En un mundo donde el lujo ha dejado de ser símbolo de discreción para convertirse en un espectáculo, hay personajes que no se conforman con pasar la vida sentados en tronos de oro: la quieren conquistar con el estrépito de un motor, el brillo de una carrocería imposible y una firma grabada en el desierto, visible desde el cielo. Uno de esos personajes es Hamad Bin Hamdan Al Nahyan, el llamado Rainbow Sheikh, que no necesita títulos oficiales ni micrófonos para hacerse oír. Le basta con rugir.
Su última criatura, una fiera mecánica bautizada como Mid Spider, ha comenzado a recorrer las carreteras del mundo como si fuera una criatura mitológica recién liberada del taller de Vulcano. Este artefacto sobre ruedas es un híbrido tan improbable como fascinante: mitad Dodge RAM, mitad Jeep Wrangler, completamente innecesario y, por tanto, absolutamente indispensable en la colección de quien ha convertido la extravagancia en una forma de arte.

Al verlo avanzar, con esa suspensión elevada como de camello futurista y esa carrocería envenenada con esteroides de acero, uno no piensa en eficiencia ni en sostenibilidad. Piensa en un desfile sin final, en un dios pagano que rueda sobre el asfalto, en una carcajada con ruedas que se burla de la lógica del mercado y de la tiranía del buen gusto. El Mid Spider no se conduce: se exhibe. Detrás del volante —o más bien, detrás del capricho que da origen a tales bestias— se encuentra este jeque inclasificable, miembro de la poderosa familia Al Nahyan, que domina el petróleo de Abu Dabi y con él buena parte del curso del mundo. Pero Hamad no ha querido limitarse a ser un príncipe del crudo. Él ha querido ser una leyenda. Y en ese intento, ha ido construyendo una colección de coches, barcos, camiones, tanques, cápsulas lunares y castillos rodantes que haría sonrojar al mismísimo Henry Ford si resucitara para verla.
Un garaje como un museo delirante
Los rumores cuentan más de 200 vehículos, aunque es probable que ni él mismo sepa el número exacto. Tiene siete Mercedes Benz clase S, uno para cada color del arcoíris, de ahí el apodo que le ha inmortalizado. Ha encargado réplicas de camionetas de combate del tamaño de un edificio, ha mandado construir una pirámide para guardar sus coches, y en su isla privada ha escrito su nombre en letras tan grandes que los satélites lo captan como si fuera un mensaje grabado para los dioses. ¿Qué clase de hombre hace eso? Uno que no compite con otros hombres, sino con el tiempo. Al Nahyan no colecciona coches: colecciona símbolos. Cada vehículo es un artefacto del ego, pero también una pieza de teatro, una escena dentro de un guion donde la realidad se mezcla con el mito. En un mundo donde todo parece digital, él sigue apostando por lo tangible, por el acero y el rugido de una máquina encendida a pleno sol.
Su fortuna, estimada en más de 21 mil millones de dólares
Podría pensarse que tras tanta grandilocuencia solo hay vanidad, pero Hamad Bin Hamdan es también un filántropo con vocación. Ha financiado hospitales, becas y programas sociales en los rincones menos visibles del mundo árabe. Donde pone una huella de lujo, suele poner también una mano extendida. Esa dualidad lo hace aún más intrigante: el jeque de los colores no es solo un millonario que juega con juguetes caros, es también un hombre que, al modo oriental, cree que la riqueza debe brillar… y también servir. Su fortuna, estimada en más de 21 mil millones de dólares, lo convierte en uno de los hombres más ricos del planeta. Pero mientras otros millonarios invierten en inteligencia artificial, criptomonedas o sueños de colonizar Marte, él ha decidido dejar su marca en la Tierra: en las dunas, en los garajes-palacio, en los radares de carretera y ahora, de nuevo, en las miradas de quienes ven al Mid Spider cruzar la autopista como una aparición.
Una elegía al exceso
El Mid Spider es el último poema mecánico de un jeque que no se conforma con existir: quiere ser recordado. Y no a través de discursos, sino con la estridencia de lo improbable. Lo suyo no es ostentación vacía, sino arte barroco. Cada coche, cada maniobra pública, cada guiño en forma de motor V8 es una página escrita en esa gran novela que es su vida: una historia donde el dinero es tinta, el metal es verbo y la libertad no se mide en kilómetros por hora, sino en lo inédito del trayecto. Así es Hamad Bin Hamdan Al Nahyan: un hombre que, mientras el mundo se preocupa por llegar al futuro, él se dedica a fabricarlo a su manera, sobre ruedas, con turbo, sin mapa. Y si alguna vez le preguntan por qué, tal vez responda, como un personaje de Shakespeare reencarnado en el desierto: "Porque puedo".