El ritmo frenético de las empresas nos está pasando factura. Vivimos con la sensación de estar siempre apagando fuegos, corriendo de una reunión a otra y terminando el día agotados, pero sin avanzar en lo importante. El burnout, o síndrome de agotamiento profesional, se ha vuelto un problema cada vez más común y estamos normalizándolo. Pero sus efectos en la salud individual y colectiva nos llevan a buscar que no sea inevitable. Recuperar el control de nuestras prioridades y trabajar con propósito puede marcar la diferencia.

Cambiar la oficina por el salón de tu casa para trabajar ha dejado de ser algo atípico para muchas personas y ha pasado a convertirse en su nueva realidad. Aunque parezca que no, este gran cambio ya estaba previsto con el fenómeno de la digitalización, pero fue el Covid-19 lo que ha hecho que se incorpore a nuestras vidas de manera más acelerada.

Vivimos rodeados de información y desbordados de tareas pendientes. Por esa razón, en ocasiones es necesario pararnos a pensar y ser conscientes de que, si queremos ser buenos directivos, vamos a tener que afrontar retos que pueden ser esperados e inesperados. La mayoría de las decisiones que toma la alta dirección de las corporaciones impactan en la vida de las personas o en el propio negocio, pero para eso hay que tener un liderazgo y una fortaleza muy grande.

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