
El aceite de oliva español lleva meses sufriendo la guerra comercial en toda su intensidad, mucho antes de que la Unión Europea y EEUU firmaran su acuerdo arancelario y cuando la tregua de tres meses a la que el presidente Trump sometió a este enfrentamiento estaba en vigor. En junio pasado, las exportaciones de este alimento hacia EEUU ya bajaban un 31%, y el acumulado del primer semestre se desplomaba un 21%. Y no cabe esperar que la situación mejore en los próximos meses, aunque se disipó la incertidumbre la semana pasada, y Washington concretó que el aceite de oliva europeo se someterá al arancel general para la UE del 15%. Las dudas sobre cuál sería el gravamen definitivo para este producto hicieron que los importadores anticiparan, a principios de año, sus compras todo lo posible. En consecuencia, sus stocks están llenos y no necesitan comprar más oro líquido español en lo que queda de ejercicio.
Es más, la guerra comercial mina su competitividad frente a países como Marruecos, cuyo aceite soporta una tasa cinco puntos menor. El daño para este sector amenaza así con ser duradero y no será el único ámbito que se resentirá en nuestro país. EEUU cuenta con España como su décimo mayor proveedor, a escala mundial, de acero, aluminio y sus derivados, materiales todos ellos gravados ahora al 50%. Además, es una incógnita si Washington transigirá con la aplicación de un arancel menor a otro producto fundamental del campo español: el vino. Es cierto que, en términos globales, la exposición de España al mercado estadounidense es menor que la de otros países europeos, pero se equivocan quienes dan por seguro que el daño de la guerra comercial en España será necesariamente pequeño.