
Durante décadas, el dólar estadounidense ha sido el pilar del sistema financiero internacional. Tanto las transacciones comerciales como las reservas de los bancos centrales han tenido como principal protagonista al billete verde, y así ha ocurrido también con los pagos entre empresas y los préstamos transfronterizos. Sin embargo, de forma lenta pero constante, el mundo lleva años avanzando hacia un sistema monetario más multipolar, con profundas implicaciones para la economía global y para las pymes. Hay que matizar que este proceso de "desdolarización" no implica una sustitución inmediata del dólar por otra moneda dominante, sino una progresiva fragmentación del poder financiero global. Entre otros factores, este sería consecuencia de los cambios que se están produciendo en el orden geopolítico; el ascenso de nuevas potencias económicas, que buscan reducir su dependencia del dólar, y las transformaciones tecnológicas que se están operando en los modelos e infraestructuras de pagos.
Lo que nos dicen los datos es que, a día de hoy, el dólar sigue siendo la moneda más utilizada del mundo: está presente en alrededor del 85% de las transacciones de divisas, domina dos tercios del comercio internacional y supone más de la mitad de las reservas globales. No obstante, su peso se ha reducido en las últimas décadas. Si en 2001 representaba el 73% de las reservas mundiales, en 2024 había caído al 58%, según datos del FMI. Este retroceso no es casual. EEUU ha perdido parte de su atractivo como garante de estabilidad económica. El aumento de la deuda pública –que ya supera el 120% del PIB y sigue creciendo–, los reiterados cierres administrativos y la creciente polarización política han ido minando la confianza internacional en el dólar. Asimismo, el hecho de que, cada vez más, se haya convertido en un instrumento de sanción, ha llevado a muchos países a buscar alternativas para evitar quedar expuestos a decisiones unilaterales de Washington. En el panorama mundial están surgiendo nuevos polos de poder económico que también atentan contra la hegemonía del dólar. Uno de los motores más claros de este cambio es el ascenso económico de Asia y, muy especialmente, de China. En términos de paridad de poder adquisitivo, el gigante asiático representa ya el 20% del PIB mundial, frente al 15% de EEUU.
Al mismo tiempo, estamos siendo testigos del surgimiento de nuevas infraestructuras financieras y tecnológicas que buscan ofrecer alternativas tanto al dólar como a la red SWIFT, actualmente hegemónica en los pagos internacionales. Entre estas iniciativas destacan los proyectos de divisas digitales impulsados por grandes bloques económicos, como el euro o el yuan digital, así como plataformas experimentales para pagos transfronterizos, como mBridge o BRICS Pay. En cualquier caso, los operadores económicos se enfrentan a un entorno más complejo y fragmentado, que exige la adaptación a un mundo en el que ya no basta con dominar el dólar. En el caso de las pymes, este cambio puede resultar especialmente desafiante. Si hasta ahora habían operado bajo el supuesto de que la moneda estadounidense era la "lengua franca" de los negocios internacionales, en adelante se enfrentarán a un entorno en el que deben gestionar múltiples divisas, adaptarse a sistemas de pago diversos y entender marcos regulatorios heterogéneos.
A pesar de todo, el nuevo entorno multipolar también puede ofrecer ventajas competitivas a quienes sepan adaptarse. Por ejemplo, optar por pagar a los proveedores en su moneda local no solo reduce riesgos de tipo de cambio para ambas partes, sino que también puede abrir la puerta a mejores condiciones comerciales y relaciones más estables. Del mismo modo, ofrecer a los clientes internacionales la posibilidad de pagar en su moneda preferida puede mejorar la experiencia de compra y fidelización. No hay que perder de vista que hay mercados emergentes donde el dólar no siempre es bien recibido o donde los controles de capital dificultan las transacciones en divisas extranjeras. Todo ello, pues, aconsejaría que las pymes, primeramente, "cartografíen" su huella de divisas con la intención de identificar los países y las monedas con los que operan para, después, continuar con una planificación estratégica que pasase por evaluar el grado de exposición al riesgo y estudiar diversas fórmulas de protección y optimización de pagos transfronterizos. Lo que parece claro es que el sistema monetario internacional está experimentando una transformación estructural. Y la cuestión no será tanto dilucidar si el dólar dejará de ser dominante –algo poco probable a corto plazo–, como determinar de qué modo convivirá con otras monedas en un mundo más diverso y menos dependiente de un único centro de poder financiero.