Decano de la Escuela de Políticas Públicas de la London School of Economics y exministro de Hacienda de Chile

¿Por qué no aprendemos nunca? La pregunta exasperada la formuló un reconocido economista latinoamericano tras afirmar, en un webinario, que su país estaba a punto de cometer el mismo error que ya ha cometido decenas de veces.

Los latinoamericanos suelen quejarse de que están lejos del resto del mundo, pero en ciertas ocasiones la distancia puede ser una ventaja. Como dijo el gran historiador económico Carlos Díaz-Alejandro, "en las décadas de 1930 y 1940, la mayoría de los latinoamericanos podían sentirse afortunados". Después de todo, "las guerras civiles española y china, la Segunda Guerra Mundial, la gravedad de la depresión en Estados Unidos, las purgas estalinistas, la dependencia política de Asia y África, y los dolores de la descolonización en la India y en otros lugares, parecían eventos remotos para los brasileños y los mexicanos".

Según los psicólogos, el sesgo de confirmación es una de las trampas más frecuentes que nos tiende el cerebro humano. De manera involuntaria, distorsionamos la evidencia para seguir creyendo lo que queremos creer. Es lo que hacen muchos comentaristas tras el triunfo en las primarias de Javier Milei, el populista de derecha y candidato a la presidencia de Argentina.

Hace cincuenta años el sistema de Bretton Woods colapsó, y ya en marzo de 1973 las principales monedas del mundo flotaban. A partir de la década de 1990 –y más rápidamente desde 2000– las economías de mercado emergentes (EME) paulatinamente dejaron libres sus monedas, esperando así aislarse de los shocks externos y lograr la capacidad de fijar los tipos de interés de acuerdo a sus objetivos nacionales.

Cuando un político de derechas con inclinaciones autoritarias (al estilo de Donald Trump) corteja a un dictador genocida como Vladimir Putin, reaccionamos con disgusto, pero no nos sorprendemos. Cuando un exdefensor de los derechos humanos y héroe de la clase obrera apoya a dictadores culpables de carnicerías abominables, reaccionamos primero con asombro y luego con repulsión. Es lo que siento cuando veo al presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, abrazando a Putin y al déspota venezolano Nicolás Maduro. Lo de Lula es un descalabro moral de proporciones desoladoras.

En mayo de 2021, los chilenos eligieron una convención constitucional en la que dominaba la extrema izquierda y la derecha ocupaba menos del tercio de los escaños necesario para bloquear disposiciones polémicas. Esa convención produjo un texto tan radical que casi dos de cada tres votantes lo rechazaron en un referendo. Ahora, los chilenos han elegido un nuevo Consejo Constitucional, pero esta vez conducido por un partido de extrema derecha, y con menos de un tercio de los escaños bajo el control de la izquierda. ¿Qué sucede? ¿Se han subido a la cabeza del electorado los famosos cabernets y carménerès chilenos?

Análisis

Se puede perdonar la deplorable gestión de liquidez (¿o fue fraude?) que dejó a FTX con menos de 1.000 millones de dólares, cuando sus pasivos a corto plazo alcanzaban a 9.000 millones dólares. Cosas así también les han ocurrido a bancos.

En la universidad de Estados Unidos, a principios de los años 80, me enseñaron el emblemático modelo macroeconómico de Mundell-Fleming, que predice que el tipo de cambio de una moneda se apreciará en respuesta a un aumento del déficit presupuestario del país emisor. Los asiáticos, africanos, latinoamericanos y europeos del sur presentes en la sala reaccionaron al unísono, protestando que no es así: cualquier comerciante sensato se deshará de la moneda de un país cuyo gobierno está a punto de emprender un endeudamiento masivo.

Algunos la llaman política identitaria de izquierda. Otros hablan de wokeismo. Contribuyó a que Donald Trump llegara a la Casa Blanca y produjo controversias que convenientemente distrajeron al electorado británico del deslucido desempeño de Boris Johnson en su cargo. Ahora, la política woke viaja al sur, con consecuencias igualmente lamentables.

Karl Marx afirmó que todos los grandes "hechos histórico-mundiales" ocurren dos veces: "la primera como tragedia, la segunda como comedia". ¿Qué pasa si suceden una y otra vez, cada pocos años, década tras década? ¿Eso es comedia o tragedia? ¿Dejan dichos hechos de ser "histórico-mundiales"? ¿O al mundo simplemente deja de importarle?