La princesa Leonor ha vuelto al mar. Otra vez. Esta vez no es en el Juan Sebastián Elcano, sino en la fragata Blas de Lezo.

Este fin de semana, la isla de Menorca se convierte en el escenario de una de las bodas más esperadas del panorama social español: la de la actriz Belén Écija, hija del productor de televisión Daniel Écija y de la actriz Belén Rueda, con el asesor financiero Jaime Sánchez, su novio desde hace seis años. Un enlace que, aunque inicialmente se planteó como una celebración íntima, ha terminado creciendo en número de invitados y expectativas.

Por las venas de Cristina de Borbón y Grecia corre la misma sangre que encendía candelabros en palacio y apagaba los rumores con el peso de las joyas de pasar. Pero ella, quien este viernes 13 cumple 60 años, ha preferido siempre la esquina discreta del salón, la voz baja y el paso medido, mientras el mundo se agitaba a su alrededor. Nació en Madrid un 13 de junio de 1965, cuando la historia democrática de España aún estaba por escribir, y lo hizo con el nombre completo de una letanía que resume su linaje: Cristina Federica Victoria Antonia de la Santísima Trinidad. Segunda hija de los entonces príncipes Juan Carlos y Sofía, parecía destinada a vivir en los márgenes de la historia oficial. Y sin embargo, el destino le tenía reservado un primer plano que ella nunca pidió.

El formato La familia de la tele, el más importante, caro y promocionado proyecto desde que José Pablo López es presidente de RTVE, es también el más estrepitoso de sus fracasos. Y hay algunos.

En un mundo donde el lujo ha dejado de ser símbolo de discreción para convertirse en un espectáculo, hay personajes que no se conforman con pasar la vida sentados en tronos de oro: la quieren conquistar con el estrépito de un motor, el brillo de una carrocería imposible y una firma grabada en el desierto, visible desde el cielo. Uno de esos personajes es Hamad Bin Hamdan Al Nahyan, el llamado Rainbow Sheikh, que no necesita títulos oficiales ni micrófonos para hacerse oír. Le basta con rugir.

Apenas pasadas 48 horas de la primera entrevista concedida por Iñaki Urdangarin tras su paso por la cárcel y su divorcio, la mayor parte de la opinión pública no considera aceptable una redención para que alguien como el ex marido de la infanta Cristina vuelva a ganarse la confianza de una sociedad a la que, en su día, decepcionó. "No ha devuelto el dinero" es una de las frases más escuchadas en programas y tertulias; si bien también se han escuchado expresiones como "él pasó su tiempo en la cárcel cuando fue su ex mujer el cerebro de todo" o "se comió el marrón de Juan Carlos I porque es imposible que su suegro no supiera lo que estaba pasando".

Siempre lo tuvo claro, pero después de estar al borde de la muerte en Colombia, mucho más. Jordi González regresó a España con las ideas firmes: a partir de ahora solo hará formatos que le gusten y le motiven, y D Corazón no era uno de ellos.

El suyo fue uno de esos romances que atrajo la atención e hizo que los focos se giraran hacia ellos para iluminar su historia. Primero, con su amor y su noviazgo y después con su boda de ensueño, repleta de amigos famosos, en Sevilla, el 19 de mayo de 2023. Pero ahora, dos años después, parece que están viviendo una gran crisis. Al menos eso nos cuentan algunos de sus íntimos. Los rumores suenan desde hace meses, y ahora incluso nos aseguran que, por rachas, han vivido separados: el llamado "arquitecto de los famosos" (a su pesar), en la casa en la que residen sus dos hijos, fruto de su matrimonio con Mercedes Rodríguez Parrizas. Raúl, el valorado director de importantes programas de televisión, en la vivienda que comparten en Madrid.

Iñaki Urdangarin ocupa este domingo la portada de La Vanguardia, donde concede una entrevista en la que podemos interpretar que lo del ex marido de la infanta Cristina, el delincuente infiel, que pasó de yernísimo guapo y medalla olímpica a preso carcelario y mediático, ni el olvido ni siquiera el perdón. Tal vez se trate, simplemente, de entender que incluso las caídas más estrepitosas pueden dar lugar a una forma de vida distinta. Más humilde. Más callada. Y quién sabe si, al fin, más verdadera. Porque después de haber sido todos los Iñakis posibles, queda éste: el padre de cuatro hijos, novio formal de una mujer de la que está enamorado, un tipo que pedalea en silencio cada mañana, sabiendo que no se llega a ninguna parte, pero agradeciendo el aire limpio de no ser nadie.