censura que Ciudadanos ha presentado en Murcia esta semana han provocado un vuelco en el tablero de la política nacional de consecuencias imprevisibles. De momento, la presidenta de la Comunidad de Madrid ha roto ataduras con los naranjas y ha disuelto sus cortes para después adelantar elecciones en mayo -las terceras elecciones autonómicas en medio de la pandemia-.
En este ir y venir de escenarios y apuestas, los socialistas aseguran por la Villa y Corte que ellos no van a aprovechar tal circunstancia para adelantar elecciones generales, a pesar de que ven al Partido Popular y a su cúpula bastante tocados, por un movimiento del que solo se ha enterado Isabel Díaz Ayuso.
Pero si tocado ha quedado Génova con esta pérdida territorial que atesoraba desde hace décadas, más aun queda la formación liderada por Inés Arrimadas. La experiencia de la política jerezana presuponía menos bisoñez para aventurar que una moción como la de Murcia es una voladura peligrosa, un tiro al pie que lapida su carrera política, o al menos la del partido que dirige.
Arrimadas ha presumido durante la pandemia de trabajar por el interés de España sin atender a siglas. Ha argumentado que en ocasiones se ha tenido que tapar la nariz para aprobar reales decretos a Pedro Sánchez con el que al parecer tenía más contacto del que se vislumbraba. Perdidas las elecciones en Cataluña con un fracaso estrepitoso, en cuestión de semanas ha elaborado un argumentario para 'cargarse' al PP en Murcia en aras de su lucha contra la corrupción. Sin informar a sus compañeros de partido, se ha apoyado en Carlos Cuadrado, su número dos, y el que fuera tesorero de Cs -por cierto, cuestionado por los críticos de la formación naranja y señalado por algunas actuaciones empresariales dentro y fuera de España, algunas de ellas sin despejar-.
Con estos mimbres, y sin prever lo que podía ocurrir en Madrid, dejando al desnudo a un vicepresidente que un día estaba en la confabulación de las mociones contra la presidenta Ayuso, y el otro también, resulta que la operación de Murcia se ha transformado en un boomerang que puede dejar a Ciudadanos por debajo del 5% de los votos, en el caso de que las urnas se abran el 4 de mayo.
El problema de Arrimadas no ha sido pactar con el PSOE. Ya lo había hecho en Andalucía.
Y no solo eso. La desconfianza y la falta de lealtad de Arrimadas a sus propios dirigentes y miembros de su partido -a los que les ha ocultado esta información-, y a los socios con los que tenía sellados acuerdos, la colocan en una posición de descrédito y de inestabilidad que la aleja de posibles acuerdos en muchos ámbitos de la política.
El problema de Arrimadas no ha sido pactar con el PSOE. Ya lo había hecho en Andalucía. El problema es que para tapar el fracaso del 14-F en Cataluña haya pretendido disfrazarlo dinamitando un gobierno sin antes haber exigido que cayeran cabezas para limpiar los escándalos o los abusos de poder. Porque de otro modo, la pregunta es cómo no pudo aprobar los Presupuestos Generales porque estaba Unidas Podemos, y cómo ahora sí tendrá estómago para que en el Ayuntamiento de Murcia le echen una mano los morados.
En este culebrón, ¿queda algún capítulo, alguna promesa a cambio aún por desvelar?
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