Decano de la Escuela de Políticas Públicas de la London School of Economics y exministro de Hacienda de Chile

Al aceptar la nominación en la Convención Nacional del Partido Demócrata, detrás de Kamala Harris no había una sino seis banderas estadounidenses, enarboladas en astas doradas que lucían un águila calva en el tope. Cuando Harris terminó su discurso, descendieron del cielo raso globos blancos, rojos y azules, junto con estrellas de papel. La estética parecía más kitsch de la Torre de Trump que vanguardia de San Francisco.

Los británicos tuvieron buenos motivos para celebrar a principios de julio, cuando el Partido Laborista de Keir Starmer puso fin a los 14 años de gobierno del Partido Conservador. Pero después de haber dicho adiós a los conservadores, muchos dentro del establishment británico sintieron un molesto sentido de culpabilidad: quizás el Partido Laborista no debía su abrumadora mayoría al disgusto con los conservadores, sino al sistema electoral uninominal.

¿Por qué ha bajado la inflación en Argentina? Porque subió masivamente a fines del año pasado. ¿Por qué es posible que la inflación vuelva a subir en Argentina? Porque ha estado bajando en los últimos meses. Estas son las dos conclusiones principales de un fascinante estudio recientemente publicado por dos economistas uruguayos. Si se quiere averiguar lo que pasa en un país o en un hogar, lo mejor es preguntarles a los vecinos.

Fue una conversación extraoficial a través de Internet sobre el estado del mundo. Premios Nobel, ex funcionarios de gobierno y gestores de fondos de inversión se explayaron sobre geoeconomía, guerra, inteligencia artificial, inversiones verdes, cómo evitar la próxima pandemia y otros grandes temas. Pero hubo algo que me sorprendió: ya habían pasado dos horas de debate y nadie había tan siquiera pronunciado las palabras mercados emergentes.

Qué tipos de políticas económicas deberían acometer los reformistas de centro? La respuesta estándar es que deberían enfocarse tanto en el crecimiento económico impulsado por la innovación, como en fomentar una distribución más justa de los ingresos. Lograr estos objetivos de manera simultánea sería difícil bajo circunstancias normales. Hoy día, el choque de identidades que amenaza con desgarrar muchas sociedades democráticas lo hace aún más difícil.

¿Por qué no aprendemos nunca? La pregunta exasperada la formuló un reconocido economista latinoamericano tras afirmar, en un webinario, que su país estaba a punto de cometer el mismo error que ya ha cometido decenas de veces.

Los latinoamericanos suelen quejarse de que están lejos del resto del mundo, pero en ciertas ocasiones la distancia puede ser una ventaja. Como dijo el gran historiador económico Carlos Díaz-Alejandro, "en las décadas de 1930 y 1940, la mayoría de los latinoamericanos podían sentirse afortunados". Después de todo, "las guerras civiles española y china, la Segunda Guerra Mundial, la gravedad de la depresión en Estados Unidos, las purgas estalinistas, la dependencia política de Asia y África, y los dolores de la descolonización en la India y en otros lugares, parecían eventos remotos para los brasileños y los mexicanos".

Según los psicólogos, el sesgo de confirmación es una de las trampas más frecuentes que nos tiende el cerebro humano. De manera involuntaria, distorsionamos la evidencia para seguir creyendo lo que queremos creer. Es lo que hacen muchos comentaristas tras el triunfo en las primarias de Javier Milei, el populista de derecha y candidato a la presidencia de Argentina.

Hace cincuenta años el sistema de Bretton Woods colapsó, y ya en marzo de 1973 las principales monedas del mundo flotaban. A partir de la década de 1990 –y más rápidamente desde 2000– las economías de mercado emergentes (EME) paulatinamente dejaron libres sus monedas, esperando así aislarse de los shocks externos y lograr la capacidad de fijar los tipos de interés de acuerdo a sus objetivos nacionales.

Cuando un político de derechas con inclinaciones autoritarias (al estilo de Donald Trump) corteja a un dictador genocida como Vladimir Putin, reaccionamos con disgusto, pero no nos sorprendemos. Cuando un exdefensor de los derechos humanos y héroe de la clase obrera apoya a dictadores culpables de carnicerías abominables, reaccionamos primero con asombro y luego con repulsión. Es lo que siento cuando veo al presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, abrazando a Putin y al déspota venezolano Nicolás Maduro. Lo de Lula es un descalabro moral de proporciones desoladoras.