Decano de la Escuela de Políticas Públicas de la London School of Economics y exministro de Hacienda de Chile

Cuando un político de derechas con inclinaciones autoritarias (al estilo de Donald Trump) corteja a un dictador genocida como Vladimir Putin, reaccionamos con disgusto, pero no nos sorprendemos. Cuando un exdefensor de los derechos humanos y héroe de la clase obrera apoya a dictadores culpables de carnicerías abominables, reaccionamos primero con asombro y luego con repulsión. Es lo que siento cuando veo al presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, abrazando a Putin y al déspota venezolano Nicolás Maduro. Lo de Lula es un descalabro moral de proporciones desoladoras.

En mayo de 2021, los chilenos eligieron una convención constitucional en la que dominaba la extrema izquierda y la derecha ocupaba menos del tercio de los escaños necesario para bloquear disposiciones polémicas. Esa convención produjo un texto tan radical que casi dos de cada tres votantes lo rechazaron en un referendo. Ahora, los chilenos han elegido un nuevo Consejo Constitucional, pero esta vez conducido por un partido de extrema derecha, y con menos de un tercio de los escaños bajo el control de la izquierda. ¿Qué sucede? ¿Se han subido a la cabeza del electorado los famosos cabernets y carménerès chilenos?

Análisis

Se puede perdonar la deplorable gestión de liquidez (¿o fue fraude?) que dejó a FTX con menos de 1.000 millones de dólares, cuando sus pasivos a corto plazo alcanzaban a 9.000 millones dólares. Cosas así también les han ocurrido a bancos.

En la universidad de Estados Unidos, a principios de los años 80, me enseñaron el emblemático modelo macroeconómico de Mundell-Fleming, que predice que el tipo de cambio de una moneda se apreciará en respuesta a un aumento del déficit presupuestario del país emisor. Los asiáticos, africanos, latinoamericanos y europeos del sur presentes en la sala reaccionaron al unísono, protestando que no es así: cualquier comerciante sensato se deshará de la moneda de un país cuyo gobierno está a punto de emprender un endeudamiento masivo.

Algunos la llaman política identitaria de izquierda. Otros hablan de wokeismo. Contribuyó a que Donald Trump llegara a la Casa Blanca y produjo controversias que convenientemente distrajeron al electorado británico del deslucido desempeño de Boris Johnson en su cargo. Ahora, la política woke viaja al sur, con consecuencias igualmente lamentables.

Karl Marx afirmó que todos los grandes "hechos histórico-mundiales" ocurren dos veces: "la primera como tragedia, la segunda como comedia". ¿Qué pasa si suceden una y otra vez, cada pocos años, década tras década? ¿Eso es comedia o tragedia? ¿Dejan dichos hechos de ser "histórico-mundiales"? ¿O al mundo simplemente deja de importarle?

"La izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas", afirmó el poeta chileno Nicanor Parra, y el debate actual acerca de la desglobalización ilustra ese dicho. A los llamados progresistas nunca les gustó el rápido crecimiento del comercio mundial, y ahora reciben todo paso en la dirección opuesta exclamando "¡yo lo había dicho!". A su vez, los conservadores proglobalización hoy reaccionan ante el más mínimo movimiento en su contra como si se tratara de una calamidad.

Ha caído en nuestras manos el siguiente memorándum confidencial enviado por una importante empresa consultora a un destacado líder de Occidente:

Poco antes del simposio anual del Banco de la Reserva Federal de Kansas City efectuado el mes pasado en Jackson Hole, Wyoming, el foco de la discusión era si quizá la política monetaria debía volverse más restrictiva para frenar el alza de la inflación en Estados Unidos. Al sugerir que primero se reduciría la compra de activos y que mucho después se aumentarían los tipos de interés, el presidente de la Fed, Jerome Powell, planteó la conversación en términos de cómo dicha política debería volverse más restrictiva.