
Argentina es un país que vive y respira en dólares desde hace un siglo. Las compraventas de casas, negocios y coches se hacen en dólares. Los precios de prácticamente todo se ajustan regularmente según suba el precio del dólar. En casi cada calle de Buenos Aires hay algún local del mercado negro que ofrece cambio de divisas, y en las grandes calles turísticas, los llamados "arbolitos" ofrecen, a grito pelado, cambiar dólares por pesos en medio de la acera. Hasta los McDonald's informan a sus clientes de que, si les apetece, pueden pagar sus hamburguesas con billetes de dólar, que los aceptarán encantados. El gran problema de Argentina es que su banco central no emite dólares, sino una moneda, el peso, que nadie quiere. Pero cortar definitivamente esa relación no deseada para pasarse al dólar es un gran riesgo para un país que ya sufre de grandes problemas económicos.
El ganador de las primarias -en la práctica, una 'primera vuelta'- para las elecciones presidenciales, Javier Milei, ha propuesto hacer oficial lo que ya es una realidad en la calle y dolarizar el país. Pero dar ese paso es más difícil que "volar por los aires el Banco Central", tal y como propuso el candidato libertario. De hecho, hace solo 32 años que otro político de un signo totalmente distinto, Carlos Saúl Menem (peronista, nada menos), trató de establecer el dólar como la moneda oficial. El resultado último de su política fue crear una nueva palabra para el diccionario de la Real Academia: "Corralito: Limitación gubernamental impuesta temporalmente a la libertad para disponer de los fondos depositados en las entidades financieras".
El plan entonces consistía en fijar el tipo de cambio del peso al dólar en el "uno a uno", la llamada convertibilidad. Así, ambas monedas circularían simultáneamente y ambas se intercambiarían sin problemas. Esa era la intención, pero la realidad es que los ciudadanos se dedicaron a acaparar dólares (que veían como seguros) en vez de pesos (que el Gobierno podría devaluar en cualquier momento). Una fuga permanente de dólares acabó convirtiendo los temores en realidad, y cuando el Banco Central se quedó sin divisas para sostener el tipo de cambio del peso, la única solución fue congelar los depósitos de los ciudadanos, cambiar forzosamente los dólares que quedaran por pesos y devaluar fuertemente dicha moneda. Un evento traumático en la historia argentina.
Aun así, la situación actual en el país es tan crítica que aquella propuesta vuelve a estar sobre la mesa. Y las circunstancias son parecidas: en 1989, el país sufrió una hiperinflación que destruyó el Austral, el intento de Raúl Alfonsín de reemplazar al moribundo peso. Esta vez la inflación no ha alcanzado aún el 3.000% anual, pero lleva meses superando el 100% y no tiene visos de frenarse. A eso se le suma una década de estancamiento, una deuda gigantesca con el FMI y una sequía histórica que ha dejado al país sin gran parte de su principal fuente de divisas, las exportaciones de soja.
Los tres vecinos dolarizados
La gran esperanza de Milei es que hay tres países en la región que sí han logrado pasarse al 'billete verde' con éxito: Panamá, Ecuador y El Salvador. Sin embargo, cada uno tiene su propia historia, diferente a la de Argentina.
Panamá, por ejemplo, lleva más de un siglo dolarizada. Y su propia existencia se debe a los EEUU, que apoyaron al movimiento independentista que quería segregar al país de Colombia para poder construir allí el Canal que une el Atlántico y el Pacífico. Durante sus primeras décadas, Panamá fue un protectorado de EEUU, que se reservaba (hasta 1939) el poder de intervenir militarmente en la nación y administraba de forma directa el Canal y sus alrededores, una situación que se mantuvo hasta 1979 (aunque los administradores estadounidenses no se retiraron definitivamente del país hasta 1999). Con miles de dólares circulando por el Canal, con EEUU como principal aliado político y militar, parte del país bajo control estadounidense y con una posible absorción total del país circulando por los corrillos de Washington (hasta que el presidente Franklin Roosevelt optó por reconocer su independencia plena), era casi inevitable que EEUU impusiera su moneda.
Una vez que EEUU se marchó definitivamente, Panamá llevaba ya mucho tiempo sin moneda propia como para plantearse crear una. Además, sigue teniendo dos fuentes de divisas de primer nivel: el Canal, ahora bajo control panameño, y una potente industria financiera con impuestos bajos que le ha convertido en un gran paraíso fiscal. Con esas dos circunstancias, mantener una estabilidad monetaria es relativamente fácil.
El Salvador, por su parte, se dolarizó en 2001 tras una combinación de circunstancias que favorecían el cambio. Por un lado, una oleada de remesas llegadas de los numerosos emigrantes que se habían marchado a EEUU a trabajar, tan grande que desestabilizó la economía del país. Y, por otro lado, la negociación de un tratado de libre comercio entre Centroamérica y el gigante norteño. Usar el dólar facilita 'digerir' las remesas sin sacudir el tipo de cambio constantemente y atrae más inversiones de firmas estadounidenses bajo el acuerdo comercial, ya que se ahorran el coste de cambio de divisas.
El último ejemplo es el de Ecuador. En este caso, el cambio se produjo tras una fuerte crisis financiera, animada por la caída del precio del petróleo y una catástrofe natural (las inundaciones provocadas por El Niño en 1998). El resultado fue una sucesión de cinco Gobiernos en cuatro años, un déficit que alcanzó el 12% anual y un hundimiento económico que se llevó por delante al sistema bancario. El Banco Central liberó sus reservas de dólares para intentar salvar a las entidades, y el resultado fue un desastre doble: numerosos bancos quebraron y el país se quedó sin reservas de dólares, lo que provocó el hundimiento de su moneda, el Sucre. La solución del Gobierno fue cortar por lo sano y dolarizar, aprovechando los fuertes ingresos de divisas por la venta de petróleo y las remesas enviadas por sus emigrantes.
¿Puede hacerlo Argentina?
Vistos estos antecedentes, ¿puede conseguir Argentina la dolarización esta vez? Los expertos señalan numerosos riesgos y problemas, algunos de los cuales ya se vieron la última vez que el país sudamericano lo intentó.
Sin ir más lejos, Claudio Caprarulo, director de la consultora Analytica, descarta de entrada que los ejemplos de los tres países vecinos sirvan como referencia. "Son economías muy pequeñas que están directamente integradas al comercio con EEUU. Nuestro país es mucho más grande que Ecuador o El Salvador. Nuestro mercado es distinto, nuestras relaciones económicas son distintas". Por ejemplo, los dos principales socios comerciales de Ecuador son EEUU y Panamá, dos países dolarizados que reciben un 38% de sus exportaciones. Por el contrario, Argentina tiene un perfil mucho más diverso: sus principales socios son Brasil, China, EEUU, India, Chile y Vietnam, con entre un 8% y un 4% de sus exportaciones. Pasarse al dólar no supone una ventaja a la hora de comerciar con la mayoría de estos países.
A eso se suma que la propia elección de Ecuador no acaba de recibir el apoyo unánime de los analistas. Gabriela Calderón, economista asociada del Instituto Cato en Washington, advierte de que la dolarización "no es una panacea" que solucione todos los males de una economía, y Pablo Dávalos, profesor de la Universidad Andina Simón Bolívar, cree que "la dolarización ha provocado estabilidad monetaria, pero con un costo social gigantesco". Si bien adoptar el dólar ha aumentado la estabilidad del país, la pérdida de control monetario ha afectado al desempleo y deja al país a merced de las vicisitudes de la economía de EEUU.
Y estos son los riesgos que señalan desde la Universidad de Buenos Aires: volar por los aires el banco central significa que el país se queda sin un banco central que pueda reaccionar en caso de emergencia. A muchos argentinos, que ven al BCRA como una impresora gigante que se dedica a imprimir billetes para financiar al Gobierno, eso puede no parecerles un problema. Pero al renunciar al peso, Argentina se estaría quedando sin un prestamista de último recurso en caso de crisis bancaria. Sus tipos de interés los fijaría Jerome Powell desde Washington, y entre las obligaciones de la Reserva Federal no están preocuparse sobre cómo afectarían sus decisiones a ningún otro país más que a EEUU.
A eso se suma el hecho de que Powell no se preocupará de inyectar billetes a la economía argentina. Eso sería trabajo del Gobierno argentino. Y ahora mismo, las reservas del Banco Central son de 24.000 millones de dólares, a unos 526 dólares por argentino. Una liquidez minúscula que provocaría el colapso de la economía en minutos. Como solución, se podría imponer un tipo de cambio altísimo, que empobrezca masivamente a todos los ciudadanos y que deje a cada uno con menos de esos 500 dólares, o habría que pedir un préstamo de miles de millones más a los mercados internacionales. Una posibilidad remota si tenemos en cuenta que Argentina ya debe 403.688 millones de dólares (a junio de 2022), de los cuales más de 45.000 se los debe al FMI, el gran prestamista internacional.
Reformas del 'shock'
La única posibilidad sería una serie de reformas brutales, que redujeran los salarios, incorporaran al sistema los más de 240.000 millones de dólares que se calcula que los argentinos tienen guardados 'debajo del colchón' o en el extranjero (para que no se los queden los bancos, como ocurrió en el corralito) y abrieran radicalmente a los inversores internacionales las industrias argentinas, actualmente restringidas por un Gobierno proteccionista y por los numerosos controles a las inversiones extranjeras.
Quizá un libertario como Milei sea el más apropiado para cortar por lo sano y reformar al completo la economía argentina en unos años de 'shock' absoluto. El mayor riesgo es que los argentinos se vean sin moneda propia, empobrecidos, con una oleada de empresas extranjeras entrando a comprar las firmas argentinas a precio de saldo y con unos recortes de gasto brutales en el Gobierno central, obligado a mantener un superávit presupuestario para evitar una crisis de deuda de la que nadie le podría rescatar. La teoría dice que el país que saldría de aquello sería más competitivo, con una economía más estable y listo para crecer en el futuro. El reto de cualquier político que lo intente es aguantar hasta el final sin sufrir una revolución entre medias.