Director de Asuntos Públicos de Atrevia

Si fueron los leoneses los que sirvieron de cuna al parlamentarismo mundial, y los ingleses los que lo popularizaron, son desde luego los franceses los que, nostálgicos de su monarquía, innovaron el pasado siglo XX para generar un sistema político en el que, de manera casi incomprensible, a un presidente electo por las urnas se le añade, pocos meses después, un primer ministro surgido, más o menos, de la mayoría del legislativo. Es una innovación que funciona bien cuando el presidente tiene una alta legitimidad y su formación gana las elecciones; pero cuando pierde la mayoría en el legislativo puede acabar originando un calvario político (cohabitación lo llaman los franceses) en el que dos poderes con legitimidad popular pueden acabar chocando entre sí.

Aunque por comodidad sigamos viendo las elecciones presidenciales francesas en términos clásicos y analicemos las de este domingo como una contienda entre el centro y la extrema derecha, la realidad lleva algunos años pasándonos por encima. La ruptura clásica entre la izquierda y la derecha -una de las cuatro rupturas que articuló la vida política en la modernidad, como teorizaron a mediados del siglo pasado los politólogos Seymour Lipset y Stein Rokkan- empezó a ser superada entre otros lugares en Francia hace ya algunos años. Por eso, la hija de Jean-Marie Le Pen le cambió el nombre a su partido y desde 2018 se denomina Reagrupamiento Nacional y plantea que la ruptura en la que se juega la política en Francia debe de ser en realidad entre patriotas y globalistas.

Análisis

Este domingo se celebró la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Francia en la que casi cincuenta millones de franceses estuvieron llamados a elegir, de nuevo, al duodécimo sucesor de Charles De Gaulle al frente de la Quinta República. El modelo institucional impuesto por el general francés para salir en 1959 del marasmo de la Cuarta República –veintitrés gobiernos en poco más de doce años– ha marcado desde entonces la vida política francesa dibujando un sistema, el semi-presidencialismo, con escasos seguidores fuera del hexágono.

Manuel Mostaza Barrios

Cuando se analiza la historia electoral del siglo XIX en España, es habitual encontrarse con diputados en las Cortes a los que no resulta fácil adscribir a un determinado grupo o partido político. En el origen de nuestro parlamentarismo, los diputados se juntaban por afinidad (no siempre política) en el Congreso, una vez que eran elegidos y de ahí nacen los actuales grupos parlamentarios.

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