
La semana pasada el INE publicó una nota resumen de los datos del Movimiento Natural de la Población (MNP) referidos al año 2022.
Durante ese año hubo en España 329.251 nacimientos, 125.392 menos que en 2012, y hubo 135.250 más muertes que nacimientos. No es el primer año en que eso ocurre y en el caso de la población nacida en España, ésta lleva decreciendo más de diez años.
Un ejemplo: En Zamora solo nació un niño por cada cuatro fallecimientos en 2022. Todas las provincias que están en esta situación se encuentran en el triángulo noroeste peninsular. Son, ordenadas de peor a mejor: Zamora, Orense, Lugo, León, Asturias, Palencia, Salamanca, Ávila, Soria, La Coruña, Cáceres, Cantabria y Pontevedra.
Según Javier Jorrín, "hay dos causas que explican la dureza del invierno demográfico en el noroeste de España. La primera es una cuestión social: las familias retrasan cada vez más la maternidad (a pesar de que el nivel de vida es superior al del sur de España), lo que provoca que la mayor parte de los niños sean hijos únicos. La segunda es el deterioro de la estructura demográfica tras décadas de baja natalidad y mucha migración, lo que ha vaciado los territorios de mujeres en edad fértil. El resultado es que, aunque estos territorios incentiven la natalidad, ya es demasiado tarde para frenar el deterioro".
El indicador más útil de la fecundidad es el número de hijos por mujer. Lo cual implica conocer las tasas de fecundidad por edades. Pues bien, en 2022 ese índice fue 1,16 (1,32 en 2012). Además, las nacidas en España tuvieron 1,12 hijos; las nacidas en el extranjero 1,35, muy por debajo del índice de sus países de origen. En efecto, esa caída en picado de la fecundidad la nota cualquiera que se pasee por una ciudad española y observe la cantidad enorme de gente mayor, con notables problemas de movilidad, y la ausencia cada vez mayor de niños saltarines por plazas y parques.
La edad media de las madres al dar a luz en España fue en 2022 de 32,6 años. El porcentaje de madres con 40 años o más fue en 2012 del 6,2% y subió al 11% en 2022. Un retraso que no es bueno para ellas ni para los niños. Cuando a mediados de los sesenta yo estudiaba Demografía en París, los profesores insistían en que los nacimientos presentaban muchos menos problemas sanitarios –y no sólo sanitarios- cuando la madre no hubiera cumplido los treinta años. Mi mujer y yo tuvimos a nuestro primer hijo con 25 años yo y 24 ella. Mi hijo pequeño y su pareja, con 39 y 38 años respectivamente me darán una nieta dentro de 5 meses.
Por suerte, la mortalidad da buenas noticias. La esperanza de vida al nacimiento se colocó en 83,1 años (80,3 para los varones y 85,7 para las mujeres). Tenemos, pues, una mortalidad de las más bajas del mundo.
Esa baja mortalidad produce más viejos, pero no un mayor envejecimiento, pues el índice de envejecimiento se calcula dividiendo el número de viejos -de 65 años y más, es lo que más se usa- sobre el total de la población. La evolución de este índice no depende de la mortalidad sino de la marcha de la fecundidad.