En poco más de una década y tras encadenar varias crisis de calado, la banca española ha retrocedido a las dimensiones de redes de oficinas y plantillas censadas en los años 70 ajuste sobre ajuste. En el sector han desaparecido 112.201 puestos de trabajo vía prejubilaciones y despidos o el equivalente al 22% de las 495.442 salidas sufridas por el conjunto de la banca de la zona euro.
Solo Alemania supera la cifra española, con 158.733 bajas, seguido por Italia (69.714 empleos perdidos), Holanda (52.815) y Francia (46.132).
Son datos de los Indicadores Estructurales del sector que compila el Banco Central Europeo (BCE) y la plantilla de 164.296 empleados censados a cierre del año pasado en las entidades españolas es la más reducida desde que el Banco de España inició sus estadísticas en 1981. Los datos del BCE no recogen por completo el ajuste, dado que el proceso ha ido a más (solo la gran banca minoró en otro 5% o 5.900 empleos sus estructuras entre enero y junio pasados), pero permite pulsar su intensidad por países.
Y en sucursales la situación es similar: de las 72.076 oficinas clausuradas en la zona euro desde la crisis financiera de 2008, un total de 26.822 o el 37,21% se encontraban localizadas en España, cuya red vuelve así a la densidad que tenía en 1976. Se trata del mayor redimensionamiento, seguido por Alemania (echó la persianilla a 15.549 locales), Italia (12.480 menos) y Francia (ha prescindido de 6.036 establecimientos).
La severidad de la reestructuración vivida en España se explica en parte en el profundo proceso de reconversión y consolidación experimentado por las antiguas cajas de ahorros que detonó el crash inmobiliario de 2008 para fortalecer sus balances, y que otros países, como Alemania, Bélgica, Países Bajos o Grecia han registrado en tiempos más recientes con gran intensidad. Pero la realidad es que no hay sistema bancario que escape al proceso.
Mejorar la rentabilidad
El ajuste sobre ajuste, al igual que las fusiones, ha perseguido durante años el objetivo último de mejorar una insuficiente rentabilidad por el escenario de tipos negativos existente desde junio de 2014 y atender a los crecientes requisitos regulatorios e incesantes dotaciones de provisiones para encarar deterioros de activos y morosidad.
Si la gran crisis financiera de 2008 y cuyo pico vivió España en 2012, con la prima de riesgo desatada y el rescate financiero, alentó la primera y profunda consolidación, el Covid-19 favoreció las últimas fusiones, más tácticas que por supervivencia, pero con otros Expedientes de Regulación de Empleo (ERE) para maximizar sinergias limitando estructuras redundantes.
Las incertidumbres sobre el impacto final de la pandemia volvían a poner en jaque la rentabilidad por los fuertes saneamientos. Y justo ahora, cuando las entidades estaban completando los flecos pendientes de los últimos ERE y el tipo de interés iba a retornar a terreno positivo, se ensombrece de nuevo la situación por las implicaciones de la guerra de Rusia y la imparable inflación, moviendo otra vez al supervisor a exigir más prudencia a la banca y mantener mullidos colchones de provisiones. El impuesto con el que el Gobierno quiere recaudar 3.000 millones en dos años añadirá también presión a la cuenta.
A pesar de que en España continúa existiendo más frondosidad de red que en otros países (el ratio son 46 oficinas por cada 100.000 habitantes frente a 20 en la eurozona), la reestructuración y el desvío de la pura transaccionalidad a canales telemáticos ha provocado el enfado de colectivos como el de los mayores. Su queja de atención insuficiente promovida por la campaña de recogida de firmas del jubilado Carlos San Juan ha obligado al sector a reaccionar y desplegar medidas para mejorar la atención con iniciativas como el acuerdo con Correos para llevar efectivo hasta el último rincón.
Sin embargo, la reducción de sucursales es a ojos de expertos un proceso que irá a más, ya que la mayoría de clientes prefiere no pisar las oficinas. En empleo, sí se esperaba una mayor estabilización, sobre todo, cuando los tipos en positivo quitaban presión en la cuenta y siempre que la inflación y la guerra no trastoquen la economía.

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