El ritmo frenético de las empresas nos está pasando factura. Vivimos con la sensación de estar siempre apagando fuegos, corriendo de una reunión a otra y terminando el día agotados, pero sin avanzar en lo importante. El burnout, o síndrome de agotamiento profesional, se ha vuelto un problema cada vez más común y estamos normalizándolo. Pero sus efectos en la salud individual y colectiva nos llevan a buscar que no sea inevitable. Recuperar el control de nuestras prioridades y trabajar con propósito puede marcar la diferencia.