Consejero delegado de Urbanitae

Estrenamos 2023 y un año más la sombra de la duda se cierne sobre el futuro del inmobiliario. Entre las predicciones más pesimistas y las más conservadoras soy partidario de adoptar una posición de expectación, al menos desde la perspectiva de la financiación participativa.

Ya con los ojos puestos en 2023, podemos afirmar sin miedo que 2022 ha sido un excelente año para el inmobiliario. A falta del cierre del ejercicio económico, los datos de CBRE de inversión del tercer trimestre ya señalaban el camino a un año récord para el real estate español. Los nueve primeros meses del año registraban más de 14.000 millones de euros en inversiones, el mejor dato de la serie histórica desde 2007.

Hace tiempo que dejó de ser una moda. Los criterios ESG -Environment, Social and Governance- se han colado en los planes de negocio, en la gestión del talento, en los balances… Factores sociales, medioambientales y de gobernanza se imponen en una estrategia que es transversal a todos los estratos corporativos y que condiciona tanto la actividad de las compañías, como la forma en la que se relacionan con el mundo.

La cautela no termina de reflejarse en las cifras del mercado inmobiliario español. El balance del tercer trimestre del año que hace la consultora CBRE anota una inversión de 4.328 millones de euros, un 28% por encima del año anterior. Más aún, el acumulado de los nueve primeros meses marca un récord desde 2007 y supera los 14.000 millones de euros.

La vivienda en propiedad forma parte de la cultura española. Incluso, podríamos decir que es una alternativa de inversión que está en nuestro ADN. Y es que, aunque el alquiler ha ido ganando peso en los últimos años acercándonos a nuestros vecinos europeos, seguimos priorizando la compra a la hora de elegir nuestro hogar. Una señal de ello son las 57.327 operaciones de compraventa de viviendas que se registraron en el mes de agosto, la mayor cifra desde 2007, acumulando 18 meses consecutivos al alza.

Más que estar a la orden del día, la digitalización es el nuevo orden del día. Bien lo saben en las empresas, que han visto cómo la transformación digital ha ido escalando puestos de prioridad en sus agendas. Así se entiende que parte importante de los fondos de recuperación europeos tengan como objetivo adaptar las pymes a los nuevos tiempos. Algo que apunta a un diagnóstico común en el mercado –también el inmobiliario–: la digitalización es una apuesta segura.

En un contexto inflacionista y de volatilidad económica la certidumbre es la niña bonita en las inversiones. En el mercado financiero, los vaivenes de operaciones y activos siempre llevan a pensar dónde está la mejor apuesta. Atendiendo a los datos, las fichas siguen sobre el tablero del inmobiliario. Tanto es así que el sector, mediante distintas fórmulas, sigue demostrando ser un valor refugio para los inversores.

Los Programas de Actuación Urbanística, más conocidos por sus siglas (PAU), llevan entre nosotros ya más de 40 años. Al menos en términos jurídicos. De hecho, el real decreto que establece su marco regulatorio se aprobó en 1978. Esto hace que el proceso de urbanización de las últimas décadas en España no se entienda sin los PAU, en particular en municipios con mayor número de población.

A estas alturas del año, la inversión inmobiliaria ha ocupado muchos titulares. La incertidumbre económica es casi una constante, y el ladrillo está considerado un activo refugio en todo el mundo. En España, además, la vivienda ha sido un recurso tradicional para proteger los ahorros y sacarles un rendimiento extra. Por eso, cuando la gente piensa en invertir en inmobiliario piensa, sobre todo, en comprar una casa para reformarla y ponerla luego a la venta o en alquiler.

¿Vivienda en propiedad o en alquiler? La posibilidad de elegir entre una u otra opción como forma de vida no es algo exclusivo de nuestro tiempo. Probablemente el alquiler, en sus diferentes variantes, ha estado presente en la sociedad desde que el ser humano empezó a agruparse y constituir las primeras ciudades. Ya en la Roma del siglo III a. C. existían las insulae o ínsulas, edificaciones que podían asemejarse a nuestros actuales bloques de pisos y cuyas estancias solían ser alquiladas por ciudadanos de clase media o baja. Y, como ocurre en la actualidad, sus propietarios -normalmente familias adineradas o los propios constructores- utilizaban esta fórmula como una rentable inversión.