En la Inglaterra de los siglos, la Navidad en Sandringham se erige como una de las últimas fortalezas del tiempo detenido. Durante más de cuatro décadas, Isabel II mantuvo una tradición que fue mucho más que un calendario de celebraciones: era un ritual diseñado para reforzar la identidad de la familia real y afianzar su conexión con los súbditos. Hoy, bajo el reinado de Carlos III, la mecánica de esas reuniones sigue girando en torno al simbolismo, pero los engranajes han comenzado a cambiar.