Churchill lo expresó de manera insuperable: "La democracia es el peor sistema de gobierno que conozco, con excepción de todos los demás". El premio Nobel inglés venía así a recordarnos que no hay creación humana infalible y que incluso los mayores avances de nuestro ingenio y las mayores conquistas de nuestra especie pueden contener en su seno graves defectos. Y que por eso mismo debemos estar alerta y no confiar en que, una vez aquí (léase: constituidos como estado democrático), ningún peligro ahí fuera tendrá poder suficiente para acabar con lo logrado.

Shakespeare reflejó perfectamente la esencia de la ambición personal y de la manipulación política en el discurso de Marco Antonio ante el cadáver de Julio César. Ni Bruto ni los demás conspiradores que acababan de dar muerte al dictador supieron ver que, permitiendo que su discípulo se dirigiese a la multitud congregada frente al Senado, iban a propiciar su propia destrucción. Por su parte, en pleno siglo de las luces, el científico y pensador alemán Georg C. Lichtenberg advertía: "Cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto".

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