
Los mitos en Economía son muertos que vuelven frecuentemente a la vida para después, cuando se constata su fracaso, volver a ser enterrados. No es muy difícil aplicar esta frase a lo que veremos en los próximos meses y años con la política proteccionista más radical desde la crisis de los 70. Precisamente, si hace 3 años nos referíamos en estas mismas páginas de elEconomista que las grandes crisis inflacionistas suelen tener dos olas, que entre mediados de 2021 y finales de 2023 habíamos visto la primera y que habría otro factor, posiblemente geopolítico, que encendería la chispa de la segunda ola, es muy probable que lo hayamos encontrado.
La política de industrialización por sustitución de importaciones es tan antigua como repetida de manera recurrente a lo largo de las últimas décadas experimentando siempre el mismo resultado: el fracaso. Se basa en un razonamiento primitivo como era la necesidad de que en economías destruidas por las guerras del siglo XX o con graves carestías de suministros básicos debía establecerse una fórmula de fabricación nacional de productos que hasta ese momento se estaban importando. Algo así como una autarquía parcial. Esta receta fue formulada por el profesor Raul Prebisch y desarrollada por, entre otros, Gunnar Myrdal, W. Arthur Lewis o Ragnar Nurkse.
Incluso el propio Prebisch hacía notar las enormes limitaciones que tenía este planteamiento. Por ejemplo, si el país importador contaba o no con los recursos naturales y humanos necesarios para producir el producto, si contaba o no con la tecnología apropiada y, lo que es más importante, si los consumidores locales estaban dispuestos o no a adquirir el producto nacional frente al importado por mucho que éste se encareciera. De estas cuestiones, algunos de los economistas del desarrollo que marcaban tendencia en las décadas de los 50 y los 60 advirtieron del riesgo de que no se obtuvieran resultados positivos.
Pero igual que pasó con el comunismo, sus más fervientes defensores siempre achacaron el fracaso a que "no se había hecho bien". Esta actitud se mantuvo durante décadas en los economistas académicos de izquierda, pero sorprende muy gratamente su reacción hoy de rechazo a la política proteccionista de Trump. Quizá llega un poco tarde, pero mejor tarde que nunca, teniendo en cuenta que más de medio mundo que fue gobernado durante décadas entre el consenso socialdemócrata y democristiano fue en varias etapas marcadamente proteccionista y abrazó durante décadas la política de sustitución de importaciones.
En cualquier caso, la evidencia empírica es aplastante. Un país como Estados Unidos que arrastra desde hace 50 años un constante déficit comercial, más concretamente desde la primera ola de la crisis inflacionista de los años 70, no puede cambiar, ni tiene por qué cambiar, el signo de la balanza comercial, más aún cuando posee cuatro armas poderosísimas:
a) El dólar USA es la divisa de referencia mundial, el único pilar que queda en pie del sistema de Bretton Woods.
b) Una capacidad extraordinaria de dominio en materia de inversiones en todo el mundo, siendo capaz de generar las empresas más punteras en cada ola tecnológica.
c) La influencia creciente de forma exponencial de los servicios frente a los bienes en el comercio internacional, los cuales no pueden ser gravados con aranceles.
d) La atracción que los mercados de capitales estadounidenses tiene del ahorro foráneo, en particular, europeo y asiático.
Este último punto tiene una lectura particularmente interesante. Precisamente, la fuga de capitales desde Europa hacia Estados Unidos constituye un problema estructural que los informes de Draghi y Letta abordan, pero no haciendo el diagnóstico completo. El núcleo del problema es la menor creación de valor para los accionistas en mercados europeos, evidenciada por rentabilidades inferiores: un 7,76% anual del Stoxx 600 Europe frente al 13,8% del S&P 500. Lo mismo sucede con la renta fija: el tipo de interés real en Europa es un 0,19% frente al 1,95% americano. Esta disparidad se agrava por un sistema financiero europeo dependiente del mercado crediticio (80%), todo lo contrario al estadounidense que prioriza el mercado de capitales, y a lo que se une la baja productividad industrial y un marco regulatorio excesivamente rígido. El resultado no es solo la salida de ahorro europeo, sino que empresas como Klarna, Aspen y Spotify eligen cotizar en bolsas americanas, indicando que sin reformas enfocadas en mejorar la creación de valor, Europa continuará perdiendo relevancia económica global frente a Estados Unidos y China.
Con esta situación, un país con déficit comercial cuya deuda sea siempre financiable debería tener el desequilibrio de su cuenta corriente como la última de sus preocupaciones. Más aún cuando la innovación tecnológica de las últimas décadas en servicios ha generado un proceso de "destrucción creadora" provocando el desmantelamiento de las viejas industrias que incluso con aranceles tipo "muralla china" no tendrían sentido recuperar a medio y largo plazo.
Habrá que esperar en las próximas semanas y meses si hay un cambio de postura y lo que estamos viviendo va encaminado más hacia una negociación política que a un cambio de paradigma de la globalización. Aun así, las consecuencias sobre la inflación, los movimientos de capitales y el comercio internacional son más que suficientes para acelerar un nuevo proceso inflacionista. La Administración Trump ha cuidado de no poner aranceles a productos energéticos para evitar que haya una respuesta sobre sus exportaciones de petróleo y gas. Veremos si esto es efectivo y, sobre todo, cuáles son las reacciones del resto de los países porque en una escalada así es como podría materializarse la probabilidad de sumir la economía en un estancamiento prolongado unido a una inflación elevada. La tan temida estanflación, de la que ya algo sabemos al respecto.