
El primer Ejecutivo de coalición en nuestra ya no tan joven democracia llega con una gran duda a cuestas: ¿habrá un solo Gobierno o serán dos equipos trabajando en paralelo?
La pregunta no es inocente, habida cuenta de los largos meses de críticas cruzadas entre dos partidos que ahora han decidido unir fuerzas para desbloquear el Gobierno. El PSOE, por una parte, y Podemos, por otra, han pasado ya unas cuantas campañas electorales señalándose como enemigos a batir. Sólo hubo un breve lapso de cordialidad, y fue cuando compartieron bando para descabalgar a Mariano Rajoy del Ejecutivo. Una vez logrado volvió la competición electoral y, con ella, las hostilidades.
Ahora que vuelven a compartir trinchera contra un enemigo mayor no es de extrañar que existan dudas sobre su capacidad de consensuar una acción común. Ni siquiera, por qué no decirlo, de articular un mismo mensaje.
Los primeros pasos, sin embargo, muestran mutua cordialidad: se han articulado las condiciones del acuerdo, se han establecido compromisos por escrito y se han acotado las competencias de cada uno. Ni siquiera el hecho de que Pedro Sánchez decidiera diluir a su socio y ahora vicepresidente con otras tres homólogas de su propio partido ha enturbiado el ambiente. No es que fuera nuevo -lo de la cuarta vicepresidencia si había coalición fue publicado meses atrás- pero sí era un posible motivo de conflicto.
Ni siquiera las críticas de Iglesias al CGPJ han abierto brecha en el pacto: el Gobierno salió en defensa de su aliado, amparando su reflexión y hasta protagonizando la siguiente polémica con Justicia al designar como fiscal general del Estado a la ministra saliente.
Las dudas, además de por las despiadadas críticas vertidas contra el otro hasta hace pocas semanas, tienen que ver también con la inexperiencia. No la suya, sino la de todos nosotros: a diferencia de en otros muchos países de Europa, España no sabe nada de coaliciones en La Moncloa. De hecho, en nuestro país el pacto siempre se ha interpretado como una debilidad política, cuando no directamente como una forma de conseguir réditos indirectos de un socio que nunca deja de ser rival.
Sólo hay un ámbito en el que -hasta ahora- ha habido diferencias importantes: la forma en la que han gestionado la conformación del Consejo de Ministros. Y esa diferencia ha servido de paso para dejar clara una diferencia estratégica de fondo que podría arrojar luz sobre las decisiones venideras.
La filtración controlada
El PSOE optó por detener el tiempo. Al contrario de lo que había ido argumentando en las semanas precedentes para justificar el apresurado acuerdo con Podemos, de pronto no había prisa por conformar Gobierno. La había para cerrar la investidura, sobre todo por la cascada de acontecimientos alrededor del procés catalán y lo delicado del apoyo de ERC. Pero la experiencia había enseñado al equipo de Sánchez que una buena gestión de los nombramientos era oro puro.
Sucedió justamente tras la moción de censura, cuando convirtieron el anuncio de cada ministerio en una especie de casting público: a cada nombramiento, mayor impacto en los medios y la ciudadanía. El Ejecutivo logró centrar toda la atención en aquellos días, desplazando por completo a un PP que se preparaba para entrar en una impredecible crisis sucesoria y un Ciudadanos que había estado a punto de tocar el cielo y se lamía las heridas por la oportunidad perdida.
Por eso, y aunque Sánchez y los suyos habían filtrado que se nombraría Ejecutivo de forma inmediata y se convocaría el primer Consejo de Ministros a continuación, decidió contemporizar. Primero demoró los plazos, lo que generó ciertas críticas por el cambio de discurso. Después, retomó aquella exitosa estrategia con un goteo de nombramientos en el que iba combinando a técnicos -aplaudidos incluso por la oposición- con miembros del aparato socialista -los menos-.
El 'blitzkrieg' de Podemos
La estrategia del PSOE funcionó en parte: no demoró demasiado los plazos -pero se llevó las críticas igual por decir que iba a hacerlo- y centró la atención de los medios -aunque generó menor expectación que con aquel equipo de cuando la moción-. Pero para cuando empezaron a desplegarla Podemos ya había hecho todo lo que tenía que hacer.
Y es que los de Iglesias, a diferencia de los de Sánchez, hicieron públicos los nombres y cargos de su equipo desde mucho antes que sus socios. Se sabía que Iglesias sería vicepresidente, y se daba por hecho que Irene Montero y Yolanda Díaz serían ministras -se sospechaba que la primera sería de Igualdad, y se daba por hecho que la segunda de Trabajo-. Sólo las carteras de Alberto Garzón en Consumo y Manuel Castells en Universidades tuvieron algo más de suspense, pero apenas se demoraron.
La estrategia de Podemos, muy distinta a la del PSOE, tuvo una parte positiva evidente: una vez mostradas sus cartas, serían los socialistas los que cargarían con el impacto negativo de tener un gabinete tan amplio. A fin de cuentas, Podemos ya había anunciado a los suyos, y era a Sánchez al que le quedaba su trabajo por hacer.
Está por ver si esa forma diferenciada de gestionar los tiempos tendrá también impacto en la forma de gestionar las decisiones y los anuncios que correspondan. Por lo pronto, el Gobierno de coalición servirá para dar aire a ambas formaciones: una consiguen gobernar y la otra recobrar protagonismo saliendo de su inercia negativa. Pero a nadie se le escapa que en las coaliciones siempre hay uno que sale peor parado que el otro, y que a no mucho tardar volverán a competir en elecciones venideras. Y ahí no hay alianza que valga.